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Rodando y rodando: La movilidad bajo la lupa

por Éder Peña
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Movilizarse es parte de la dinámica de quienes habitan tanto pueblos como ciudades, el transporte es, entonces, un componente importante de todo aquello a lo que dedicamos tiempo y esfuerzo. Desde nuestra alimentación hasta el trabajo pasan por medios que facilitan el acceso a determinados lugares. Desde ir a la playa, a la montaña, al trabajo hasta la visita a familiares están mediados por la capacidad de movernos de un lugar a otro en tiempos determinados ayudados por algún tipo de energía.

Establecer vínculos es muy importante para todos nosotros, trasladar materiales también lo es, por lo que el transporte es el “sistema circulatorio” de la movilidad pero también de todo proceso humano. En las ciudades no solo es importante llegar temprano al destino o que las mercancías lleguen a tiempo, sino que ocupamos los territorios en función de cómo podemos movernos a nuestros centros de trabajo, también en función del acceso a recursos como el agua y la energía.

Cuando una ciudad, como casi todas, está pensada solo para la acumulación de unos pocos, la ocupación de su territorio y la movilidad generan más fragmentación, segregación y marginación. Ahora, sería bueno preguntarse cuántas ciudades no están pensadas de esa manera…

Muchos medios en los que nos movemos los habitantes de las distintas ciudades de Venezuela son colectivos, pero no públicos. Los autobuses que vemos circular por las vías no pertenecen al Estado sino a particulares congregados en asociaciones. El derecho a la movilidad es un conflicto latente debido al caos que impone la poca planificación en cada región o ciudad, también los intereses particulares de quienes logran monopolizar rutas.

La integración social vive en permanente tensión con la complejidad de la vida urbana, esta es acelerada y requiere eficiencia de uso del tiempo en medio del derroche de recursos. Esto motiva el uso cotidiano del automóvil, es uno de los medios más utilizados, el que más distancias recorre, el que más energía consume, el que más unidades posee pero es el transporte marítimo el que más mercancías mueve.

En la cada vez menos respirable ciudad todo es velocidad, todos corremos y no sabemos hacia dónde. Países desarrollados poseen un vehículo por uno o dos habitantes y la velocidad excesiva es la causa de una de cada tres víctimas de accidentes de tránsito en el mundo, según la OMS. De ese apuro quedan (también cada vez) más cifras de siniestros viales.

Las emisiones que genera el sector del transporte (acuático, aéreo y terrestre) representan casi una cuarta parte de todos los gases de efecto invernadero. Por si este dato pudiera parecer comeflores, se pudiera reflexionar sobre el valor de los millones de horas que perdemos a causa de un sistema de transporte inadecuado e ineficiente. Esto último afecta la convivencia familiar y social, sobra quien quiera boxear en un autobús o sencillamente insultar como otro estilo de deporte.

Los automóviles particulares generan el 18% de las emisiones de CO2, principal gas causante del efecto invernadero, por lo que muchos estudios recomiendan el uso del transporte colectivo (que no es mayoritariamente público) para que cada motor pueda producir energía y traslade a más personas ocupando menos espacio. Esa cifra puede duplicarse si se contabilizan las emisiones desde la fabricación hasta la construcción de infraestructuras, pasando por la circulación y el tratamiento de residuos.

La dependencia del vehículo a motor ha derivado en sedentarismo asociado a problemas de hipertensión, diabetes y sobrepeso. Se suman problemas de salud a causa del ruido emitido por el tráfico urbano como las alteraciones del sueño.

Confiados en la tecnología, desde muchos capitales innovadores se ha propuesto el vehículo eléctrico como alternativa, los más icónicos funcionan con baterías de litio, un mineral que llega a viajar entre 40 mil y 85 mil kilómetros. La producción de estos autos requiere metales como cobalto, níquel, cobre y manganeso cuya minería deja elevados pasivos ambientales. Las emisiones de estos vehículos son entre 50 y 60% menores a las de los convencionales pero la electricidad que requerirían dichos vehículos para moverse depende de redes eléctricas que son inexistentes en la actualidad, ya que este tipo de energía sólo constituye el 20% de la matriz energética global.

Desde ciudades como Madrid se ha reportado que el 60% de la superficie urbana es destinada a los automóviles (eléctricos o no) a pesar de que más del 90% del tiempo permanecen estacionados. Además, un estudio realizado por Ecologistas en Acción y titulado “Las cuentas ecológicas del transporte” analiza y pone cifras como los 11 días que pasa cada español al volante.

Quizás dicha cifra aumente para quienes viajamos en transporte colectivo en Venezuela, se trata de un sistema que requiere ser pensado dentro del contexto regional, vinculado fuertemente al devenir de cada ciudad, pero… ¿Quién se estará preguntando hacia dónde va cualquier ciudad venezolana? ¿En Madrid se estarán preguntando lo mismo con realismo y no solo pensando en que aparecerá un milagro que les salve de la crisis climática en proceso?

Progresiva transformación de las ciudades, repensar el espacio público, reordenar ciudades para las personas y no para el despilfarro, hacer del tiempo algo distinto a una carrera, como la vida misma.

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