Inicio Opinión y análisis Unos más iguales que otros (y III): Mitos, fábulas y progreso

Unos más iguales que otros (y III): Mitos, fábulas y progreso

por Teresa Ovalles
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La especie humana ha sido encaminada a vencer los obstáculos que impongan otros elementos de la naturaleza, lo que en un tiempo era pensado como el trabajo de algún dios, hoy se realiza gracias al ingenio de nuestra civilización.

Evolución y progreso se venden en combo, todo lo justifica la creencia de que la historia “avanza” en una dirección ascendente y lineal. Por lo cual las condiciones materiales, la tecnología y la calidad de vida tienden siempre a incrementarse y mejorar, no importan las consecuencias.

En ese endiosamiento propio el humano moderno ha subestimado la crisis sistémica, porque confía en que todo saldrá siempre bien; quienes saben mucho “ya inventarán algo” y resolverán con más tecnología, siempre compleja y cara.

Desde que entró al juego la racionalidad instrumental (esa manera de pensar al mundo como un reloj), es cuestión de tiempo descubrir la manera de superar barreras físicas como un río o una montaña, también acabar con las enfermedades, la sed o minimizar el impacto de un terremoto.

El sueño del progreso se basa en un mundo en el que la innovación permita lograr un futuro con temas resueltos ¿Cuáles?: Pobreza, hambre, justicia, desigualdad, empleos, salud, familia, seguridad económica, entre otros.

Sin embargo, esa misma racionalidad se ha utilizado para reproducir una suerte de virus (wetiko) que induce unos a actuar de manera “caníbal” contra el resto, esto opera en múltiples dimensiones simultáneamente: intrapersonal (dentro de los individuos), interpersonal (entre nosotros) y colectivamente (como especie).

El ingenio humano se le presentó como un don mágico a una generación en dos programas de TV significativos: Los Picapiedras y Los Supersónicos. Este último es la versión de mundo que nos traería el “progreso”, una palabra que se incubó como valor sagrado y que ha determinado la interrelación entre humanos y de éstos con su entorno en los últimos 100 años.

A saber: En nombre del “progreso” se justifica la explotación laboral y la sobrexplotación de la naturaleza no humana, se ha ordenado la red de vida (o ecosistemas) mediante lo que los científicos que han descrito la crisis ambiental global en proceso llaman “apropiación humana de la producción primaria neta”. Esto significa que “los humanos” nos hemos embolsillado los procesos de la naturaleza, aunque también se ha mostrado que se trata de algunos humanos: Los más ricos.

Aunque hoy los hijos sean más pobres que sus padres poca gente quiere discutir sobre el progreso, porque, como especie, nunca nos hemos podido separar de lo simbólico ni lo sagrado, mucho menos cuando buscamos negarlo con un mecanismo tan efectivo como la razón.

La economía clásica ha traducido que indicadores como el PIB significan progreso, lo mismo el consumo, estos son asociados a crecimiento económico, el mismo nos que ha conducido a la crisis sistémica. El problema es que no se correlacionan con un aumento del bienestar y la felicidad.

Veamos números: Según la encuesta International Your Money Financial Security Survey de CNBC, realizada por SurveyMonkey en Estados Unidos, un 42.8% se asume en peor situación que sus padres, mientras que el 20.7% restante dice que les está yendo más o menos igual. El sueño americano no se parece al progreso…

La cosmovisión occidental se ha globalizado a las malas, y pocas veces a las buenas, mientras otras cosmovisiones han sido consideradas inferiores. Ella misma se ha constituido en su parámetro, se ha normalizado en el excepcionalismo, se paga y se da el vuelto. Su arma más eficiente para ello ha sido el culto al individuo, que pasó de ser esculpido en un héroe aventurero, deportivo y emprendedor, al estilo del “civilizador” colonial, a idolatrar al CEO “exitoso” que construye su “gesta” mediante finanzas, coaching, criptomonedas, autoayuda y frases, muchas frases motivacionales.

Este héroe (post)moderno tiene un estilo de vida y un hábitat: Vivir en países con economías flexibilizadas y sin soberanías en los que la relación capital-trabajo es determinada por las directrices y demandas del capital transnacional. Mientras las redes sociales atiborran de frases cuchis a todos por igual, la vulnerabilidad social pasó de afectar a 1530 millones de trabajadores en 2009 a la pandémica cifra de 3500 millones en 2018.

Otro dato: El 90% de los estadounidenses que nacieron en los años 40 ganaba más que sus padres, pero solo el 50% de los nacidos en los años 80 que gana más que la generación anterior.

Luego de que la modernidad se constituyera en cultura, y el capitalismo en régimen económico, se intensificó el empeño en caminar en pro del logro individual como “destino manifiesto”.

La especie vive en la encrucijada constante en la que busca sentido en el pasado (eterno retorno) o en el futuro (progreso), siempre se vuelve a la pregunta del paraíso, o se está en la nostalgia de un Edén perdido o en busca de la Tierra Prometida. Ambos ideales, ambos mediados por el sacrificio y por la esperanza, ambos protagonizados por el “humano” cuyo entorno es solo relleno.

Por otra parte, el progreso ha sido asociado a la tecnología. Un estudio realizado por Art Berman muestra que haber podido disponer a discreción de la energía fósil ha tenido más que ver con la productividad. Esta creció en 0,7% durante los años 50 y 60, el mayor período histórico de crecimiento de la producción de petróleo, mientras que, a finales de los años 1990 y principios de los 2000, las computadoras, la internet y los avances asociados solo dieron como resultado un crecimiento de alrededor del 0,5% en la productividad en Estados Unidos.

Para mucha gente la realidad solo es la que construimos o ignoramos a priori, pero somos pequeños puntos en la inmensidad del universo. Muchas religiones e ideas asumen que todo está hecho para satisfacer a nuestra especie, pero vivimos en un planeta regido por leyes físicas que existen con o sin nosotros.

Quizás el agotamiento de recursos, la imposibilidad de crecer infinitamente que se expresa en los niveles globales de deuda y el choque con los límites físicos y ecológicos planetarios nos permitan descubrir que el bienestar común y la cooperación garantizan mas y mejor vida que la competitividad y el individualismo. Antes de ello debemos descubrir que tenemos límites como especie y como civilización.

Algo pasó que optamos por competir y autoexplotarnos hasta límites inimaginables en vez de cuidarnos y luchar juntos contra lo que nos afecta. Algo pasó que se hace más fácil imaginar muchos futuros de triunfos individuales que uno de justicia social. La realidad dice que se acaban los recursos materiales y energéticos, que las energías alternativas no cubrirán el estilo de consumo actual, pero el sueño tecnosalvador sigue…

Somos ingeniosos, pero no magos. Se nos ha hecho más fácil estropear el futuro que alcanzar el que creemos prescrito, no tenemos todas las respuestas, no tenemos un plan como especie que no sea el gran reseteo dispuesto por unos pocos.

Todas las religiones coinciden en la regla que dice “trata a los demás como querrías que te trataran a ti”, las élites han desconocido esta regla con la Tierra de manera cada vez más evidente. Toca hallar la manera de ponerse en camino hacia el derecho a existir, como la vida misma.

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