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Glifos: las redes sociales de antier

por Teresa Ovalles
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La palabra “glifo” proviene del griego pero se utiliza para nombrar a formas de escritura de las civilizaciones antiguas como los olmecas, mayas, xochilcas, aztecas, egipcios, entre otros. Específicamente se refiere a una escultura, tallado, símbolo o escritura; también se puede denominar el término “jeroglifo” (o jeroglífico) a los glifos que incluyan un sentido sacro, es decir, relacionados directamente con lo que nuestra especie considera más allá de lo tangible, eso que llamamos mitos.

Pero un glifo puede transmitir un objeto o acción en particular con una imagen (pictograma), invocar una idea mediante un símbolo (ideograma) o transmitir un sonido como las letras del alfabeto. La barra que cruza la letra “E” en un letrero de “Prohibido estacionar” es un ejemplo de ideograma, ya que comunica que una acción en particular está prohibida.

Hay petroglifos y geoglifos, aquellos son tallados sobre rocas y estos, que pudieran ser menos conocidos, son figuras que se dibujan en el suelo o en la ladera de una montaña con tierra o piedras. El factor común es que los pobladores de distintos lugares de este planeta utilizaron técnicas rudimentarias para crear contrastes que resaltaran determinadas figuras, como las líneas de Nazca (Perú).

En Venezuela hay muchos petroglifos, los del cerro Pintado, en el estado Amazonas, son considerados los más grandes del mundo y muestran similitudes con otros sitios de arte rupestre encontrados en Brasil, Colombia y lugares más lejanos. Un grupo de investigadores del University College London, del Reino Unido, utilizó drones con cámaras tridimensionales porque algunos de los grabados se encuentran en áreas inaccesibles. Identificaron ocho grupos distribuidos entre las cinco islas que se encuentran en el interior de los rápidos conocidos como Raudales de Atures del padre (y madre) río Orinoco.

El panel con mayor extensión contiene 93 grabados individuales, mide 304 metros cuadrados, solo una serpiente con cuernos mide más de 30 metros de longitud y destaca entre otras grandes figuras de animales y humanos que representan ritos culturales. La escena de un flautista rodeado de otras figuras humanas, localizadas en una de las rocas, pudiera representar, a juicio de los investigadores, “parte de un ritual indígena de renovación”.

Así como hoy día muchos reflejamos la inconformidad, fantasías, realidades, poses, aspiraciones, inspiración, rabietas y otros aspectos de la cotidianidad; en esas rocas, que interrumpen la navegabilidad del Orinoco, se refleja la vida diaria de aquellas poblaciones que habitaron la zona hace 2 mil años: cómo vivían y viajaban por la región, la importancia de los recursos acuáticos y la subida y bajada estacional del nivel del agua.

En el estado Carabobo, sobre la falda del cerro Olivita, se encuentra un geoglifo conocido como “Watajejechi” o “Rueda del Indio”, algunos consideran que se trató de un lugar ceremonial con significado ritual debido a que la zona no registra evidencias de ocupación habitacional. Otros analizan, por su ubicación, que podría ser un hombre o un dios que estaba allí para indicarle a los que se dirigían al fondo del saco del valle de Chirgua, quiénes eran los que allí habitaban: los ancestros de los jirajaras. Hay otro geoglifo cerca, en el valle de Montalbán, también petroglifos y apilamientos líticos (montones de rocas).

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Es una figura de 32 metros hecha en supuesta posición vertical sobre una ladera de 45 grados de inclinación, posee una zanja laberíntica de unos 40 centímetros de profundidad y un metro de ancho. En un capítulo de su libro “Los Petroglifos Venezolanos” (1977) el periodista Rafael Delgado ya anunciaba que Watajejechi había perdido anchura y profundidad debido a que las zanjas se estaban llenando de sedimentos producto de las lluvias. También sugirió que el fondo de la zanja hubiera estado cubierto de polvo de achiote (onoto), para que destacara “en medio de la verde ladera, que cada día es menor, cada día más secas las quebradas y los arroyos a causa de las talas y quemas”.

No ha faltado quien asocie estas “redes sociales de antier” a civilizaciones alienígenas mientras viven deslumbrados por las hazañas de “sus ancestros” los romanos y griegos. Se trata de relatos intoxicados de racismo estructural, de ese que suele llamarse “epistémico”. ¿Verdad, History Channel?

Watajejechi es el logo de la revista “El Vitral de la Ciencia”, una iniciativa de un grupo de investigadores que buscamos el modo de divulgar la ciencia venezolana tan necesitada de horizontes, pero también de entrar “como la luz que atraviesa el vitral difundiéndola en diversos colores, dando así una gama de luces en el entorno”. Hoy en día es un proyecto financiado por el Ministerio de Ciencia y Tecnología. Desde la web se pueden descargar los números bimestrales con contenidos elaborados por articulistas venezolanos pertenecientes a diversas disciplinas. También pueden visitar sus redes sociales en Instagram y X.

Comunicar el conocimiento no es una práctica nueva, solo que se ha convertido en mercancía desde que la modernidad nos separó del hacer y del resto de la naturaleza. El derecho a saber y comunicar es tan importante como la vida misma.

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