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¿Somos muchos o parió la abuela?

por Éder Peña
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Es común escuchar o leer que uno de los principales impulsores de la crisis ambiental global es el crecimiento poblacional. Según quienes apoyan esta tesis, al haber más gente en el planeta los niveles de consumo aumentan y, con ellos, las perturbaciones a ciclos naturales como el del carbono, por lo que se concluye que para mitigar el cambio climático debería nacer menos gente.

Lo mismo pasa con la pérdida de biodiversidad, otro de los límites planetarios superados por el actual modelo de producción que no solo pone en peligro las funciones ecosistémicas que permiten la vida humana en el planeta sino que, junto al cambio climático y el desbalance de nitrógeno y fósforo, está imprimiendo cambios irreversibles en el sistema terrestre.

Cuando se habla de “menos gente” sabemos que se trata de quienes tienen menor ingreso económico, el control reproductivo sigue siendo un reto para muchos gobiernos debido a los riesgos sanitarios y sociales de fenómenos como el embarazo precoz. Sin embargo en países como Estados Unidos y Japón una pareja promedio pudiera gastar hasta el 50% de su ingreso anual para someterse a técnicas de reproducción asistida y poder tener cría.

Este contraste no debería impedir ver un asunto más curioso: Un estudio interdisciplinario realizado por investigadores de unos 10 países ha examinado los impulsores de la pérdida de biodiversidad en países altamente biodiversos. Se trata de la desaparición de, al menos 322 especies de vertebrados desde el año 1500, es parte de la llamada “sexta extinción masiva”.

Dicho estudio también ha demostrado que no es la población la que impulsa la pérdida de hábitats, sino el crecimiento en el cultivo de productos básicos para la exportación, en particular la soja y la palma aceitera, principalmente para la alimentación del ganado o el consumo de biocombustibles en zonas cuyas economías perciben mayores ingresos.

Mientras se ha afirmado que el problema es que somos demasiados, se ha distraído un debate fundamental: Nuestra condición de países mina (exportadores de materias primas) es un impulsor directo de la crisis ambiental que cada día es más evidente. Este planteamiento ha logrado alienar a algunos de los países más diversos del mundo e impedido que sean abordadas las desigualdades estructurales que pueden estar detrás de la disminución de la biodiversidad mundial.

Otra investigación publicada en la revista Nature ha mostrado cómo el cambio climático ya ha dejado al 9% de las personas del planeta (unos 600 millones de habitantes) fuera de lo que han denominado «nicho climático humano», es decir, las condiciones en las que han prosperado las sociedades humanas a lo largo de la historia.

No solo habría que preguntarse si somos muchos sino lograr saber a dónde estaremos dentro de algunos años, los investigadores dicen que esa cifra podría multiplicarse si el calentamiento global asciende a 2,7°C por encima de la era preindustrial. Si esto ocurre, un tercio de la población (22-39%) quedaría fuera del nicho, lo que provocaría masivos oleajes migratorios por mera subsistencia.

Agregan los autores que las estimaciones económicas omiten el impacto universal «de todas las personas, sean ricas o pobres, vivas o por nacer», a la exposición de las condiciones climáticas desde el «punto de vista de la equidad». Durante todo el Holoceno, actual período geológico, nuestra especie ha disfrutado de un “confort térmico” y ha evolucionado para mantenerse cerca de las condiciones óptimas de 22 a 26°C. Sin embargo se avizoran dificultades para sostener dicho confort al vernos obligados a vivir por encima de los 28 °C en promedio.

La investigación aclara que «alrededor de 2 mil millones de personas dependen de la agricultura de subsistencia y, por lo tanto, del nicho o los nichos climático(s) de sus cultivos».

Los científicos de 10 países han concluido que el consumo no equitativo, es decir, la desigualdad global en cuanto a riqueza, impulsa la pérdida de biodiversidad global. Se ha utilizado a la población como chivo expiatorio de las responsabilidades, pero estas son claras. La Plataforma Intergubernamental de Ciencia y Política sobre Biodiversidad y Servicios de los Ecosistemas (IPBES) ha apuntado hacia “la reducción del consumo insostenible a través de cambios en la dieta, el seguimiento de las cadenas de suministro y la ‘innovación tecnológica’ (comillas del autor) para garantizar producción sostenible y reducir las pérdidas de biodiversidad asociadas con la agricultura industrial”. Respecto a la innovación que menciona el IPBES hay muchas claves en manos de la gente que siembra a pequeña escala, mejoran semillas, alimentan al mundo y sus sistemas son de baja demanda de combustibles y venenos. La respuesta a la pregunta es que sí somos muchos, no fue que parió la abuela, sino que vivimos atiborrados en ciudades y lejos del conocimiento necesario para la discusión sobre la otra cultura, la que nos permita replantar las raíces de nuestra capacidad de encontrarnos como la vida misma.

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