El laboratorio permanente de construcción llamado El Arca de José es o fue un caserón estrambótico y provisional, donde José Rondón aprendía mientras enseñaba trucos, trampas y secretos de la construcción alternativa. En esa casa insólita y desmesurada como su dueño (alguna vez les conté que el hombre empezó a construirla a los 75 años, y a los 97 andaba todavía rediseñándola), aprendí media docena de verdades sobre pegamentos, impermeabilizantes, venenos contra la plaga que come madera; amarres, combinaciones de materiales y techos.
He tenido la oportunidad, también, de verificar una advertencia crucial del gran José: esas verdades funcionan como tales allá arriba, vía páramo de La Culata, a 2.500 msnm, pero no sirven de mucho en el piedemonte o el llano, donde el clima propicia y hace prosperar unos hongos e insectos violentísimos. Decía José: «Yo soy más violento que ellos». Fue la vez que me dijo que en el páramo, en la selva o donde fuera, hay una o dos sustancias que curan a lo malo y a lo feo cualquier madera, y les espanta hasta los malos espíritus: el formol y el aceite quemado para carros. Así cualquiera, pensé.
José murió hace pocos años, a los 103 de edad. No tuve ocasión ni necesidad de preguntarle por las armas más adecuadas para enfrentar una situación nueva, diferente y llena de retos: la brisa marina y su sicario invisible, el salitre.
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En este nuevo escenario he conocido a unos pocos y eficientes albañiles. La mayoría no aprendió o no creyó o no aplicó nunca la regla número uno: si vas a construir frente al mar no lo hagas con cabilla, cemento y bloque (de hecho, no deberíamos construir en ninguna parte con esos elementos). Así que mis clamores para que me orienten con nuevos materiales se estrella siempre contra la lógica instalada y atornillada en nuestra mente: la madera es fea y campurusa y el cemento es lo civilizado y lo resistente. Viejo mito en el que los señores constructores siguen creyendo.
El resultado de tanta civilización es una larga hilera de casas playeras gigantes, mastodónticas, repletas de vigas, cemento y cabillas, que se veían bien lindas y peponas durante sus primeros cinco o siete años de existencia, pero que ahora se revientan solas, se resquebrajan, se pudren irremediablemente: papi, por muchos metros de cemento que le eches a esas vigas doble T y a esas cabillas de 3/4, el salitre va a penetrar esas fortalezas y se va a raspar el hierro y el acero, como el muchacho que desguaza un perro caliente, sólo que en cámara lenta.
Hay opciones: asfalto líquido o cromato de zinc para retrasar los efectos destructivos de la salinidad. Tóxicos potentes. Pero tóxicos. Pero potentes. Pero tóxicos. Pero…
Fredy Muñoz Altamiranda escribió en su columna sobre dos dignos y ancestrales materiales que la gente de la costa central ha olvidado o despreciado porque «uy, qué fea una columna de madera»: el atato y la maya, dos especies que, una vez curadas, no hay bicho, elemento o sicario invisible que las destruya.
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Pero estamos en la era industrial (en la post industrial, corrige alguien) y sucede que con algunos de esos pegamentos tóxicos para la construcción, que sí tienen su versatilidad y si se usan con maña pueden dar unos resultados interesantones, tienen un flanco por donde podemos colear tranquilazos unos métodos y recursos alternativos. ¿Bioconstrucción con cemento? No tan así, pero casi.
Existe una mezcla que (tal como sucede con muchas canciones que la propaganda y la gente le atribuye a Simón Diaz) muchos piensan que inventó Fruto Vivas: cal, arena, sal y sábila. De nada ha valido que el maestro de la construcción haya escrito en letra prístina que ese material, el calcreto, fue usado en Roma y Oriente Medio hace más de tres mil años, y también en otros pueblos ancestrales (el agregado de la sábila es posterior); mucha gente seguirá diciendo que Fruto inventó el calcreto con la misma devoción con que jura que Simón es el creador de aquellos versos: «Lucero de la mañana / préstame tu claridad».
El caso es que la mezcla estándar recomendada es de una parte de cal por dos de arena; José hizo maravillas con una combinación 50-50, mitad y mitad de cada material. En cuanto a la sábila, que se emplea como impermeabilizante y adherente, en la costa andamos experimentando con un sustituto potentísimo que los mexicanos tienen centurias empleando también, el mucíllago de nopal, esa mata endémica de suelos y climas semiáridos. En Carora a esa noble mata se le designa con el sabrosón nombre de guazábara.
Va por aquí: cortas tres hojas grandes o cuatro medianas de nopal, tuna o guazábara (agárralas con guantes, la mata tiene espinitas pequeñas pero rudas) y la tasajeas en cuadritos o trozos de 10×2 cm. Metes todos esos trozos en un cuñete o tobo de 12 a 15 litros de agua, lo tapas y lo dejas a la sombra durante 3 días. Cuando abras ese envase saldrá un olor un poco extraño pero nunca putrefacto; retira los trozos sólidos del vegetal, y quédate con el líquido, una sustancia babosa de la que también se dice que es capaz de purificar el agua almacenada (cuento para después).Toma 5 kilos de pego y dos kilos de cemento blanco, y en lugar de batir con agua le echas esa baba («mucílago», le dicen, tal vez para que no suene feo o asqueroso); esas cosas se definen en el momento de amasar (ya ustedes conocen la consistencia de la masa para las arepas) pero hasta ahora he necesitado un litro por cada 5 kgs de pego. Es viejo el dato: no es una fórmula exacta porque los materiales no se comportan siempre igual; depende de la humedad del ambiente, del clima, de la brisa que sopla.
Estoy usando la mezcla para pegar piedras, retazos de cerámica y restos de coral en un espacio por el que correrá el agua a chorros.Luego les contaré sobre el poder impermeabilizante del nopal/tuna/guazábara. O sobre mi incompetencia o torpeza para mezclar materiales nobles y ancestrales con elementos tóxicos y fatídicos de la ciudad industrial.
De momento ha venido al rescate otro merideño curtido en esas lides: don Pablo Angulo, de apenas 89 años. El don, traído al lugar de los acontecimientos por Rúkleman Soto, ha venido a darme ánimo: él ha oído o experimentado también con el nopal a la hora de frisar, pintar e impermeabilizar. Va bien, según parece.