Si alguna tarea es de importancia y urgencia a estas alturas del siglo y de la Revolución, consiste en levantar, o en mantener arriba, nuestra autoestima como pueblo y como país. Promover el ánimo combativo mínimo necesario para masificar una idea que ya muchos decimos, pero que nos cuesta creer o ver en acción: para ganar los combates contra todo enemigo contamos con un recurso invalorable, que es la vocación del creador que improvisa, ensaya, Se equivoca y vuelve a intentarlo, hasta que lo logra.

Aquello que Simón Rodríguez proponía como búsqueda primordial (no seguir copiando) y aquello otro que Luis Zambrano elevó a categoría práctica (no espere a aprender para ponerse a hacer: haga para que aprenda) ha sido y sigue siendo ejercicio cotidiano en los rincones de Venezuela. Pero falta el conector, la bisagra, el pegamento de alcance nacional que nos permita ver esos miles de fenómenos y procesos en su conjunto.

Estuvimos a punto de ser un país. Nos mirábamos en un mismo espejo (aquí, especulando: espejo y especular provienen de la misma raíz) hasta que llegaron los invasores y casi nos convencen de que éramos varios países y que nos odiábamos: llaneros, centrales, gochos, maracuchos, indígenas, como pedazos separados de un espejo roto.

Hasta que llegamos aquí: ¿qué tiene que ver el genio creador de sistemas de riego de los Andes con la insólita capacidad para construir e impermeabilizar canoas y embarcaciones en los pueblos caribe de Oriente? ¿A cuenta de qué un equipo de comunicadores se propone detectar el espíritu común que emparenta a la cultura de la yuca en Amazonas con el destilado del cocuy en Lara y Falcón?

Respuesta única: somos inventores. En las páginas de la revista veremos cómo se termina de ensamblar ese necesario espejo venezolano.

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