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La huella del ancestro a ras del suelo

En La Maporita los pobladores están orgullosos de los numerosos vestigios de culturas originarias que se consiguen sin esfuerzo, a la intemperie. Segunda parte de una serie, producto de visitas a monumentos y yacimientos arqueológicos en el estado Barinas

por Nelson Chávez Herrera
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Texto y fotos Nelson Chávez Herrera

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Imaginen empezar a cavar en el patio de su casa un hueco para hacer un fogón y encontrarse con cinco esqueletos. Susto. En un caso como este, ¿a quién se debe llamar?

El sitio donde esto le ocurrió a la señora Ramona Rivero y a su hijo Leonardo Silveira hace 24 años (año 2001) se llama La Maporita, en el municipio Rojas del estado Barinas.

Supuestamente en el lugar de los acontecimientos hay un “museo de sitio” o museo comunitario; avanzamos sin saber si existe de verdad o si estará abierto. Por la carretera de Sabaneta a Puerto Nutrias pasamos Mijagual, Libertad, Dolores; más adelante un pequeño letrero sobre la vía señala La Maporita. Dos mujeres, quienes caminaban por el terraplén, nos entregan indicaciones precisas: “la señora Ramona murió, su hijo vive después del fundo bonito cercado, es la tercera casa a mano derecha”.

Leonardo Silveira conversaba con unos amigos a la sombra de unos árboles cuando vieron llegar a su casa un sospechoso automóvil rosado. Una de las personas presentes era su amigo Luis Uzcátegui, profesor de la escuela de Espinitos, municipio Sosa. Allá también, cuenta Luis, se han encontrado vasijas, restos de cerámica, figurines, estatuillas antiguas hechas por indígenas. Leonardo a su vez es profesor en la escuelita “Dominga Ortiz de Páez”, aquí en La Maporita.

¿Cómo fue el hallazgo, se asustaron?

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–¡Sí, señor! Haciendo un hueco para hacer un relleno de un fogón hallamos una huesera y lo volvimos a tapar. Había cuatro varones y una sola hembra. Había uno que tenía como que eran doscientos, trescientos y pico de años. Quienes vinieron a revisar tenían todo eso especificado en una libreta. Ahí lo único que salía completo más que todo era el cráneo. Se sacaron de ese sitio tres tinajas, dos se llevaron quienes vinieron a hacer el desenterramiento y una quedó aquí.

Esa tinaja la llevó Leonardo para la escuela donde trabaja, para que los niños y niñas la vieran y pudieran familiarizarse con la idea de estar habitando un territorio donde moraron pueblos indígenas muy antiguos. “Como iba a hablar de la cultura y eso, agarré la tinajita y me la llevé para allá antes que se partiera aquí. Siempre las gallinas escarbaban, se encaramaban y podían tumbar eso. Yo soy ahorita en la escuela el coordinador del Proyecto Todas las Manos a la Siembra (PTMS)“.

¿Cómo llegó aquí la gente que hizo las excavaciones?

–No sé quién le pasó la información, yo sé que esa gente llegó para acá, y sabía que aquí era un cementerio indígena. Llegaron, hablaron con mi mamá y le dijeron que si les permitía hacer unas excavaciones por ahí, para estudios del suelo y no sé qué más.

Declarada la intención científica del equipo, la señora Ramona les permitió trabajar. Días antes le había negado esa misma autorización a un huaquero, un saqueador de tumbas, quien sin prejuicio alguno le dijo que quería escarbar para encontrar la huaca, los reales, la botija, las morocotas. El equipo de antropología culminó el desenterramiento, le enseñó algunas técnicas de excavación a la gente de la comunidad y se llevó los restos óseos para tranquilidad de la señora. Leonardo no sabe donde están esos restos, espera que en algún museo o en una universidad siendo estudiados.

“Nosotros ayudábamos a cavar hasta cierta profundidad y ahí se encargaban ellos con cuidadito, con la espátula y la brocha, y ahí se ponían a hacer los estudios al suelo. Ya en dos cuartas se veía como cambiaba la consistencia de la tierra, sacaban pedacitos de lozas. Entonces, cuando ya había no muchas lozas decían, ‘vamos a dejarlo hasta ahí, no sea que haiga algo ahí y lo echemos a perder’. A un metro o un metro veinte es donde empiezan a hallase las figuras más completas. Ollas completas. Hay tinajas, hay muñecos, y les hacían todas sus partes del ombligo y hasta la totona, el pipí si era hombre. Todo, le hacían todo”.

–Así hemos sacado varios en Espinitos-, señala el profesor Uzcátegui.

¿Para encontrar restos de esta loza milenaria aquí, actualmente, qué hay que hacer?

– Barrer, y si alguien quiere llevar echarlos en una bolsa –responde Silveira con frescura.

Aunque parezca absurdo, a diez metros de la casa, donde fueron hallados los restos humanos y las vasijas, todavía se recogen por kilos los trozos de cerámica fabricada por pueblos originarios, nada más barriendo el piso.

“Todo era aquí en este espacio. El cementerio era aquí, estaba determinado, y allá (señala como a diez metros) se topó un pozo, que se dice que de ahí es donde los indígenas sacaban las arcillas, porque ese pozo, él se seca y tu lo ves sequito, pero tu das dos palinás y de una vez mina el agua. Que nosotros le metimos una máquina ahí para ahondarlo, pa’ hacé una cava cachamera y no pudimos, porque la máquina se estaba enterrando”.

Detallazo aparte: en esta pequeña parcela comprada por la señora Ramona Rivero hace treinta y cuatro años a un señor de apellido Parra, también hay tres montículos.

¿La gente que vino hizo excavaciones en los montículos?

– Los montículos nunca los excavaron. Los montículos no se tocaron.

Un montículo en los llanos venezolanos es una elevación de tierra construida por pueblos indígenas hace miles de años. Según fuese su tamaño sobre estos se construían templos, casas o atalayas de vigilancia. La altura de estas obras de ingeniería van de 1 a 15 metros y su diámetro puede llegar a medir hasta 90. La forma de hacerlos la explica José Esteban Ruíz Guevara en su libro “Piedras Herradas”:

La investigación de una de estas estructuras, ubicada en el Hato de la Calzada, permitió distinguir tres fases en el proceso de construcción. La primera consiste en la preparación de una base solida compuesta por material duro (en este caso cerámica fragmentada). Seguidamente los constructores procedían al levantamiento de la estructura propiamente dicha, mediante la superposición de capas de tierra a las que se le iba dando forma de una pirámide o un cono trunco coronado por una plataforma superior.

Caminamos por entre el monte seco para ver los montículos. Las hojas y el chamizal crujen a nuestro paso. “Los tres montículos están ajileraos (alineados). Ellos van en una sola dirección, y aquí son esos tres montículos, todos de este lado del caño”.

La localización de estos restos coincide con la descripción de montículos y calzadas en esta zona desde hace centurias. En un libro inédito de su autoría, el historiador Nelson Montiel refiere a Juan de Castellanos, Alexander Von Humbolt y Raúl De Pascuali, quienes señalan la presencia de montículos, algunos unidos por calzadas o caminos elevados construidos, en las zonas que van desde Guanarito (Portuguesa) hasta Santa Rosa (Barinas) y de Mijagual (Barinas) a Caño de Hacha. Justo el área geográfica donde se ubican los montículos erigidos en los predios del fundo donde Leonardo Silveira vive con su esposa Cecilia Salazar y su hija Esthepani Silveira, aparentente unidos por una calzada de unos pocos centímetros.

El montículo más al norte está cubierto de matorrales; el del medio, entre los arboles de mazaguaro y mora, el tercero y más al sur al borde de un potrero grande y plano, dividido entre el predio de Silveira y el de su vecino. Este promontorio es enorme. Debe tener un radio de más de 15 metros y una elevación de 4 a 7. Hay que bajarse hasta el nivel del llano para percibirlo. En muchos lugares del país un montículo puede pasar por una elevación natural del terreno, pero en el llano (y mucho más mientras más cerca se está de las sabanas de Apure) no hay lomas, ni piedras; cualquier loma que usted se encuentre alguien la construyó, y cualquier piedra, alguien la trajo. Esta e la señal más obvia de que nuestros antepasados trabajaron allí, hicieron ingeniería y construcción.

La cima del montículo mayor está tapizada de restos de cerámica. En nuestra presencia, Leonardo Silveira raspa el suelo con el pie y remueve algunos trozos con la machetilla, rasguña la tierra y los toma con las manos: hay millares, posiblemente millones de restos de objetos fabricados hace miles de años por la gente que aquí vivía. “Mire como están los pedacitos aquí. Aquí es donde hay restos de cerámica”.

La condición superficial de los restos hace pensar, si atendemos al registro de su construcción, que ésta pudo ser la base de un montículo mucho más alto que se ha ido desgastando, erosionando durante miles de años. Según los estudios arqueológicos de Alberta Zacchi estas construcciones datan del 500 a.c (más de 2.500 años antes del presente) y habrían sido levantados, si atendemos a los trabajos sobre “áreas culturales” de Miguel Acosta Saignes, por pueblos indígenas arawacos occidentales de los grupos caquetío, jirajara y achaguas.

Uno de los problemas de no hacer un trabajo arqueológico de protección y de resguardo en esta zona y de no tener una legislación clara al respecto, es que los montículos siguen día a día despareciendo. Una de las causas más comunes es que los dueños de la tierra donde están ubicados los montículos los destruyen con maquinaria (esa denuncia se viene haciendo desde hace más de cincuenta años sin resultado alguno) para sembrar o hacer más potreros.

“Para nivelar. Porque como te diste cuenta, más acá del montículo es bajito. Entonces, el dueño de la tierra agarra y zumba esto pa’ allá buscando nivelar la tierra. Porque mira, todo tiene pasto menos el montículo. Pero en el invierno el ganado lo utiliza para dormir, esa es la ventaja, duerme el ganado en lo sequito. Por eso te digo, por acá no vas a conseguir así montículos porque ya todas las tierras están mecanizadas. Esto tiene 34 años con nosotros. Esto nunca ha sido mecanizado. Esto era pura montaña, nosotros fuimos los que tumbamos” –puntualiza Silveira.

¿Qué quisieras tú que se hiciera aquí, con estos restos arqueológicos?

–No pues ustedes son los que me dicen. Este proyecto era una escuela para los niños, para enseñarles nuestra cultura, nuestros aborígenes. Para eso se hizo esa casa, para dar las clases, y luego quedó abandonada.

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Escritor, filósofo e investigador

1 comentario

Ramón Arroyo 7 junio 2025 - 20:05

Excelente referencia a las zonas antiguas de los Caribes por estos llanos Wuarineses. de los Warinas.

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