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Si naciste para artesano del suelo te sale arcilla

por Alejandro Silva Guevara
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Un horno en el que cuece flautas de diversas formas, tamaños y funciones, enseres para el hogar con razones prehispánicas, y otros inventos que siempre ayudan en la cotidianidad, es parte del trabajo de toda una vida dedicada a darle formas al barro

Texto y fotos: Alejandro Silva Guevara

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Hablamos de un material que proporciona en abundancia nuestra sabia Pachamama y que comenzó a ser utilizada por los humanos antes de la era cristiana en Egipto, Medio Oriente, la India y China, mientras que en América existen hallazgos que presumen ser, según estudios arqueológicos, de unos mil quinientos años antes de Cristo.

Aún el ser humano no había desarrollado las ganas profundas de extinguir su propio planeta, cuando muchas culturas comenzaron a trabajar la arcilla en creaciones que poseen diversas funciones que no pretenden ser meramente decorativas, y que no son de ninguna manera perjudiciales para el medio ambiente.

Estatuillas religiosas, instrumentos musicales de viento y percusión, utensilios para la alimentación, entre muchísimos otros productos y usos, los antiguos encontraron en este material abundante diversas maneras de moldear herramientas para hacer más fácil la cotidianidad.

En la revista La Inventadera pueden encontrar variedades de trabajos que se refieren a desarrollos específicos sobre artesanía y sus extensas variantes.

Caminante, sí hay camino, y es de arcilla

Cuando ocurrió el terremoto de Caracas en el año 67, Emilio Spósito contaba con cinco años. En medio de la confusión y el desastre que dejó tras de sí este fenómeno natural la familia decidió mudarse para Guarenas, por considerar que era mucho más segura que la capital, donde vivían en un apartamento del que Emilio asegura que no había más que cemento. Cuando llegó a la en ese momento incipiente ciudad mirandina, sintió sorpresa y curiosidad por las extensiones de tierra que rodeaban la mayoría del paisaje seco y mayoritariamente desocupado.

La nueva casa familiar estaba recién construida, por lo que en el patio Emilio encontró unos huecos que habían dejado los obreros y en ellos introdujo sus manos. Cuando sintió la textura de la tierra, tuvo una conexión inmediata, natural, casi mágica con este elemento. Sin saber muy bien qué hacía, comenzó a tratar de moldear aquella maravilla de materia de la que poco o nada sabía. Allí comenzó lo que sería su forma de vivir hasta el día de hoy.

Esta conexión con el barro, que luego sería con la arcilla, le causó muchos problemas con su madre, quien le reclamaba el hecho de que no quería hacer otra cosa que jugar a hacer extraños figurines de barro, mientras que estudiar era definitivamente un segundísimo plano en sus intereses. Los regaños y castigos no lograron que se encausara hacia la “normalidad” de estudiar como todo el mundo y tener una profesión tradicional como todos quienes por aquellos años podían ser universitarios.

Así que se lo enviaron a una de esas tías que saben de disciplina y fue ella quien reconoció en Emilio su inclinación natural hacia la creación, por lo que lo inscribió en talleres relacionados con producción de arte.

También tuvo la oportunidad de estar por un año con los wuayúu, en lo que inicialmente era una taller de diez días, porque le llamaron la atención las creaciones de barro que ellos hacían, y también pudo aprender de este tipo de representaciones culturales de los jibi, de quienes aprendió que muchas de las creaciones de barro tenían funciones específicas, como una pequeña flauta que parece una ocarina y que era utilizada por los niños de ese pueblo, a quienes le correspondía la tarea de pastorear rebaños, y que a su vez la utilizaban para jugar.

Moldeando la experiencia

Nacer para un oficio en específico es un don que viene completo; todo lo aprendido puede ser aplicable al desarrollo del talento natural de los creadores. Pero como suele suceder en algunos casos, esta inclinación a trabajar la arcilla pudo haberla heredado de su abuelo, a quien no conoció en vida, sino después por el trabajo que éste dejó en el estado Mérida.

Cuando conoció a su abuela materna tenía 12 años, y quiso saber también de su abuelo: “Tu abuelo era un loco”, le repetía la señora con mucha convicción de lo que decía. Ante la insistencia de Emilio, y cansada de la preguntadera, finalmente respondió: “Tu abuelo era loco, porque se la pasaba metido en el monte buscando unos muñecos de barro y piedras raras y abandonaba la casa”.

Pasado el tiempo, decidió mudarse a Mérida, y sin buscarlo, estuvo por el Museo Arqueológico de esa ciudad y pudo entender cuál era el trabajo de su abuelo: encontró en una parte del museo unas vitrinas con una serie de estatuillas y vasijas de arcilla, y supo que en realidad su abuelo era arqueólogo. Hasta encontró un busto de su abuelo Emilio Menoti Spósito, en el Paseo de Los Escritores de la ciudad: no sólo fue arqueólogo sino también escritor, abogado, botánico, periodista, además de fundador del Correo de los Andes y de una revista llamada Motivos Venezolanos.

Solidaridad artesana

Mérida fue en definitiva la que le dio la base a Emilio para desarrollar su trabajo. Inició una investigación y encontró que había extensas colecciones de hallazgos de trabajos pre-hipánicos y, como era de esperarse, comenzó haciendo reproducciones de muchos de ellos, no sin antes averiguar bien qué eran, qué funciones tenían, para qué servían o qué representaban.

Posteriormente comienza a crear piezas que no estaban precisamente asociadas a ningún trabajo arqueológico, pero que tenían funciones específicas.

“Una vez la policía hizo una redada de todos los artesanos; para soltarlos les pedían parte de la mercancía que ellos vendían. Cuando revisaron lo que yo vendía, me preguntaron que qué vaina era esa, y les expliqué, pero me dijeron que me fuera y me llevara mis perolero”, recuerda Emilio.

Los artesanos merideños le dieron espacio entre ellos y hasta le presentaron a un horneador con el que pudo terminar de concretar muchas de sus creaciones.

Finalmente, luego de algún tiempo, su mamá le propuso que volviera a Guarenas, a la casa donde empezó todo y que es el lugar en el que actualmente tiene el taller con todas sus herramientas. Pero al principio tenía que comprar arcilla con cierta regularidad; cien o doscientos kilos de arcilla roja, y en los tempos duros del ataque económico al país se valía de amigos de la Universidad de Arte “Cristóbal Rojas” para poder hornear la piezas de manera clandestina.

Tiempo después notó que mientras bajaba a Guarenas, a un costado de la vía, había una especie de cerro que tenía color rojizo. Se preguntó si ese color de la tierra sería arcilla, así que un día tomó una carretilla, una pala y fue a tomar una muestra para ver si servía para trabajar. Ya en su taller, coló la tierra las veces necesarias comenzó a trabajar y sí, resulta que es material libre e idóneo para su arte: arcilla roja.

El proceso de colado es muy importante: la arcilla se debe remojar por un tiempo, luego colarla con una malla que Emilio llama “intermedia”, y posteriormente en una mucho más fina hasta lograr convertirla casi en polvo, lo que da mejor acabado a cada creación. Luego se deja secar unas veinticuatro horas y está lista para ser moldeada y horneada.

La creatividad de este trabajo cubre muchos aspectos, pero se basa en cuatro líneas de producción que los reúne: la primera son la réplicas antropomorfas y zoomorfas que reflejan parte de nuestras culturas ancestrales, como la Tacarigua, que representaba la feminidad, la fertilidad o la luna; la segunda tiene que ver con la creación de una nutrida variedad de flautas basadas también en réplicas y en creaciones en las que los cuerpos representados varían su sonoridad dependiendo de la forma que tengan.

La tercera es netamente práctica por tratarse de utensilios de cocina que en la mayoría de los casos llevan impresos motivos de los petroglifos amazónicos. La cuarta línea de trabajo reúne cierto tipo de inventos bastante curiosos, como un amplificador de sonido en el cual se introduce un teléfono celular y el sonido aumenta considerablemente a través de una especie de “cornetines” que hacen la función amplificadora, simple pero efectivamente.

Emilio no ha sido acumulador de conocimientos; en varias ocasiones se ha dedicado a enseñar su oficio a quienes se acercan quizás interesados más en el negocio que en el arte que se produce a través de él. Sin embargo la mayoría de quienes se han acercado a recibir estos talleres terminan abandonándolo, porque para ser alfarero se necesita mucho más que tener las herramientas y la arcilla; se requiere amar todo un proceso que tiene profundidad, conocimiento y mucho trabajo, como lo ha hecho siempre Emilio sin ninguna intención de cambiar de profesión.

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