Inicio Opinión y análisis Unos más iguales que otros (II): La ley del embudo global

Unos más iguales que otros (II): La ley del embudo global

por Teresa Ovalles
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Una vía de análisis sobre la voluntad, que no debería excluir a la de cada individuo, es la de las élites que nos dominan. El modo como ese 1% concibe la libertad y la igualdad es el que determina nuestro imaginario al respecto, tanto que poca gente concibe un dibujo de futuro en el que ellos no existan. Poca gente concibe su futuro estando lejos de una clase egoísta porque pareciera existir un consenso de que el egoísmo es “natural” porque la competencia gobierna nuestra manera de vivir.

Una encuesta realizada por el centro de votación Rasmussen Reports, en Estados Unidos, reveló que casi el 60% de los votantes regulares de ese país cree que no hay suficiente libertad, mientras que sólo el 21% de las élites opina lo mismo. Casi 50% de las elites cree que hay demasiada libertad, mientras que sólo el 16% de los votantes piensa así.

El 70% de la superélite estaría de acuerdo con que su candidato hiciera trampa en lugar de perder una elección. Sólo un minúsculo 7% de los votantes regulares albergaba predilecciones tan amorales, el resto rechaza las trampas y acepta la derrota en una elección honesta.

El estudio concluye que se trata de “una clase élite rica y partidista que no sólo es inmune e insensible a los problemas de sus compatriotas, sino que además tiene una enorme confianza en ellos y está dispuesta a imponerles políticas impopulares.”

Fue a esta clase a la que le costó entender que la lucha contra la pandemia requería un esfuerzo colectivo, es la misma cuyo 77% respondió de manera afirmativa a la eventual imposición de restricciones al gas y al racionamiento de alimento, la prohibición de los vehículos propulsados por gasolina, las estufas de leña, los viajes aéreos no esenciales e incluso el aire acondicionado, como medidas para mitigar la crisis climática. La gran mayoría de votantes estuvo en contra.

Otro estudio reciente, que fue publicado por la revista Nature encuestó a 130 mil personas de 125 países (población residente de 15 años o más) que representan el 96% de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero, el 96% del producto interno bruto (PIB) mundial y el 92% de la población mundial. En la quinta parte más rica de esos países un 62% está dispuesta a contribuir con el 1% para luchar contra el calentamiento global, mientras que en la quinta parte menos rica la voluntad fue del 78%.

“Dicho de otra manera, en los países que son más resilientes, las personas están menos dispuestas a contribuir con el 1% de sus ingresos a la acción climática”, se afirma.

Queda claro que quienes generan la crisis global están menos dispuestos a revertirla si, para ello, hubiera que sacrificar el bolsillo. Pero, por otro lado, si la distribución de los costos de la crisis no es democrática está claro también que mucha gente no asumiría como “iguales” los sacrificios que habría que hacer para desmontar los excesos ecológicos con que las élites han dispuesto para aumentar su acumulación y controlar la vida.

Las sociedades más igualitarias son más confiadas y más propensas a proteger el ambiente que aquellas desiguales impulsadas por el consumo. Esto concluyen los epidemiólogos Richard G. Wilkinson y Kate E. Pickett, quienes publicaron, también en Nature, un estudio en el que destacan cómo las sociedades desiguales se desempeñan peor en lo que respecta al ambiente.

Al analizar datos publicados por los países ricos y desarrollados encontraron una fuerte correlación entre los niveles de igualdad y la puntuación en un índice de desempeño ambiental que incluye tratados ratificados por la Organización de Naciones Unidas, ONU, y otros como la supresión de medidas coercitivas unilaterales. Nunca será “verde” una transición hacia un mundo igualmente injusto y desigual.

Las sociedades más igualitarias, no las que priorizan la competencia neoliberal, priorizan la protección ambiental sobre el crecimiento económico, generan más apoyo internacional y poseen menores tasas de “ansiedad de estatus” basado en el consumo, lo que disminuye las tasas de homicidios.

Oxfam ha reportado que, en 2019, el 1% más rico de la población mundial generó la misma cantidad de emisiones de carbono que los 5 mil millones de personas que componen los dos tercios más pobres de la humanidad. De allí que, si la solución a la crisis planetaria pasa por el decrecimiento, ya sabemos quiénes deberían “decrecer”. Ya sabemos quiénes se niegan, bajo excusas y chantaje, a hacer sacrificios para que este planeta no colapse más.

La élite ya encontró cómo hacer negocio mediante una transición “verde” en la que ellos no sacrificarían nada, nos han vendido un progreso que solo beneficia a sus intereses. Así han planificado nuestros barrios, en la exclusión y el caos. Por eso lo de la “ciudad planificada” es un mito si no apunta a desromantizar la pobreza material para garantizar una igualdad basada en lo comunitario y una libertad basada en la cooperación.

La mayoría de la gente ha sido condicionada a esperar una vía rápida para salvar el planeta, y si esta es privada, particular, “desde mi propia trinchera”, mejor. Para ello algunos pudieran conformarse con comprar algún producto nuevo, comer menos carne o cambiar una forma de hacer las cosas por otra como usar “verde”, “limpio” o dispositivos de energía “renovables”.

Antes que masificar el acceso al agua, la energía o el espacio territorial, se estandarizan los gustos, la estética y los hábitos. La publicidad rescata millones de dólares gracias a las modas globalizadas y nos hace creer que, usándolas, somos únicos e iguales al 1%. Como el opuesto al gregarismo, que tiene tantos beneficios como riesgos, se ha querido imponer la conceptualización del superhombre (Friedrich Nietzsche), como una manera de superar dogmas, creencias y limitaciones morales, esto fue apropiado por el nacionalsocialismo, con Hitler como ícono.

No serán las soluciones individuales las que “salvarán al planeta”, mucho menos renunciar a nuestras capacidades productivas. Dicen Wilkinson y Pickett que “una mayor igualdad reducirá el consumo excesivo y no saludable, y aumentará la solidaridad y la cohesión que se necesitan para que las sociedades sean más adaptables frente al clima y otras emergencias.”

Las soluciones planteadas por el ecologismo son fantasía cuando eluden nuestras capacidades productivas, desde lo comunitario podemos hacer prácticamente cualquier cosa. Podemos producir energía desconcentrada y renovable, generar nuevos ordenamientos territoriales y sistemas de transporte público (no solo colectivo), agricultura realmente regenerativa y hasta vivienda asequible de alta calidad para todos. Pero se nos muestra como imposible o hippie porque no son rentables para el capital.¿Hacia dónde mirar? ¿Existen recetas para producir un final feliz? ¿Pesimismo o esperanza? ¿Luchamos o compramos “verde”? Son preguntas y claves que continuarán revoloteando en nuestras cabezas, como la vida misma.

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