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Biografía de una bandola

por Aldemaro Barrios
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Aldemaro Barrios / Fotos Nathan Ramírez

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Quién iba a pensar que en un pueblo piedemontano de la franja nortellanera de Venezuela una gente musical preservaría los dotes de un conocimiento ancestral que se remonta al siglo I de la historia de España, o de una cultura árabe antigua que, a punta de pechos de caballos moros, pero también con la música encantadora del laúd, conquistaron pueblos y territorios. Y que la extensión cultural, en variaciones del mismo tronco melódico y armónico ya convertidas en bandola, cobraría adeptos en Venezuela, en el oriente y Barlovento y finalmente en San José de Guaribe y luego en el país cultural, con la sonrisa campesina ingenua de un Joan Stephan García, que en criollo guaribero es Juan Esteban García.

Poco supo Juan Esteban, el intérprete de la bandola guaribera, y su luthier primo hermano Alejandro Arzola Parariá, del maestro luthier iraquí del antiguo laúd, Abul Hassan AliIbn Nafi o Ziryab (Pájaro Negro) que sus trastatarabuelos musicales venían rodando desde Irak, recorrió el norte de África y se asentó en los dominios andaluces de Aderraman II en la península ibérica, y que de allí, luego de finalizar el dominio árabe en España en 1492, esos instrumentos viajaron en galeones hasta Margarita y luego se transformó y desparramó por la cordillera montañosa de Barlovento.

Allí un señor margariteño de apellido Marcano y otro Matute enseñaron con memoria oral a una nueva generación de músicos y particularmente a un joven originario de apellido materno Parariá, del caserío montañoso La Tomuza en los años 40 del siglo XX, esa herencia ya transformada en bandola de ocho cuerdas metálicas que aun Marco Arzola (hijo) y Ramón Sáez (Macaira) siguen fabricando en Guaribe en la punta noreste del Guárico.

El temperamento de Ziryab lo describe Rafael Salazar en el libro “El Mundo Árabe en nuestra Música” (OPEP-PDVSA 2000) cuando le dijo al Califa: “Tengo mi laúd que yo mismo he construido, y he desconchado la madera; yo la he trabajado para adelgazarla y no me gusta tañer otro laúd, lo tengo ahí en la puerta del Palacio. Permítame el Emir que lo pida (Rivera y Tarrago, p.103).

Lo mismo le ocurrió con Juan Esteban García en la sede de Pro Venezuela de Caracas cuando en 1979 fue invitado a tocar sus “Florecitas” y le entregaron una bandola para iniciar el concierto. Cuando empezó a afinarla se dio cuenta que no era su bandola y un poco molesto, con el micrófono abierto, dijo: “Esta no es mi mierda, denme mi mierda…”. Lo que exigía Juan Esteban era su bandola, fabricada por su primo, el luthier Alejandro Arzola Parariá.

Esta breve reseña indica que hay una relación orgánica del fabricante con el ejecutante, lo que nos lleva a pensar que hay una relación armónica luthier-ejecutante, pero la hay también entre las maderas y el luthier que con destrezas permite que un instrumento se comporte aceptablemente ante las exigencias melódicas y armónicas del ejecutante. Es una ecología musical que ocurre cuando los virtuosos se juntan.

Primero el huevo o la gallina: el luthier o el músico

El punteo musical de Juan Esteban García no fue aprendido en una escuela de música sino viendo y observando, a veces ocurre el maravilloso acto de la creación sonora y nada se escribe, sino que se graba en la memoria oral repitiendo los tonos con el método bocca chiusa y grabando en la mente cada variable sonora del “invento”, como lo señala el docente Régulo Hernández, bandolista e instructor de bandola en los espacios culturales de Guaribe.

Juan Esteban nunca escuchó los acordes clásicos de clavecín ejecutados por el afamado músico francés de origen saboyano Joseph-Nicolas-Pancrace Royer y su pieza magistral “La Remouleuse” (El Molinillo). Sin embargo “Las Florecitas”, un punteo (sin plectro) de Juan Esteban García en bandola de 8 cuerdas, nada tiene que envidiarle a esos clásicos de Pancrace Royer o del mismo Joan Sebastian Bach.

El profesor y clavecinista venezolano Abraham Abreu hizo una comparación de las claves y los acorditos de Fulgencio Aquino (arpa tuyera) o Juan Esteban García con los clásicos del clavecín como Joan Sebastian Bach en el audiovisual de Luis Armando Roche titulado “Virtuosos” (2001). De acuerdo a esto pudiera pensarse que tales creaciones criollas nos vienen desde la más exquisita música europea para América, pero y ¿por qué no puede ser al contrario?

¿Cómo pudo un campesino que venía de unos montes escondidos en la geografía de la Serranía Maestra del Interior en Venezuela, ser capaz de crear tan formidables piezas musicales? La relación con la naturaleza, la capacidad para aprender las bases de las claves musicales y ser capaz de transformar lo perceptivo del entorno natural en notas sobre unas cuerdas metálicas y la relación simbiótica con un luthier que hablaba su mismo lenguaje.

La escuela del aprendizaje musical por observación sigue su ruta en Guaribe, así como los lutiers que hacen posible que perdure la fabricación de la bandola Guaribera de 8 cuerdas metálicas. Ahora las montañas de los maderables musicales nos llaman a preservarlas y reproducirlas porque sin montañas no hay luthiers y sin lutier no hay instrumentos.

Los nuevos luthiers

En alguna ocasión le pregunté a Juan Esteban García, teniendo de testigo al poeta Luis Albero Crespo cuál era la mejor madera para hacer bandolas. El maestro contestó sin dudar: “…de la tabla más vieja de un cedro amargo”.

Así lo decía también Alejandro Arzola Parariá, cuya natividad se realizó en las tierras frías y altas del Miranda cupireño, en la segunda década del siglo XX, en un sitio que pocos nombran pero que tiene una significación especial porque es la única toponimia que guarda el nombre de antiguos guerreros originarios conocidos como Tomuzas, así se llama el caserío donde él pegó su primer grito como dice el poeta Luis Alberto Crespo.

Allá solo hay montañas hoy, selva y a lo mejor alguno que otro conuquero que sobrevive en la lejana distancia serrana, donde antes había mucha gente, donde siguen trinando los turpiales y el conoto bucareño colgando de esos enormes patrones forestales floridos de rojo carmesí que pasean sus alturas entre la neblina mañanera.

Esos mismos que le dieron las primeras notas a su alma de constructor de instrumentos musicales, Arzola Parariá, para el deleite y la fruición musical.-De sus manos salieron las octocuerdas que Juan Esteban García, el “Geógolo de la Bandola1 por su propio decir, tocó en todos los bailes y conciertos que en vida ofreció para hacerse eterno entre el pueblo venezolano y el mundo, el autor material de las creaciones instrumentales fue de Don Alejandro Arzola Parariá.

Desde que Arzola Pararía aprendió en Río Chico (Miranda) a blandir la bandola con los maestros Marcano y Ángel Matute en los años 40, no dejó de enseñar, los consejos a su hijo Marcos y discípulos fueron acompañados de la sabiduría y sapiencia de antiguos aprendices. Por eso es que el Maestro Parariá tuvo esa categoría que se ganó por años de enseñanza, de la mano de Ángel Matute y Pedro Pablo Arteaga en un barlovento que no se olvidó y que quedó grabado en las memorias musicales de Víctor Armas Papiro en El Guapo, el Maestro Rural y mejor ejecutante de la bandola barloventeña en la actualidad.

No existen registros sonoros ni escritos de esos viejos maestros, pero si escuchamos las grabaciones de la bandola de Pedro Pablo Arteaga hechas por Omar Larez desde Río Chico en los años 60s, en un tiempo remoto, podemos intuir ese sonido ancestral que el negro tomó para vibrarla al ritmo del tambor, seguramente así sonaban las primeras bandolas que oyó Parariá y que aprendió a tocar y luego a construir con sus diestras manos originarias y a la que luego le dio personalidad musical.

Su último gran aporte para la conservación del instrumento fue la escuela que constituyó junto a Fernando Millán en Clarines estado Anzoátegui con apoyo de PDVSA y de donde han salido nuevas promesas de lutiers que dan continuidad a la obra del maestro Alejandro Arzola Parariá, a iniciativa propuesta por el maestro pintor Manuel Espinoza, nativo de Guaribe y residenciado en Clarines.

Todos los lutier consultados coinciden en señalar que hay un componente emocional afectivo en la fabricación de una bandola como la guaribera y es el amor y la pasión del lutier que en palabras de Marco Arzola dice “cada vez debe hacerlo mejor y con cariño” como se lo indicó su padre.

Ramón Sáez, “Macaira”, otro discípulo de Arzola Parariá, al explicar la manera como se hace un instrumento evoca a su maestro Parariá. “El instrumento hay que hacerlo con cariño, hay que ponerle empeño, eso no lleva martillo, no lleva clavos, eso lleva es pegamento, lija y el tallado con la mano, con el cuchillo, el Maestro decía que eso era como acariciar una muchacha, justamente es igualito, tienes que pasarle la mano porque lo que tú no ves, lo sientes”.

Desde que Alejandro Arzola Parariá fundó su taller de luthiería en San José de Guaribe en 1973 y la nombró “La Nacional”, el apelativo que ya decía mucho, cuando formalizó el oficio de lutier ya era un artesano curtido en destrezas manuales, sus alpargatas eran muy solicitadas, igual que sus “toques” en bandola.

De allí lo señalado por Sáez ,que los instrumentos que ellos fabrican en “La Nacional”, son requeridos desde Caracas, Puerto La Cruz, San Juan de los Morros y otras ciudades donde reclaman sus cuatros y bandolas de ocho cuerdas, aunque también guitarras y bandolinas con menor frecuencia.

En la relación simbiótica luthier-maderas, Sáez señala como lo indicó Juan Esteban García, la mejor madera es la añeja “para un instrumento bueno tiene que ser una madera seca de años, porque maderas nuevas se abren, en el caso de cedro, caoba, pardillo que son las más usadas”.

Por lo indicado por Sáez, no es fácil conseguir maderas de cedro amargo añejas, se consiguen tablas viejas curadas ocasionalmente, en el caso del acapro (Tabebuia serratifolia) la caoba y el granadillo que se usan para el puente y para el diapasón, porque son maderas muy duras.

El tiempo de la fabricación de una bandola puede ser de dos meses aproximadamente, pero dependen de las variables como el clima, de allí que el calor ambiental y el sol muy fuerte permiten que los pegamentos y las maderas se extracten correctamente, porque el frio o la lluvia afectan el proceso de adhesión de las pegas y el laqueado de las maderas.

Durante el proceso de formación en los talleres de luthieria que se impartieron en Clarines con el apoyo de PDVSA en 2007, las clases magistrales fueron coordinadas por Fernando Millán e impartidas por los maestros Arzola Parariá y Oscar García. Entre los integrantes de aquella cohorte dos fueron los participantes de Guaribe que se entrenaron en la especialización constructiva: Ramón Sáez y Miguelito Díaz, hijo de un bandolista de Tucupido del Llano radicado en Guaribe del mismo nombre Migue Díaz, mejor conocido como “Macaco” hoy desaparecido.

En aquel Taller de Lutieres donde todavía persiste Fernando Millán, que fue coordinador e instructor, participaron Ángel Cuares de Clarines, Jorge Medina de Barcelona, pero además cerca de 15 jóvenes de la zona que conservan las enseñanzas de los maestros, un verdadero vivero humano que debe ser reactivado para las futuras generaciones.

Los interpretes

Los interpretes de abajo, es decir “Los Yabajeros” o lo que es lo mismo del pueblo, tocan un poco distinto a los de arriba o montañeros, los primeros más estilizados, los últimos más rústicos y más asociados con el uso y naturaleza de los instrumentos de trabajo conuquero, la mayoría de ellos vegueros como los Solórzano Ron de Guaribito.

Saúl Vera para la publicación de una nueva generación de intérpretes de la bandola de Guaribe, auspiciado por el CONAC en 2002, recogió información que comparto: “El golpe Yabajero, también es mencionado como «Llabajero» (por que alude a la música de ‘allá abajo’ según le comentara el bandolista de Carúpano Luis Miranda al musicólogo Rafael Salazar).”

El músico e investigador Vera precisa: “Para el intérprete de la bandola de Guaribe nacido en Guaribito en 1953, Gaspar Solórzano, Golpe Yabajero o llabajero, es la designación para un tema musical de varias partes (joropo, guabina encierro, llamada de guabina, encierro de guabina, yaguaso, remate o tramao) que se toca de forma recia y que se entiende y percibe como autóctono de la zona, como auténtica expresión cultural de esa región. Nos lo dijo más directamente: Yabajero (llabajero) es «vergagiao» aludiendo a la acción de golpear con una verga de toro seca.”

La bandola guaribera ha tomado nombradía nacional desde que Juan Esteban se encontró con Luis Armando Roche y grabó el primer disco titulado Bandola Oriental en 1976, luego los Talleres de la Bigott en los años 80 y cuando apareció en la televisión nacional con el grupo Un Solo Pueblo, quienes le dieron apoyo hasta su último aliento, aunque ya antes tuvo una presentación en el Aula Magna a propósito de unas protestas campesinas por la tenencia de la tierra en Los Cantiles, su lugar de nacimiento, donde participó Juan Esteban con su bandola en 1973.

La secuencia histórica tanto de la luthería y la interpretación de la bandola guaribera puede perdurar cien años más, si se mantienen los estímulos a la enseñanza de las nuevas generaciones y se genera una recuperación forestal de los maderables del oficio, así la bandola Juanestebana, que ha sido pulsada por discípulos como José Ignacio Hernández que la ha llevado a páginas digitales y a la enseñanza de las mismas tonalidades pero en bandola llanera de cuatro cuerdas desarrollando procesos de aprendizajes en Valle de la Pascua en Guárico.

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1 comentario

Milagros Figuera 10 septiembre 2024 - 12:40

Gracias, Amor y Luz.
Las Bandolas son esencia de nuestro gentilicio, hay que sembrarlas y cosecharlas en nuestro corazón.
Bendiciones infinitas.

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