En todo tiempo los seres humanos siempre nos hemos rebelado contra la opresión. En todo tiempo y lugar.
Cada civilización es un devenir y un transcurrir de ciclos de opresión y liberación que se suceden unos a otros en el tiempo como los años, como los siglos, como las eras.
Y generalmente las circunstancias opresoras tienen que ver con la negación del acceso a la tierra y a la movilidad.
Siempre hay un tirano que acapara el suelo y nos esclaviza a él para que produzcamos a su favor, sin movernos. Porque movernos implicaría que decidiéramos nuestra vida, y darnos tierra significaría que nos podríamos alimentar por nosotros mismos, un acto eminentemente subversivo.
Los feudales chinos, los señores malayos, las castas superiores indias, los feudales europeos, los faraones que acapararon el Nilo, todos se adueñaron de la tierra, bajo cualquier pretexto espiritual o de superioridad infundada, y todos recibieron, en algún momento, una buena dosis de rebelión.
Hasta hace muy poco en el tiempo, en América, la gran obra de la civilización y el desarrollismo, que son los Estados Unidos y sus émulos contemporáneos, han esculpido su forma física en el acto más grande de despojo territorial y de aniquilamiento cultural en contra del aborigen raizal.
América Latina, como el coronel Aureliano Buendía, ha promovido no sabemos cuántos levantamientos armados contra el saqueo y la opresión, y los ha perdido todos.
En dos siglos de guerras, vivimos la segunda parte de nuestros propios Cien Años de Soledad.
En “El llano en llamas” de Juan Rulfo hay un cuento que retrata la desolación de nuestras luchas: “Nos han dado la tierra” es el escenario de miles de subversivos que después de la guerra reciben de los estados a los que se enfrentaron el campo yermo y la pobreza como destino.
Todos hemos perdido. Miristas, frentistas, senderistas, tupamaros, elenos, farianos, zapatistas, todos hemos sido derrotados por los acaparadores de la tierra y las riquezas en función del capitalismo.
Hace quince años, cuando Chávez vivía, Fidel declaró públicamente que la lucha armada ya no tenía opción de triunfo en América Latina.
Una revista me contrató entonces para escribir un reportaje en el que guerrilleros americanos de vieja data dieran su opinión sobre esta sentencia de Fidel. Contacté en Caracas a Douglas Bravo y le hice la pregunta de rigor: ¿No es viable la lucha armada contra la opresión en el mundo?
Bravo, que conoció a Fidel, lo contradijo. “La lucha armada está vigente” declaró, “pero nos hemos quedado cortos en su implementación”.
Según él, el economicismo, la omnipresencia del discurso político y las guías meramente ideológicas de la lucha armada, no habían dejado espacio para que otros aspectos humanos que tienen que ver con la conexión espiritual, más que política, nos uniera y relacionara con la tierra.
Y en ese orden, los derrotados del siglo veinte, en muchos lugares del continente estamos construyendo unas formas más amplias y oferentes de relación con la razón por la que alguna vez luchamos: la tierra.
Pero no las dos hectáreas de tierra para una granja autosostenible, ni las cien hectáreas para el proyecto común de inclusión económica, no. La Tierra con mayúscula, nuestro escenario, la que será nuestro nicho, la que nos sostiene fugazmente y espera de nosotros que nos comportemos como parte de ella.
¿Qué hubiéramos hecho de ganar alguna de las rebeliones por la tierra y la justicia social en América? En México, Emiliano Zapata, Pancho Villa y sus ejércitos lo lograron. Les dieron la tierra, como en el cuento de Rulfo.
Pero el sistema los volvió a derrotar. ¿Faltó acaso una compenetración a otro nivel, más allá del político o el económico con la tierra? Quizás, como me dijo Douglas Bravo, ¿debimos abrir el compás de razones que alimentaron nuestra subversión?
Hay tantas preguntas sin respuesta aún. Y hay tantos caminos que hemos iniciado en busca de recrear la causa que nos mantiene vivos.
Regresar a las formas ancestrales de interpretar nuestra relación con la tierra es fundamental en este nuevo camino.
Darle la batalla al Sistema con otras armas ya nos lo advirtió el Ché.
El capitalismo, la acumulación, el extractivismo, la conversión de nuestros recursos vitales en mera especulación financiera, es la marca de nuestro fin como especie.
Nos ha dejado sin aire, sin suelo, y pronto, cuando no haya un ser vivo con un cerebro desarrollado capaz de crear recuerdos, no seremos siquiera la nostalgia de nadie ni de nada.
La lucha por la tierra implica dejar de luchar por ella, y luchar con ella. Sembrar ya no puede ser más un acto de supervivencia, sino de renovación de los valores que nos siguen encendiendo la necesidad de la Revolución.
2 comentarios
No tengo más palabras que estar de acuerdo con Freddy Muñoz Altamira da, aunque me atrevería a opinar que el enemigo más terrible del hombre, es el mismo hombre. En todas las especies animales siempre existe el enfrentamiento animal…. al respecto el hombre, el humano quien Provino de los 4 elementos que en la fusión de millones de años y/o siglos, el aire, el fuego, la tierra y el agua, también encierra en sus genes el combate contra si mismo. Entonces se impone o se debe imponer el uso de la dialéctica, de allí la Sabiduría la cual ha Sido la herramienta fundamental para lograr la práctica fraternal para la mejor convivencia humana, independientemente de la región donde nos encontremos. Es posible que muy pocos comprendan esto, que significa el verdadero eden, el paraíso perdido que jamás haya encontrado el homosapiens, pero si esos seres Superiores que algún día estuvieron en la tierra enseñándonos las virtudes escritas en los 10 mandamientos, pero que hasta el momento ni las iglesias del fanatismo religioso han entendido. Nos falta mucho por aprender, mientras más tecnócratas nos volvamos, más criminales seremos.
Juan Velasco Alvarado decía «la tierra es para quien la trabaja», increíblemente esa afirmación duro lo que su gobierno antes del golpe vil, similar a lo que le sucedió a Allende ser traicionado por el que tenía el deber de cuidarle la espalda, la derecho a la tierra debería estar dentro de nuestras constituciones y no trabajarla debería ser considerado como una traición a la tierra y a la patria.