Lisbeth se llama la joven que coloca magia al instrumento que caracteriza a los devotos del Santo Negro, la fiesta más esperada por los pobladores y visitantes de nuestro municipio Rangel del estado Mérida. Muchos de estos artilleros sanbeniteros no tienen conocimiento de que el acabado de sus trabucos lo hace esta hermosa y joven artesana, hija de estas tierras andinas, hecha con sangre de artista de la comunidad de Mitivivó. Su apreciado padre, el señor Octaviano Espinoza, a quien mostramos en otro artículo, es labrador artístico de la madera, metales, tierra y músico por naturaleza.
A este alquimista de la madera le acompaña sutilmente su hija Lisbeth, a quien su padre le confía la tarea de darle el acabado al trabuco. Después de varios meses de trabajo de tallar, darle forma, perforar, asegurarse que cumpla bien su función y además que quede perfecto, (porque es un instrumento de alto riesgo pues se utiliza con pólvora), un pequeño error puede costar la vida de uno o varios artilleros devotos de la fiesta u otra persona que esté disfrutando de esta simbólica celebración religiosa. Así que es una responsabilidad muy grande la que se asume al hacer estos instrumentos.
Luego de todo ese proceso transformador que hace el señor Octaviano, llega a las manos más sutiles que los impregna con el amor y delicadeza de toda una dama paramera guerrera; criada entre este bello y frío valle de Mitivivó, entre artistas y artesanos autóctonos, entre el amor y unión de una hermosa familia, entre juegos y juguetes de un mundo de herramientas. Es aquí donde sus sueños e ingenuidad se van contagiando con la esencia del arte, pues rodeada con todo esta maravilla sus manos y corazón tomaron su propia diversión.
El ojo artístico de su padre deja que sea ella quien selle con sus buenas energías el trabajo que él comenzó. Detalles observados sólo por ella, y que hacen la gran diferencia con su aroma de belleza femenina. Impregna sigilosamente aquella conmemoración en donde predomina la artillería masculina y el trabuco hace su eco libertario, que retumba entre estas montañas, con manos que acarician y definen la madera. Los dedos sutiles de Lisbeth le devuelven su color y olor, voluntad que moldea el cuerpo rudo y áspero del amigo fiel de aquellos que con algarabía aún celebran la victoria de aquel día.
Entrando en contacto desde muy niña con este oficio ha resultado una hermosa conexión, originando excelentes productos en artesanía con madera, porque además de apoyar a su padre en la elaboración y mantenimiento de estos trabucos, también ha diseñado y elaborado sus propias piezas con madera en donde se sumerge entre colores y puntadas con la técnica del puntillismo. Lisbeth se dedicó a este arte durante un tiempo en la ciudad de Mérida, donde trabajó pintando hermosas y únicas piezas.
Pero Lisbeth no sólo se relaciona con la madera y los colores; recordemos que ella germina en un núcleo familiar de músicos por excelencia, conservadores de la música andina, así que también deja deslizar el fino carboncillo sobre líneas blancas dejando dibujar sus sentimientos en letras, originando poemas para luego convertirlos en melodía. Con su particularidad y su juventud llena de vida, muestra el rap urbano colmado de sus propios sentimientos, revolucionando lo tradicional de su familia y comunidad como ventisquero paramero. Como bella ninfa de estos bellos ambientes andinos, hace magia con sus manos y sublime voz; además es también una hermosa madre, quien cuenta con la compañía de un hermoso caballerito que es su principal inspiración y fiel amor.
Mitivivó y demás comunidades que conforman la Tierra Sagrada del Ches, es decir Mucuchíes, da a luz seres creativos, innovadores con manos sagradas para el arte en todos sus colores y formas. Corre sangre pintada con pensamientos transformadores y genuinos, donde cada quien revela su ancestro artístico dejando una estela imborrable en el firmamento de lo que llamamos vida. Unos más jóvenes que otros, pero con luz propia, con luz de oro y plata, como se refleja en las infinitas noches estrelladas de nuestro firmamento paramero, esas noches en donde el cielo se une con las esbeltas lagunas y forman un inmenso lienzo entre el agua.
El aire frio de estos valles siempre vuelve para refrescarnos, para recordarnos que simplemente somos vida, y donde nos encontremos debemos dejar frescos destellos de nuestro aroma.