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Cimarronaje académico y vientres primordiales

Más que una exploración de libros y de autores, la introducción a la Filosofía que imparte Lilia Ana Márquez Ugueto en la UNC parece un choque corporal contra los conceptos que casi todo el mundo acepta y aplaude

por José Roberto Duque
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José Roberto Duque / Fotos Yrleana Gómez

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Ocurrió durante una sesión de clases en el módulo “Introducción a la Filosofía de la Ciencia”, especie de dispositivo creado con el fin de crearles la mamá de los problemas a los jóvenes que calentaban motores rumbo a sus estudios en la naciente UNC. La profesora Lilia Ana Márquez Ugueto ametrallaba bello a aquellas muchachas y muchachos con asuntos en los que, muy probablemente, no habían pensado en sus cortas vidas adolescentes: aquí vinimos a ver si es posible desmontar lo que el saber hegemónico llama “ciencia”, en singular; cómo es eso de que las pruebas para medir la efectividad de los medicamentos las realizan las grandes farmacéuticas casi siempre en hombres blancos, como si las mujeres mestizas o de diversa procedencia no tuvieran un metabolismo distinto o no existieran; no es posible, ni en la ciencia ni en la vida, ser imparcial o neutral; los sesgos raciales y de género hacen que sea imposible también aceptar dócilmente los criterios científicos aceptados en todo el planeta; hay que desmercantilizar la ciencia, verla como un hecho ancestral y comunitario (germen y sentido de la Ciencia Abierta); aquí veremos unas cuantas herramientas para democratizar el conocimiento; por qué es importante rebelarse contra lo que la sociedad ha llamado “desarrollo”; una teoría científica debe ser susceptible de ser refutada, dice tu pana Karl Popper.

Si te pareció largo el párrafo anterior imagínatelo dicho, explicado y profundizado ante un auditorio de gente muy jóven, pichones de científicos, con el verbo vertiginoso aunque sereno de una mujer afro, que se asume cimarrona, que se conoce al pelo la historia de sus muchas madres o vientres (personas y lugares de germinación).

Un error de cálculo nos hizo aceptar que la conversa continuara en la cocina de su casa, esa otra aula donde uno adquiere o adquirió, así no lo recuerde, aprendizajes primordiales que entran por los olores, los sonidos y el paladar. El error de cálculo consistió en pensar que en ese territorio la profesora iba a dejar de lado la ametralladora verbal, que la conversa iba a ser menos tempestuosa, pero nada de eso ocurrió; la mujer puso una buena jarra de café en la mesa y cualquiera sabe que el café es estimulante. Y más estimulante su comentario sobre ese espacio híbrido en el que todo se relaja o se complica: “todo gira en torno a la cocina”. Y “todo” ha significado para las mujeres afro y de todas las procedencias esclavitud y emancipación.

Así que agárrense, que esto apenas comienza.

“Yo soy hija de Lilia Ugueto, una de las primeras mujeres comunistas negras de este país; el sesgo racial dentro de la izquierda ha sido muy fuerte en nuestro país y más si se mezcla con el género. Mi mamá era obrera de la Palmolive desde los 12 años. Ahí conoció a la gente del Partido Comunista. Mi mamá venía de la juventud copeyana. Y se va al Partido Comunista con el viejo Cruz, que es el jefe político del Buró Obrero en ese entonces (años 59 o 60). Y bueno, Argelia sustituye en lo afectivo a mi abuela, que se muere muy joven. Mi abuela era cocinera, Auristela Isabel Ugueto, cocinera presidencial. De hecho, las hallacas de Auristela eran las hallacas caraqueñas por excelencia, ella le cocinaba a los mantuanos del siglo XX. Ella empezó a traerse gente de La Sabana, pero antes de ella hay una Lilia que llegó hace 200 años, en pleno conflicto independentista. Se viene para Caracas, porque La era parte de Caracas. Entonces nosotros tenemos un gentilicio muy cómico porque somos sabaneros de Caracas o caraqueños de La Sabana. Y los espacios donde habitaba la gente de la sabana en Caracas era La Pastora. Después, bueno, primero San Agustín, después La Pastora, después Caricuao. Caricuao se convirtió en un espacio de ugueteras y sabaneros. Y bueno, en el caso nuestro, nosotros, nuestra ciudad vientre, fue Caracas. La sabana es el pueblo vientre, pues realmente de ahí es de donde nos hemos estado todos culturalmente. Y aunque somos caraqueñas, la crianza sabanera es la que ha imperado, pues la que se ha mantenido. Los Ugueto estamos emparentados, somos de las 11 familias que fundaron La Sabana, los Ugueto Escobar. Estoy hablando de una historia que se remonta a hace 400 años”.

Lilia Márquez Ugueto es todo eso y además es filósofa por la UCV, doctora en Ciencias para el Desarrollo Estratégico y posdoctora en Pensamiento Crítico Latinoamericano y del Caribe, por la UBV. Le fue otorgado el Premio Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación en 2023.

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Sabe que el origen pesa, incluso mucho más que su formación académica y sus libros publicados y en preparación (es autora de una joya del pensamiento insurgente de estos tiempos: “Pueblo cimarrón. Cuando lo popular se ha hecho poder. Filosofías del cimarronaje”). A Lilia, que proviene de una estirpe de mujeres investigadoras, artistas y maestras del pueblo a las que se siente atada, anda sobre una pista demasiado potente como para no citar la durísima y tierna palabra que le da sentido corporal: ombligación. La puso sobre la mesa, junto al pote de café, porque le pregunté qué pensaba hacer con esos muchachos, estudiantes de la UNC en el trance de zambullirse en la filosofía de las ciencias.

Hay jóvenes ahí con una fuerte carga individualista, cosa normal porque nuestra sociedad fomenta esas actitudes. ¿Cómo pondrás a esos chamos y chamas sobre la pista del ser colectivo?

–Yo creo en la filosofía de la praxis, en eso soy gramsciana. Creo que puedo argumentar lo que sea, pero si en la psiquis de alguien ya está incrustada la idea del individualismo, solamente la práctica va a ser el espacio liberador. Entonces vamos a comenzar con dinámicas grupales. Ya yo pude hacer una valoración y una evaluación de lo que ellos traen. El debate ahí, que a mí me interesa tener con ellos, es saber la casa. Porque además es otra cosa que tiene que ver con mi identidad familiar, la crianza. O sea, si yo creo algo es porque lo creo, pero eso no viene solo, eso viene de un sistema de crianza donde opera la lógica del sálvese quien pueda. Me toca en este momento desmontar eso con mucho amor, porque yo creo que la profesión de docente es una maternidad extendida. Tú no estás formando, tú estás criando, y estás criando científicos con capacidad sensible, no solamente racional. Y en ese debate no es ponerlo frente al paredón, es que él mismo pueda reflexionar sobre las ventajas de producir conocimiento colectivo.

¿Cómo se enseña o se aprende Filosofía en la práctica?

–No sé si tendré chance, pero a mí me gustaría mucho llevármelos a La Sabana, que es mi territorio, que es mi pueblo vientre, para que ellos entiendan un concepto que vengo trabajando desde hace rato, que no es mío, es de Zenobia Marcano: se llama ombligación. Es esa idea metafórica de que estamos ombligados a un territorio vientre, a un pueblo vientre, y que aunque corten el cordón umbilical sigue extendiéndose, porque ahí está la cultura, ahí está lo que somos colectivamente.

Tú hablas desde el “nosotros”, y entiendo que eso es consciente, es un discurso planificado, estudiado, que tú hables de la entidad resistente así, desde el nosotros. Pero también te oí declararles a los chamos que somos criaturas hechas por occidente. Que somos entidades occidentales. Entonces, ¿el pensamiento va por un lado y el lenguaje va por otro?

–No, todo se integra. Ahí comienza el debate andino amazónico de la filosofía con la cuántica, ¿no? Pensar que, independientemente de la defensa, la autodeterminación, en mi caso como mujer negra afrovenezolana yo no puedo negar, desde el español que hablo, que también soy occidental. Y cuando yo entiendo eso, yo recupero, porque yo creo que el espacio americano, que esa invención llamada América, generó procesos de refrescamiento de las culturas. Entonces, cuando planteamos la idea de que somos occidentales, es la identidad americana del fenómeno occidental. Eso no quiere decir que yo esté de acuerdo con la modernidad, y no me trago en absoluto la idea de la nueva modernidad, porque eso es un nuevo racismo, un nuevo patriarcado, un nuevo capitalismo. Hay palabras que no son resemantizables, tú no le puedes dar otros significados porque tienen la colonialidad implícita.

¿Te has sentido desdoblada en esos dos personajes que eres: intelectual y cimarrona? El académico debe atenerse a unas normas metodológicas y estilísticas, pero el personaje cimarrón habla y actúa como le da la gana.

–Yo realmente me convertí en una sujeta, en una persona filósofa. Y yo sí creo en la filosofía popular, creo que desde nuestra clase social, una produce un tipo de filosofía que tiene que ver con las necesidades reales que tenemos como clase social y como género. No me siento desdoblada porque yo creo que escribo como hablo. Claro, en mis libros no digo coño, no hablo de malparidez, aunque creo que en algún momento lo dije: “porque la malparidez occidental…”. La meta que yo tengo es poder llevar mi tesis a lo divulgativo, es sacarla, desenclaustrarla de la universidad. Y realmente yo escribo para la militancia, alguna gente me dice que eso no lo puede leer todo el mundo. Mis libros no son libros de autoayuda, son libros para agitar conciencias.

¿Estás formando formadores?

–Sí. Nosotros venimos de una escuela, que es la escuela de Bigott, donde la escuela hace escuela. Y antes también desde la danza, porque yo fui bailarina muchos años, con Coreoarte, y también había esa intención, que la formación no se quedara en uno sino que se propagara y que se nutriera con lo que los otros y las otras traen.

Ser rebelde y ser cimarrón ha significado históricamente empleo de la violencia revolucionaria, el acto extremo del rebelde de todos los tiempos. ¿En qué momento la rebelión dio un salto hacia la invasión de los espacios académicos? Te oí decir que la universidad es un espacio de lucha. ¿En qué momento ocurrió o se detectó eso?

–Creo que en América Latina y en el sur global, esa imagen de Fanón de “Piel negra, máscaras blancas”, siempre ha tenido su contraparte. O sea, existen máscaras académicas, pero desde ahí han producido teoría sustantiva desde la racialización, y creo que eso es importante. Yo siempre les digo a los chamos que hay una imagen que me gusta mucho del Che Guevara, que es que la universidad se tiña de pueblo, ¿no? ¿Y qué significa teñirse de pueblo en el sur global? Ese pueblo que no es nada más proletario, que también es racializado, y a partir de esa construcción del racismo y la idea de raza, cómo desactivar la bomba colonial que está dentro de los espacios. Yo creo que el cimarronaje, y ahí acompaño al profesor José Marcial Ramos Guédez, cuando plantea que nosotros estamos haciendo cimarronaje académico. Y eso me parece maravilloso, porque el cimarronaje académico no entra en disputa contra la academia. Zygmunt Bauman hablaba de la “modernidad líquida”, el cimarronaje también es líquido y penetra por las grietas que deja el sistema, y además eso es otro mito que hay que destruir. O sea, el sistema de colonización lo hacen seres humanos. Entonces, tienen las mismas falencias que tenemos todos. Pero nosotros tenemos una ventaja: que los conocemos a ellos y nos conocemos a nosotros, y eso nutre muchísimo más la lucha.

Sobre los temas que todavía se consideran tabú. Así uno personalmente crea en algunas de estas cosas, en nuestra revista digital (que va sobre ciencia y tecnología) tratamos de no tocarlos. Pero no aguanto las ganas de preguntarte: expresiones como la magia y esos saberes criminalizados por esotéricos o por no amoldarse a lo que conocemos como ciencia, ¿van a tener cabida en la universidad o por lo menos en tus clases?

–Bueno, yo ahí recupero el debate de los años noventa, del Grupo de Investigación Modernidad-Colonialidad, que surgió en Colombia. Con el tema de hacer visible el racismo epistémico, que es un racismo científico, que va desde la craneología, esa idea de medir los cráneos para medir la inteligencia a partir de la forma, hasta la omisión de saberes que son ciencia, que se producen del ensayo y error y de lo sistemático. Yo creo que en la discusión sobre Ciencia Abierta el planteamiento puede rescatarse cuando es apropiado. Cuando la ministra Gabriela estaba en esos procesos de promoción de la Ciencia Abierta, durante aquella visita de la UNESCO, me quedé con lo que me funcionaba, para construir conocimiento desde adentro, desde el interior de la cultura afrovenezolana. Porque creo que la ciencia lugarizada, situada, es la potencia. Yo creo que ahí está la potencia. Es poder hacer de la interculturalidad la praxis real de todos esos conocimientos que fueron subestimados por racismo epistémico para la producción de conocimientos en el área de salud, en el área de de agricultura, en el área de la botánica, en líneas generales, para poder vivir. Yo no creo esto sea una teoría alternativa, es la nuestra. En todo caso, lo alternativo sería lo que nos llega de occidente. Ese debate civilizatorio, sobre la guerra civilizatoria, no es una moda y siempre ha estado presente.

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Periodista, escritor y editor

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