Roberto Malaver
Un venezolano, huyendo de la justicia, llega a una isla desierta y allí se encuentra con un grupo de personas que no lo reconocen, no lo sienten, no lo miran. Allí está un primer pasaje de la novela La Invención de Morel, escrita por Adolfo Bioy Casares, y publicada en 1940. Se convirtió en un clásico de la literatura de ciencia ficción. Y es la novela que sigue recordando a Bioy Casares como un maestro de la literatura universal .
En el prólogo de la novela, su amigo, Jorge Luis Borges escribe: “La novela despliega una odisea de prodigios que no parecen admitir otra clave que la alucinación o que el símbolo y plenamente los descifra mediante un solo postulado fantástico pero no sobrenatural”.
El fugitivo comienza a vivir en la isla. Y un día descubre una serie de personas que están allí. Entre ellas una mujer. Más tarde, logra saber el nombre de la mujer gracias a que escucha su nombre de boca de un jugador de tenis que está con ella, se llama Faustine. Y el jugador de tenis es el científico Morel. El fugitivo no entiende cómo esa gente no lo mira ni se enteran de su presencia, en cambio él sí los observa y los escucha. Y ahí comienza su preocupación.
Más tarde se encuentra con un diario del científico Morel. Este científico había invitado a estas personas a pasar una semana en la isla para filmarlas y hacerlas eternas. Y lo logra a través de su invento. Una “máquina que genera una suerte de realidad virtual, basada en la fusión de tecnología cinematográfica y holográfica, inmerso en un atroz eterno retorno que reproduce una semana en la isla” (1).

El fugitivo se entera entonces de que todas las personas que mira diariamente y que se repiten en sus diálogos, no son más que imágenes virtuales. Que fueron grabadas y se quedaron allí para siempre. También se entera de que la máquina –el invento de Morel- “funciona de manera continua porque el viento y las mareas le aportan energía cinética, lo que permite su funcionamiento ilimitado y proyectado a través del espacio/tiempo a la mejor manera arquetípica de un eterno retorno Nietzscheano” (2).
El fugitivo descubre además, que la máquina para reproducir a un ser, este debe morir. Como se ha enamorado de Faustine, opta también por hacerse eterno. Entonces se filma una semana al lado de Faustine para vivir su amor eternamente. Sin importarle morir. Una manera de Bioy Casares de decirnos que el amor es capaz de cambiar muchas realidades.
El maestro y amigo de Adolfo Bioy Casares, Jorge Luis Borges, termina diciendo acerca de la novela: “He discutido con su autor los pormenores de su trama, la he releído, no me parece una imprecisión calificarla de perfecta”.
El escritor mexicano, Octavio Paz, también acercó una opinión en torno a esta novela: “El tema de Adolfo Bioy Casares no es cósmico sino metafísico: el cuerpo es imaginario y obedecemos a la tiranía de un fantasma. El amor es una percepción privilegiada, la más total y lúcida, no solo de la irrealidad del mundo, sino también de la nuestra: corremos tras de sombras, pero nosotros también somos sombras”.
En fin, el científico Morel logró vivir eternamente con su grupo de amigos durante una semana.
NOTAS:
1-Revista Iberoamericana, Vol. LXXVIII, Números 238, 239 enero junio 2012. Pág. 73-89.
2-Clave de Libros. Lucía Leandro Hernández. 18/1/2019.