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Lecturaleza: leernos desde lo que fuimos

"Las ciudades son un gran campesinado luchando contra el tiempo": con esa filosofía y premisa se levanta en varios territorios la propuesta de guiarnos por el saber ancestral y no por la educación castradora de la Era Industrial

por Alejandro Silva Guevara
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Alejandro Silva Guevara / Fotos Abraxas Iribarren

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Zeleika Durand es parte de un grupo de luchadoras y luchadores que está tratando de rescatar parte de lo que nos constituyó e identificó como pueblos que coexistíamos en armonía con la naturaleza, con los ciclos del agua, de las siembras, con un aprendizaje orientado al desarrollo de la agricultura, la pesca y otras actividades alimentarias. Para ello están recolectando información sobre lo que han denominado el “Calendario Productivo Sociocultural”, actividad que inicia el año 1996 en Sanare, población del estado Lara, y se consolida como un movimiento básicamente pedagógico para el año 2000.

“El calendario agrupa la visión social y cultural dentro de las comunidades”, afirma Durand mientras explica las particularidades presentes en las diversas zonas geográficas del país, porque no es igual la educación que se recibe en una ciudad como Caracas que la que debe impartirse en localidades rurales, donde son otras las realidades en torno a la vida y su desarrollo.

Aún en muchos caseríos y zonas alejadas del centro nacional, encontramos que la oralidad, las parteras, las plantas de múltiples usos, la alimentación basada en recursos accesibles, las fiestas locales, los ciclos del agua y de los tiempos de siembra y cosecha, así como otras manifestaciones particulares, son los que conforman el calendario indígena. Toda esta información es recopilada y compartida en algunas escuelas de esas comunidades con el fin de hacer una identificación territorial de cada uno de esos elementos. Parte importante de esta labor es el aporte de los ancianos desde su experiencia, la que comparten con las nuevas generaciones en los centros educativos. Allí hablan de la realización de panelas, de las tortas de jojoto, sobre cómo era la cría de animales para el consumo (gallinas, cerdos, etc), las formas tradicionales de tejer y de las fiestas con sus orígenes, cuándo se celebraban y por qué se hace hasta ahora, entre otras costumbres almacenadas en sus vivencias.

“Se trata de un rescate de la memoria y de analizar las razones por la cuales esas tradiciones quedaron de lado, y el papel de la academia en esta realidad. La academia, en algunos casos, enseña que este conocimiento es vulgar y carente de relevancia”, afirma Durand sobre el papel que ha tenido la educación moderna sobre nuestros saberes ancestrales. Afirma que el calendario no es más que una construcción colectiva alimentada por muchas personas que se han ido incorporando a lo largo de estos años a través de convenios y con la presencia de campesinos, y también de profesores universitarios ganados a la idea de volver a nuestras raíces.

La idea que se quiere concretar es la discusión constante de temas consensuados buscando el rescate de cuanto fuimos, que la memoria extraviada sea rescatada e incorporada como un aporte fundamental en la formación de niños, niñas y adolescentes en todo el territorio nacional.

Investigación y práctica en beneficio de las comunidades

El calendario ha dado algunos frutos. Tomando en cuenta que esta organización no cuenta con más recursos que los propios –se autofinancian–, y en ocasiones obtienen apoyo por convenios, es un trabajo lento pero no ha parado desde los días de un encuentro en Sanare, lugar en el que lograron dar respuesta, en algunas zonas rurales donde el campesinado vive de la siembra y la cosecha, al tema de la deserción escolar.

Según las estadísticas, a fin de año muchos jóvenes no terminaban el periodo de estudio, así que abordaron el problema desde varias visiones de los posibles porqués y pudieron concluir que se debía a los ciclos de siembra; los estudiantes se veían en la obligación de apoyar a sus familiares en el trabajo del campo y esa era la razón principal de los altos niveles de ausentismo escolar y de aplazamientos, porque estaban en las faenas. Tomando en cuenta esta realidad, lograron que el sistema escolar cambiara las fechas para que los jóvenes pudieran trabajar sin perder el año.

Este trabajo se realizó con la presencia de observadores y estos no solo precisaron el problema de la deserción escolar, sino que pudieron poner en la mesa de discusión otros aspectos de vital importancia como los ciclos de lluvia y sequía, las estrellas y su influencia en las actividades, el clima, y cómo influye todo esto en sus celebraciones, en su dieta, etcétera. Estas experiencias, luego de ser aplicadas en Sanare, se llevaron a otras zonas rurales del estado Miranda. El resultado fue que se modificó el calendario escolar y se adaptó a las necesidades de ciertas comunidades específicas con mucho éxito.

Ahora, tomando en cuenta la diversidad geográfica que ostenta nuestro país, Durand afirma que la división territorial en estados debió hacerse agrupando zonas que comparten características similares en cuanto a clima, suelos, altura, y otros elementos que podrían facilitar vivir mucho mejor a los habitantes.

Las biorregiones y su importancia

Hasta ahora, por tratarse de un equipo pequeño para toda la tarea que supone este tipo de estudios, Zeleika habla de cuatro biorregiones que han podido identificar por las similitudes que tienen entre ellas: biorregión Caribe, ubicada en el centro del país, precisamente donde se tiene información histórica de que habitaron los caribes; biorregión Cumbe, que está ubicada en la zona “afro” de Yaracuy; biorregión los Andes, o “Camino de Libertadores”, que se ubica en el Valle del Momboy y las cuencas del estado Trujillo; y biorregión Sucre, ubicada al oriente del país y que resulta de vital importancia porque, entre otras virtudes, ella posee un muro de manglares que detiene los huracanes cuando estos están de temporada causando desastres por el Caribe.

“En cada uno de estos sitios, y en todo el mundo, el tema del agua es vital, transversal”, afirma Zeleika, mientras refiere que no tenía conocimiento sobre la siembra de agua, que es una actividad que se realiza con timidez y que debería ser obligatoria en todo el país. En esa dirección el equipo dirige parte del trabajo, comenzando por donde se debe comenzar: por enseñar su importancia en las escuelas primarias. Hasta ahora han logrado armar equipos en zonas rurales donde hay niños no solo sembradores, sino defensores del agua y en los que los ancianos les indican el camino.

Para lograrlo han consolidado un pequeño currículum escolar que posee tres módulos en los que las y los estudiantes adquieren de forma gradual, parte de ese rescate de la memoria que se busca con esta labor: la siembra del agua, retomar el trueque como actividad económica y la lecturaleza, que consiste en que los niños, niñas y adolescentes son guiados en constantes recorridos en su entorno inmediato como una herramienta muy valiosa en la adquisición de conocimientos, además de que se trata de un sistema de estudio y una técnica de investigación efectiva: “No nos estamos reinventando, solo estamos tratando de volver a nuestra memoria ancestral, a nuestra cultura conuquera, buscando, entre otros cambios, lograr hasta la descolonización del paladar”.

Zeleika Durand dedicó su vida a la educación. A pesar de haber nacido en El Callao, estado Bolívar, y nunca haberse desvinculado por completo de sus raíces, realizó sus estudios académicos en el centro del país, por lo que entiende muy bien las diferencias profundas que existen en lo que ella considera dos niveles educativos distintos: “Hay dos tipos básicos de escuelas: las de las paredes, y la real. Las ciudades son un gran campesinado luchando contra el tiempo”.

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