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El tiempo en un autobús

por Teresa Ovalles
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Mirando por la ventana del autobús, y pensando sobre aquella columna en la que se trató la movilidad, vinieron reflexiones sobre el tiempo. Sacando la mirada del ombligo propio, y del tiempo que durará una sola vida, surge la pregunta respecto a cuánto durará el estilo de vida que hoy lo abarca todo.

Porque llegar al trabajo no es lo mismo que fabricar el anillo que lleva en la mano la señora que va también de pie al lado. Es que el tiempo no se piensa de igual manera ni siquiera entre gente amontonada en el pasillo del autobús. Sí, alguien dirá que el tiempo es relativo, pero hemos convenido en que el día tenga 24 horas y que también se ha convertido en mercancía.

A propósito del bus: Los yacimientos de minerales y de combustibles fósiles, que son la carne y hueso del artefacto, requirieron una inmensa cantidad de tiempo para formarse, también energía y materias primas. No fue durante un estornudo sino a una escala de tiempo de esas que llaman geológica. Fue necesaria la destrucción de continentes enteros y la muerte de muchos organismos vivos para que el capital disponga de lo que tiene hoy. Solo esta civilización moderna ha podido gozar de tanta bonanza, es única en la historia de este planeta.

Pero en este planeta hay leyes (en el autobús también), hay una que es llamada “segunda ley de termodinámica”, dice que todos los procesos que ocurren en el universo se realizan de manera que siempre aumenta el desorden. Por lo tanto aumenta la entropía, que es una medida del azar molecular de un sistema.

Volvamos al autobús: Cada litro de combustible que este bólido colectivo (no es público) es el último paso del carbón que estuvo enterrado en el subsuelo antes de pasar a ser un gas llamado CO2. Los minerales que conforman a esta guagua también se degradan y pasan a ser desechos potencialmente tóxicos, no solo para la especie humana, por cierto.

La tecnología vive de evitar al máximo a la entropía, la vida como fenómeno también, un vaso plástico y un árbol coinciden en tener un caos mínimo, solo que el vaso no podrá descomponerse tan rápido. El tiempo no le preguntará a ninguno de los dos por qué tardan poco o mucho en disiparse en calor, solo la entropía hace su trabajo. También lo hace la economía acelerando una crisis climática, la acumulación de sustancias químicas tóxicas o una rápida degradación de ecosistemas boscosos.

La red de vida que llamamos naturaleza tiene una condición clave: Que los cambios importantes sean lo suficientemente graduales como para permitir la adaptación ecológica, es decir, que plantas y animales logren modular sus maneras de interactuar con el entorno mediante la variación genética de sus poblaciones.

Estas les permiten adaptarse con velocidad moderada a los cambios mediante la variación fenotípica que va de generación en generación, esa capacidad les permite superar variaciones climáticas episódicas como las edades de hielo, por ejemplo. Cuando no lo logran se producen extinciones masivas, incluso cuando se necesitan decenas o cientos de miles de años para que los cambios se desarrollen por completo.

Y aunque nos han dicho que sobrevive el más apto hay quien afirma que sobreviven aquellos que logran estar en equilibrio con otros organismos y con su entorno.

Por nuestra parte, la especie humana lleva mucho tiempo ejerciendo control de esas adaptaciones, desde la cría de animales hasta la domesticación de semillas ha dependido de la evolución natural y de la cultura local. Lo que sí tenemos es poco tiempo disfrutando de tanta energía como la que nos dan los combustibles fósiles.

Como quien gana la lotería y gasta en el primer bar, la cultura moderna ha trastocado las escalas de tiempo. Recursos que estuvieron por millones de años bajo la tierra han sido quemados y extraídos de manera exponencial en unos 150 años. En la borrachera energética ha impuesto condiciones materiales que, en un casi atómico período, han transformado lo que ha tomado mucho tiempo en lograr.

Las prácticas culturales humanas, cada vez más circunscritas a las ciudades, han logrado cambios exponenciales en la superficie del planeta que son demasiado rápidos para que la red de vida pueda seguirlos. La adaptación ecológica no puede responder lo suficientemente rápido como para mitigar estas influencias y se fracturan las dependencias entre especies.

Es como si el planeta viniera corriendo en un maratón y nuestra civilización quisiera correr los 100 metros planos en la misma carrera, nuestra meta es corta. No es solo un tema planetario ni ecológico, estamos atados a la aceleración, nuestro tiempo de vida, nuestro tiempo cronológico, está vinculado estrictamente a la productividad, la eficacia y el rendimiento. Así como se decretó la prefabricación de nuestro deseo, el tiempo se ha convertido en un estado de excepción.

El autobús, la música de su radio, los que vamos en él, la gente que va a pie, todos transformamos nuestras realidades en acumulación para el 1% más rico. Los rostros de todos muestran la ilusión por un planeta que ya no volverá, el bienestar basado en el consumo fue pensado para unos pocos y tal parece que no dejará de ser así.

Palabras como “ansiedad” o “depresión” se escuchan y leen por redes y calles, se hace cada vez mas difícil de aceptar la condición de desechable que se impone. Gente cada vez más consumida cuando descubre que lo importante es su capacidad de consumo, que su nombre es un oficio y que su apellido puede ser cambiado por un monto de deuda.

La rutina de siempre querer más, atragantarse más y estar más vacío. La sentencia de la entropía en el corazón, desmoronándose entre un semáforo y otro, en un péndulo de preguntas que se encienden y apagan solas. Un tiempo ajeno a la vida, que corre los 100 metros planos, porque “es oro”, hacia el espejismo del “sé tu propio jefe”.

El rosario apurado de la inmediatez que sabe a cansancio extremo, la cronopatía convertida en enfermedad sistémica y que no frena porque no puede. La rabia calmosa de quien vende su tiempo pero no la esperanza, esa que no se crea ni se destruye sino que se transforma, como la vida misma.

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