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Yakerawitu, gente de agua y de morichales

por Soriana Durán
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Primera crónica de una serie: incursión al Delta del Orinoco. Va sobre la hechura y filosofía alrededor de la confección con fibra de moriche, orgullo e identidad del pueblo warao

Soriana Durán / Fotos Yrleana Gómez

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El caño Manamo, bajo el sol, parece de plata. Cuando cae la tarde se convierte en oro. Es una corriente apacible que se mueve sinuosa como un reptil hasta la desembocadura del Golfo de Paria, y sobre sus aguas se desliza, suave y en silencio, un espectro; la curiara avanza sin perturbar la calma que caracteriza al caño. El warao la impulsa a punta de canalete, su mirada fija en el horizonte lleno de morichales. Tres niños juegan en el río pese a que, aparentemente, está contaminado.

Aunque el cierre de su curso natural en 1965 resultó en un desastre ecológico que provocó la salinización de sus aguas y la acidificación de la tierra, el caño Manamo todavía es hogar de varios grupos indígenas que se resisten al desplazamiento forzado. Habitan entre los límites de Delta Amacuro y Monagas y viajan a Tucupita una vez cada tanto para dejar mercancía, comprar bienes o atender cualquier otra necesidad. Algunas familias se instalan a orillas del Paseo Malecón Manamo, dejan curiaras encalladas y chinchorros a la intemperie mientras transcurren las semanas, hasta que toque regresar a los caños.

Trasladarse desde el bajo Delta hasta el pueblo, y viceversa, es complicado por diferentes circunstancias –escasez de gasolina y de embarcaciones aptas– por lo que la gente prefiere establecerse a largo plazo en un lado o en el otro.

“Mi última vuelta que yo le di a la comunidad donde nací fue en 2008, y ahí no he ido más pa’ allá. Me quedé aquí. Ahora, cuando tenía ganas de ir empezó la broma de la crisis, la pandemia, y bueno. Se acabó todo lo que había por ahí. La historia de antes, que me contaba mi abuela, que viajaban en canalete, pero viajaban un poco, una sola vez al año, para traer la mercancía. La gente otra vez empezó a venir a canalete, una semana completa. Si sales el domingo, llegas domingo aquí, una semana”, dice el cacique Marcelino Pérez, líder de la comunidad Yakerawitu.

A media hora del centro de Tucupita se encuentra Yakerawitu, una comunidad donde la artesanía warao es fundamental y cotidiana, como el aire puro que se respira por estos lados del país.

“Vivimos en el agua”, explica Marcelino, “vivimos en el caño, en comunidad, por eso el beneficio para nuestro hogar es la artesanía. Somos cultores, dando el ejemplo a las demás comunidades (warao), a los demás barrios, a los demás caños aquí en el pueblo de Delta Amacuro. Hacemos chinchorros, hacemos canaletes y muchas cosas más, así mantenemos nuestra tradición viva”.

Ejemplo para su gente

Con una población aproximada de 72 personas –antes eran más, pero el número se redujo de forma drástica durante el azote del Covid-19–, en Yakerawitu conviven hombres, mujeres, niños y niñas warao con el objetivo común de preservar la historia, el conocimiento y la cultura ancestral de su gente. Mantienen una organización rigurosa que les ha permitido acceder a ciertas dinámicas de la sociedad criolla en conjunción con sus costumbres propias, como la educación bilingüe (warao y español) y la educación universitaria:

“La visión de uno es que los niños también comiencen, la juventud en el liceo, los niños en la escuela, los más grandes están en la universidad. Eso es lo que nosotros queremos. Porque de las comunidades indígenas siempre dicen ‘no, en las comunidades indígenas no hay progreso, no logran ser profesionales’, entonces nuestra comunidad quiere ser un ejemplo. En otras comunidades warao no hay profesionales, y después de que vieron eso en nosotros, ya empezaron a estudiar. Ya hay una matrícula grandísima, antes no se veía eso”.

María Zapata, una de las sabias de la comunidad, nos lleva a escasos metros del Manamo, al fondo del terreno que comparten con otras comunidades warao. Allí muestra con orgullo un pequeño morichal que fue plantado por el cacique hace once años, cuando llegaron al complejo de viviendas que ahora habitan de manera permanente. Reubicada al sur de Tucupita, y lejos de los caños que antes moraban, la gente de Yakerawitu depende, en su mayoría, de la artesanía que producen a partir de la fibra de moriche.

“De la mata se sacan muchos productos, por eso es que en warao decimos que la mata es sagrada para nosotros. Es el árbol de la vida, porque de ahí se sacan muchas cosas”, cuenta María mientras señala la mata más longeva de la plantación.

Oficio de mujeres

La palma de moriche crece al paso de ríos y zonas pantanosas, de allí su presencia en estados como Monagas, Delta Amacuro, Bolívar y Amazonas, donde la confluencia de ríos y caños es común. Tampoco es casualidad que “warao” signifique “gente de agua” o “gente de barcos”, ya que este pueblo es originario del delta del Orinoco y su forma de vida guarda una conexión permanente con el río, las dinámicas de su ecosistema y la abundancia de morichales. Los moriches no solo aportan la fibra que se utiliza para el tejido de numerosos objetos –desde carteras hasta chinchorros– sino que también producen alimentos como la yuruma, una especie de harina que los warao convierten en pan; o los gusanos de moriche, muy ricos en fibra.

La artesanía va más allá de la simple producción manual; es la resistencia de valores culturales, sociales, económicos y filosóficos de un puebloindígena que tiene alrededor de 9.000 años de existencia en el territorio que hoy llamamos Venezuela. Hoy en día conforman uno de los pueblos más numerosos del país pese a las circunstancias que derivan de la sociedad occidentalizada: el capitalismo, la destrucción del medioambiente y la privatización de espacios, la extinción de otras poblaciones originarias que cohabitaban en el área.

La fibra se extrae del cogollo, un brote que sale de la mata, que se corta en cuanto adquiere la longitud deseada. Si se corta cuando está muy grande o muy vieja, la consistencia y la elasticidad ya son diferentes, entonces la hoja es utilizada en otros procesos, como la fabricación de los techos de las casas. Del cogollo se desmenuza el tallo y la palma, con las manos, hasta formar hileras que se dejan expuestas al sol y al sereno de la noche. Después se hierven durante cuarenta minutos más o menos (otros procedimientos van de una vez al cocinado después de extraer la fibra). Una vez más, este montón de hilos se secan al aire libre y ya están listos para ser empleados en las artesanías. Por lo general se hace una especie de carrete del que se puede disponer de la fibra en todo momento (o también puede venderse). Quienes realizan los tejidos son, la gran parte de las veces, mujeres.

En Yakerawitu las warao tejen a diario, compartiendo el tiempo con las labores domésticas. Carteras, chinchorros, cintillos, sombreros, collares, pulseras, cinturones, vestidos, bandejas, platos, vasijas y hasta fundas para celulares, todo esto lo fabrican a mano y lo venden en Delta Amacuro, Monagas y Amazonas. Afirman obtener buenas ganancias en la frontera con Brasil, así que las expediciones a dicho país son frecuentes.

“Cada quien teje en su casa, pero también nos reunimos las mujeres y conversandito vamos haciendo”.

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3 comentarios

Fredy Muñoz Altamiranda 28 abril 2024 - 16:23

Los warao encajan en la definición de “cultura anfibia” que hiciera el sociólogo Orlando Fals Borda en “La Historia Doble de la Costa”. Seres humanos que han elaborado su cultura sobre, bajo y a un lado de los cuerpos de agua. El morichal es el nicho de la vida para el warao, y esa metáfora tiene equivalentes culturales en toda nuestra ancestralidad ribereña

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Alicia Villegas 19 abril 2024 - 10:56

Excelente trabajo el de Soriana, que como todo lo que investiga y publica La Inventadera, merecería una más amplia difusión.

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Soriana Durán 19 abril 2024 - 18:17

Gracias, Alicia. Un abrazo.

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