Inicio Opinión y análisis Manos, madera y música

Manos, madera y música

por Neybis Bracho
1.241 vistos

Neybis Bracho

Cuando uno llega a Carora se encuentra justamente en la entrada una enorme estatua del Maestro Alirio Díaz, como símbolo universal de la cultura, específicamente de la música, y allí junto con él la guitarra, su inseparable instrumento. Y esta simbología la vamos a encontrar en todos los espacios de esta ciudad, donde las manos humanas hacen de la naturaleza viva, sonidos, arte, instrumentos, elementos musicales que ya tienen más de cinco siglos entre nosotros y se esparcen día a día por todos nuestros pueblos. Desde que entramos a Carora se divisan curaríes, palosantos o árboles de maderas sagradas que aún no han caído en las manos detractoras del inconsciente devastador de vegetaciones, maderas que han absorbido del viento y de los pájaros toda su musicalidad.

Pero como estamos en Venezuela debo decir también para ser justos con nuestros vientos y nuestros pájaros en general, que toda la fauna venezolana se ha impregnado por naturaleza de esta sabiduría vital. De allí que los árboles que fueron transformados en instrumentos musicales en el estado Zulia le dieron la magia a las manos del maestro Eduardo Morales (con su famoso Cuatro Campana), y aquellas maderas que lograron ser amadas en el oriente de Cumaná por las manos del maestro Ramón Figueroa y su familia, le brindaron a la patria una melodía costera para consolidar una tradición. Otro genio llamado Cruz Quinal (el del Bandolín morocho) le consagró también al oriente un instrumento de alta precisión musical.

En Carora se inmortalizó una cofradía de maestros artesanos, creadores de instrumentos musicales, quienes fueron privilegiados del sol, de un paisaje semi árido y de una inteligencia para convertir en arte aquello que estuvo por décadas viviendo a la intemperie, maestros como Antonio Navarro, Eladio Pérez Chirino, la familia Timaure, Cesar Tovar y muchísimos magos de la luthería caroreña. El maestro argentino Joaquín Salvador Lavado, padre la legendaria caricatura Mafalda decía que dentro de la madera de un lápiz había tanta maravilla que le permitía expresar gráficamente todas sus imágenes, y su compatriota cantor Atahualpa Yupanqui nos dejó una frase poética, además de una extraordinaria obra artística musical, que enuncia que una “guitarra antes de ser instrumento, fue árbol, y en él cantaban los pájaros; la madera sabía de música mucho antes de ser instrumento”.

Qué decir entonces cuando las manos de nuestros artesanos y maestros pueblos de los campos y ciudades cada día se levantan con el alba pensando en un diseño, un corte, una línea o sencillamente una medida, para confeccionar y perfeccionar un instrumento sonoro, un proyecto que ya culminado despierte el asombro y persuada el silencio, la monotonía, expandiendo un bello fenómeno desde las manos y los dedos de grandes músicos del universo. Aún en los predios larenses, a pesar de las talas y ecocidios, se multiplican los curaríes, cedros, palosanto o vera, materias prima por excelencia, trabajada para la fabricación de buenos instrumentos típicamente venezolanos, cuyo acompañamiento con tripas de chivos (u otro animal), o de nailon, son creados para el disfrute musical. Estas cuerdas desde su origen rudimentario hasta nuestros días se han denominado en su orden, cuarta, segunda, primera y tercera, pero musicalmente se les ha atribuido los nombres musicales de LA, RE, FA y SI.

De las manos curtidas de abuelos y ahora de chamos adiestrados en la creación de instrumentos musicales, salen estos fieles acompañantes de la bohemia, la tradición, el despecho y la alegría. En cada región se le incorpora un estilo y una técnica, tanto para su elaboración como para su ejecución. Muchos han sido los aportes históricos los que se han escrito en esta larga historia, desde sus tiempos de las guitarrillas españolas, que aunque su nombre se derive de la cantidad de sus cuerdas, existen ejemplares de cordófonos pertenecientes a la familia, con otras cantidades de cuerdas, el seis, el cinco, cinco y medio y el octavo. En Quíbor, estado Lara, estaba el Maestro Mateo Goyo quien impulsó un cuatro de cinco cuerdas cuya caja es pequeña y se le conoce como “monterola”, muy famoso para la actuación de los Sones de Negro o Tamunangue y por supuesto los que nunca faltan en las parrandas, los Golpes larenses.

En este mismo orden de ideas y aportes, no podemos obviar la grandeza artística del maestro caroreño Antonio Navarro, quien entre otras huellas dejó un legado en la presencia del Octavo, instrumento de ocho cuerdas dispuestas en cuatro órdenes dobles, una especie de guitarra renacentista que cuando muchos la creían extinta o en desuso, Navarro la puso en sus manos. En Carora desde tiempos remotos ha existido esta manifestación cultural de laudería o luthería, donde las manos de aprendices y expertos venidos de los más remotos campos del estado Lara, hicieron escuela y desarrollo de una actividad que otrora eran propias de carpinteros y ebanistas, utilizando como se hizo en las épocas clásicas, las maderas propias de cada lugar donde se establecieron los talleres. Mandolinas, cuatros, guitarras, han sido las principales obras fabricadas por las manos de los magos campesinos, maestros que sin lugar a dudas han exaltado en buena faena, el cuatro como emblema o simplemente instrumento primordial de la Venezuela musical.

Nombrar al Maestro Antonio Navarro es por antonomasia decir Saulo Navarro, y es que aquí se vuelve a cumplir aquello que el alumno supera al Maestro. Una vez le pregunté a nuestro querido lutier caroreño si admiraba algún creador de instrumentos musicales y me respondió con orgullo y alegría (expresada en su inusual sonrisa), que su hijo Saulo, pues ya veía en él sus dotes y su disciplina en la creación. Saulo Navarro, inició formalmente su oficio de lutier a mediados de los años 1987, familiarizándose con las llamadas maderas criollas, observando cómo el viejo Navarro veía, tocaba, olía un bloque de pino, Palo Santo, detectando con tino el tiempo restante para poder procesarlo.

Saulo Navarro actualmente vive en la misma calle donde el maestro Antonio Navarro sembró su vida en el arte de instrumentos musicales, y desde allí, desde el sector Las Mercedes de Carora, en el callejón Los Silos, Casa Nº 52, salen los cuatros con sus propias características y sellos de la cofradía Navarro, su afinación abrazada a la precisión y utilización de eximias maderas, un cuidado en la pulitura y armazón, con una caja grande que guarda y brinda una resonancia de dioses. Desde muy joven, Saulo Navarro tuvo responsabilidades de alto nivel, pues, el maestro Antonio no acostumbraba a reparar instrumentos, por lo que se los daba a su hijo Saulo, quien tuvo en sus aún frescas manos, las guitarras del maestro Alirio Díaz, Valmore Nieves y otros legendarios creadores, para sus respectivos ajustes.

Muchas veces nos deleitamos durante todo el año con la música de Serenata Guayanesa, Los Compadres, Simón Díaz o en tiempos decembrinos con Cardenales del Éxito, pues allí estuvieron presentes los cuatros del maestro Navarro, quien por muchos años fue uno de los fabricantes más buscados para adquirir un buen instrumento musical. Actualmente Saulo transforma el ébano, la Jacaranda, el Pino abeto o el Nogal, sin abandonar nuestras maderas larenses, con el rigor profesional aprendido de su padre, quien por más de medio siglo supo encontrar los sonidos de los pájaros y los vientos en cada textura de listones y maderos, afinando su oído en la naturaleza, con un mínimo conocimiento matemático, una ingenua comprensión de la física y también la química, la ingeniería forestal desde la práctica autodidacta.

Son estos los verdaderos asombros que nos brinda la vida al encontrarnos seres maravillosos, ingenieros de la vida misma, transformadores del silencio en una extraordinaria fiesta de sonidos, los mismos que nacieron de las manos y oídos de aquellos que pasaron por la casita amarilla de Navarro, personajes como Fredy Reina, Oscar Martínez, Gregorio González, Alirio Díaz y Anselmo López, Saúl Vera y Florentino Valderrama, maestros que también muchas veces despertaban con el trinar de nuestros pájaros.

Autor

Sabemos que también te interesará leer:
Compartir:

Deja un Comentario