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Dragón en clave caribe

por José Roberto Duque
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Una cosa es haber leído y oído los cuentos de la Boca de Dragón (o de las bocas que resumen el nombre en uno solo), y otra muy distinta estar ahí metido, zarandeado por las corrientes oceánicas.

Es un lugar, fenómeno o vaina loca que ocurre entre el golfo de Paria y la isla de Trinidad, en una franja donde chocan o se alborotan las aguas del Atlántico y el Caribe, sumadas a los ramalazos que aporta el Orinoco, ya que el gigante río no se cansa de escupir torrentes desde su desembocadura. Justo en esa zona han muerto o desaparecido varios compatriotas migrantes que han ido a buscar cualquier vaina en Trinidad.

El nombre Boca de Dragón se lo puso Cristóbal Colón cuando, en su tercer viaje a estas zonas, se metió por ahí y la coñamentazón que le echó la mar furiosa a sus barcos lo hizo ver animales raros. Más abajo queda la Boca de Serpiente, pero esa no es tan violenta, dicen.

Fui por ahí en 2022, en un buque que el Gobierno Bolivariano mandó para ir a buscar venezolanos con ganas de regresar, vía Vuelta a la Patria. Advertidos de las turbulencias, pero no del frío mortal del aire acondicionado en el barco, pasamos una noche de mierda (no tanto como las que pasaron los marineros de Colón ni nuestros compatriotas muertos), ya que el maldito dragón como que andaba borracho y haciendo sus gárgaras perennes, así que desde las 11 pm hasta las 5 de la mañana eso fue un julepe vil que nos tuvo dando pingazos dentro del navío.

En la madrugada salí a la cubierta a ver si quedaba algo del calor del día flotando por ahí, o aunque sea alguna sirena, monstruo marino o molusco gigante de los que habló Colón en su crónica, pero nada: solo la negrura y la furia. Y el calorcito que pegaba no era ningún remanente residual del solazo caribe sino el vapor del motor a gasolina. Hice este pobre video, que no recoge ni un esbozo del tormento o tormenta de esa perra noche.

Puño y letra del tipo que (otra vez, y siempre) dice haber descubierto lo que ya otros habían descubierto antes:

«…Cuando llegué a la punta del Arenal hallé una boca grande, de dos leguas de anchura de Poniente a Levante, que se abre entre la isla de Trinidad y la Tierra de Gracia; para pasar al Sur había que pasar unos hileros de corrientes que atravesaban la boca y traían un rugir muy grande; creí que sería un arrecife de bajos y peñas infranqueables. Detrás de ésta había otro hilero, y otro más, trayendo todos un rugir tan grande como las olas de la mar que van a romper y dar en peñas. Fondeé en dicha punta, fuera de la boca, y hallé que venía agua del Oriente hasta el Poniente con tanta furia como hace el Guadalquivir en tiempos de avenida, y esto continuó día y noche, tanto que creí que no podría volver atrás por la corriente ni ir adelante por los bajos.

En la noche, ya muy tarde, estando a bordo de la nave oí un rugir muy terrible que venía del Sur hacia nosotros. Me paré a mirar y vi que, levantando la mar de Poniente a Levante, venía una loma tan alta como la nave, y todavía venía hacia mí poco a poco; sobre ella venía un hilero de corriente rugiendo con gran estrépito, con aquella furia del rugir que dije me parecían ondas de la mar que daban en peñas. Aún hoy en día tengo el miedo en el cuerpo, pues creí me volcaría la nave cuando llegase bajo ella. Pasó la ola y llegó hasta la boca, donde se mantuvo por mucho tiempo…».

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1 comentario

PANAOCHENTERO 6 junio 2024 - 19:06

…»POR ESO VIAJO RASCAO»…

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