La Tierra no nos pertenece, le pertenecemos a la Tierra. Simple y rotunda filosofía que ha sido formulada de muchas maneras por casi todos los pueblos originarios del planeta. Pero el acto y las narrativas de la guerra se difuminan y encuentran eco en posiciones nacionalistas, porque renegar de ellas así como así puede ser un descuido mortal ante las hambres imperiales. Y además renunciar a los conceptos de patrimonio (señorío del patriarca, de donde proviene el concepto Patria), propiedad, tenencia y pertenencia puede resultar en un juego retórico que te convierte en traidor: este territorio es NUESTRO, y si discutes eso estás traicionando: principio básico (y no sólo lenguaje y narrativa) de la guerra por el territorio.
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En la ejecución física y práctica de las formas de ser oriundo, original o nativo de un lugar, de este lugar donde nacimos y vivimos, nos encontramos con algunos datos que tal vez habíamos perdido de vista. Este cuerpo físico con el que andamos por el planeta está hecho de la materia con la que fue fabricado: barro, animal, mineral, vegetal que tus padres, abuelos y ancestros consumieron como alimento. Desde los niveles moleculares de la materia eso es lo que eres: el producto del procesamiento de elementos químicos y físicos, sacados del suelo que pisas, en el laboratorio de unos cuerpos, madre y padre humanos. Así que, en sentido estricto, somos fragmentos de un territorio (este territorio) en movimiento por aquí y por allá. Más que la cédula de identidad, más que el acento y el idioma y las costumbres, más que el ser complejo y pensante que la historia hizo de ti, eres una partícula de un pedazo de tierra específica, y eso es lo que te define, te constituye y te delata. Eres un fragmento o esquirla de Venezuela que camina por Venezuela y esa condición te acompañará así cruces esa maldita frontera y vayas a tratar de ser otra cosa en otra parte; puede que te arranques a Venezuela de la mente, pero no te la vas a arrancar del cuerpo, lo siento mucho.

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Así que tu cuerpo es un pedacito del territorio. De las muchas formas de asumir eso como un tremendo privilegio que debe ser honrado, quizá la más directa y profunda provenga del contacto consciente con la tierra y con el acto fundacional que dio origen a tu corporalidad: cada vez que tocas el suelo con el pie desnudo estás regresando a lo que eres. Y ese retorno a la madre se profundiza cuando el contacto no es con el pie sino con las manos. Caminar descalzo y disfrutar la experiencia es un evento primitivo; meterle mano a la tierra y convertir el acto en trabajo es hacer algo más que disfrutar. Es convertir el contacto en acción militante, productiva y creadora. Por eso «Todas las manos a la siembra» fue, o es, una propuesta crucial y sobrecogedora: Carlos Lanz no sólo estaba pensando en la simple acción de meter unas semillas y recoger unos frutos, sino en procurar que todos los niños de la escuela se vayan a la casa con la sensación física, y en muchos casos inolvidable, de estar jugando a preñar a la tierra de la que provienen.
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Y sí, tiene sus implicaciones edípicas eso de meterle mano a la tierra. En lenguaje venezolano, eso de meterle mano a alguien tiene un componente erótico-popular que no hay que andar explicando mucho. Pero la cosa es con tu matriz originaria: la excitas cuando la preparas para recibir la semilla, la fecundas, la riegas con el cariño del alma y cuando vienes a ver la preñaste y la pusiste a parir. Y ese fruto que parió será comido por gente en cuya entraña se producirá el proceso químico-físico que ya tú sabes: síntesis y transformación en los niveles moleculares de la materia, que después de una compleja coreografía, la danza o peligroso juego de la fecundidad, se encontrará con las sustancias de otro ser humano y ese encontronazo dará origen a otro ser humano, otro pedazo de esta tierra que al cabo de un tiempo saldrá por ahí a joder la paciencia, primeramente en dos patas y después ya veremos.
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Sabes qué cosas se operan en el ánimo, en el espíritu y en el cuerpo de las niñas y niños cuando los pones en contacto con la tierra, y para allá va o debe ir el proceso formativo de la gente del futuro, pero con todo. Sabes que no hay y no puede haber formación humana completa, integral o efectiva si no hay trabajo con las manos, acercamiento a las técnicas y los procedimientos que dan forma al mundo. Si siembras y cosechas alimentos estás prolongando un ritual milenario y primordial de la especie, que necesita alimentarse; si participas en la construcción de una casa de barro estás entendiendo, primero corporal y después cerebralmente, que esa casa es tu hermana, porque está hecha del mismo material con que te hicieron a ti: se llama ciencia para la vida. Agarra a esos millones de muchachos que acuden a las aulas de clases y ponlos en contacto con el campesino, el criador y el constructor, y esa será la clase de su vida. Y qué clase de clase: no será la charla boba con el que convirtió a los libros en fetiche sino el diálogo con el ser humano campesino y obrero, es decir, con tu compañera y tu compañero de clase. Sin ese contacto, la formación estará incompleta.
4 comentarios
Que bello escrito, me llegó hasta el alma… PTMS hace más humana la humanidad, el Maestro Carlos nos dejó un programa extraordinario
¡Gracias! Salud y abrazos
Tan es así, que así es
¡💛💙❤️!
así mismo es