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¿Red de vida o de crisis?

por Éder Peña
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A cada rato se puede leer que la crisis ambiental global es causada por “el hombre”, nuestra especie en pleno es responsabilizada por el rebasamiento de determinados límites planetarios. Estos son los que permiten que habitemos este planeta de manera segura.

Muchos artículos científicos relatan que la “actividad humana” ha hecho desaparecer ecosistemas en todo el mundo, ha cambiado el clima, la calidad del aire y exterminado especies.

La ambiental es parte de una crisis de la civilización moderna que apunta a su colapso. Están en vilo tanto el clima como los sistemas políticos, la disponibilidad de agua dulce es un problema como también lo es la paramilitarización de territorios en el Sur Global. Asistimos a un espiral en el que la geopolítica y la economía intercambian roles entre ser causa y efecto una de otra, y viceversa.

En el núcleo de cada conflicto y cada crisis están la naturaleza y la fuerza de trabajo de esta misma especie. El planeta se ha convertido, intencionadamente, en un campo de lucha por la apropiación de la materia y la energía disponible, así como de su transformación. Esto bajo una lógica (ilógica) de crecimiento infinito y progreso indefinido.

Desde 1950 comenzó la llamada “Gran Aceleración”, un crecimiento vertiginoso de múltiples indicadores de la “actividad humana” como población urbana, crecimiento económico (PIB), inversión extranjera directa, uso de energía primaria, consumo de fertilizantes, o viajes de turismo internacional. Otros indicadores de cambios ambientales también incrementaron: Ozono estratosférico, acidificación de los océanos, captura pesquera marina, pérdida de cobertura boscosa tropical o extinción de especies.

Lo que consideramos “desarrollo humano” está estrechamente vinculado con los cambios en el ecosistema global que indican degradación de la Tierra. Para definir esa relación se comenzó a utilizar el término “Antropoceno”, una hipótesis que considera que “las personas se han convertido en un factor del sistema global y que podría ser una nueva unidad geológica” como el Holoceno, época geológica en la que nos encontramos.

Sin embargo, este concepto que pone el peso en la actividad humana como causa de la crisis ambiental, «pareciera obviar que hay un diseño de mundo que se ha materializado en la expansión del poder imperial. Consideremos que ese poder no solo se ejerce en lo material sino en el imaginario que se logra implantar en quienes son sujetos de su opresión o cooptación». Los mecanismos son multidimensionales, pero hay quien dice que se fundan en el hambre, el miedo y la ignorancia.

El modo como se ha organizado la naturaleza o “red de vida” (Moore dixit) no ha sido determinado por la especie sino por algunos miembros de ésta. Un sistema de poder ha estructurado y condicionado a una gran parte de esta, ha logrado desviar en su propio beneficio una gran parte de esa red de vida y nos hace decir que somos “un país rico” por nuestra capacidad de poner un precio barato a esa red de vida y venderla.

Es una ecología-mundo, como base biofísica del sistema-mundo, la que ha organizado a esa red en función de la acumulación de los bienes que ofrecen los patrones y procesos naturales. Es el capitalismo el que hoy determina, por ejemplo, en qué playa se bañará una familia o cuántas plantas harán fotosíntesis en un bosque del Amazonas.

Hay investigaciones que muestran cómo a partir de 1950 los aumentos en el consumo (o acumulación) y la tecnología se han convertido en los factores dominantes del impacto ambiental, mucho más que el crecimiento poblacional, como algunos pudieran postular. Desde entonces las élites de los países desarrollados se han vuelto significativamente más ricos, pero el resto de la humanidad se ha vuelto significativamente más pobre.

De allí que el historiador Jason Moore introdujo el término “Capitaloceno”: Una crítica de la noción de Antropoceno que considera que la acción humana siempre está atravesada por relaciones políticas y económicas de poder y desigualdades en el contexto del capitalismo global. Es una noción que resalta cómo la causa de las transformaciones ambientales reside en las valoraciones económicas capitalistas de apropiación de naturalezas y territorios, y no solo las acciones humanas directas.

Además de las condiciones materiales de vida, el capitalismo ha arrasado con los vínculos sociales y comunitarios, expropia la cultura para insertarla a la lógica de la acumulación de las élites y hasta nos hace celebrar que así sea.

Quizás nos implantaron la idea de que la naturaleza que somos es sólo una estantería de automercado y no nos atrevamos a pensar de otra forma. Es totalmente posible que nos hayan vendido que “evolucionar” es vivir en un planeta lleno de naves voladoras y robots superinteligentes.

Las preguntas que surgen empiezan por cuestionar en qué clima, con cuántas especies y ecosistemas que aseguran nuestra permanencia en el planeta, de dónde saldrán los minerales para una transición “verde” como nos prometen los magnates.

No es pesimismo hablar de colapso, quizás la clave esté en reconocer el valor de encontrarnos, de relacionarnos, como la vida misma.

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