Guarapiche

por José Roberto Duque
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Del estado Monagas guardo recuerdos personales de diversa potencia o intensidad, mucho agradecimiento y más de una deuda producto de esa gratitud. De esa entidad proviene la madre de mi hija mayor y toda su familia, un gentío oriental genuino más allá del simple accidente o evento del haber nacido allí, pues se trata de militantes que de tanto reconocerse en su padre y madre, referencias primordiales, terminaron siendo investigadores obsesivos de la historia y la cultura monaguense. Así que este breve retroceder es el avance de un homenaje muchas veces postergado a esa familia, los Mendoza Barreto.

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A finales de los años 80 andaba yo enfrascado en uno de los proyectos o iniciativas más lamentables aunque (menos mal) irrealizables: me empeñaba en ser caraqueño o en dejar atrás mi ser rural y occidental, gocho por la vía paterna y guaro porque en Carora se estacionaron un rato mis viejos a engendrarme y a cometer otras equivocaciones. Huyendo de occidente fui a parar al centro, y luego me tocó hacer incursiones hacia oriente: de punta a punta, de un pueblito a la urbe y de ahí a otro pueblito. Una docena de veces fui a pasar temporadas en un campo alucinante (El Tomate, a las afueras de Caicara de Maturín) cuya brujería me hizo reconciliar con la ruralidad.

Pero la des-caroreñización y la fallida caraqueñización me habían convertido ya en un elemento sin raíces visibles, así que para esa familia yo era simplemente un carajo que Morella se consiguió en Caracas, sin más que agregar por los momentos, atentamente.

El territorio donde se maceró esa familia, El Tomate, contaba o cuenta con varios privilegios: queda al borde del río Guarapiche, un hervidero de duendes y animales silvestres, lleno de unos pescados feos y sabrosos (las guaraguaras) y chispazos culturales warao.

Antes de estacionarse allí hubo otro territorio mágico donde se levantó la familia, espacio que nunca he visitado pero cuyo nombre me causa algún impacto: Canaguaima. Miguel, para entonces un joven historiador en formación, dirigía en un diario de Maturín un suplemento literario al que le puso ese nombre. En esas páginas culturosas del suplemento Canaguaima apareció por primera vez un texto escrito por mí, fuera de los pasquines estudiantiles en que empecé a echármelas de escritor.

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Esta memoria tiene sentido en este portal porque me ha dado por recordar los datos culturales y tecnológicos que rodeaban la vida de esa gente y ese pueblo. Por ejemplo, la pesca de guaraguaras, que los viejos, niños y adolescentes efectuaban zambulléndose a pulmón en el río y capturándolas mientras se chupaban las piedras del lecho, que es su afición y su signo distintivo (el de los pescaos, no el de los Mendoza Barreto). Esa captura era a veces a mano limpia, y a veces con puya, un arponcito artesanal: un palo con un clavo amarrado en la punta, y una liga para dispararlo tensándola con el pulgar.

En ese recodo del río Guarapiche viví más de un momento que no logro catalogar de otra forma que no lo relacione con la magia (y ahí va otra vez el impresionable seudocaraqueño a maravillarse de algo cotidiano): la vez que me bañaba en esa agua fría a las 7 de la mañana, y más arribita, a pocos metros, una nutria o perro de agua se zambulló también para cruzar de una orilla a la otra.

Es territorio culebrero o culebroso. La belleza tiene y debe tener relámpagos que la hagan peligrosa.

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Las casas de bahareque, donde vivían la señora Juana y algunos de sus hijos y nietos, tenían tanto de desvencijamiento como de emoción silvestre. Eran casitas integradas al entorno, hermanas del río, frescas y funcionales a pesar de las reservas con que pudiera mirarlas el ojo caraqueño. Y además allí vivía la señora Juana Barreto, un personaje al que habría que escribirle muchas páginas para completar el retrato que ya Miguel Mendoza Barreto inició hace años, en un libro de cuentos y en más de un poema: culebra nocturna, la llama el hijo en su evocación, y tal vez no haya mejor referencia que esa para describir a la señora Juana.

Juana manipulaba el fogón con una destreza inverosímil, casi humillante. En los candelorios cobraban forma las comidas y hervía el café, que la señora calentaba y servía en una ollita de acero inoxidable, agarrándola con la mano pelada por el asa con célebre naturalidad. De ese mismo fogón solía agarrar un tizón ardiente para encender un tabaco, con esa complicidad con el fuego que desarrollan los seres telúricos.

Una vez quedé con ganas de tomarme otro trago de café, y como vi la ollita puesta en la candela fui y la agarré con esa misma naturalidad. 35 años después todavía me arden los dedos, y me arde más la carcajada que soltó la familia ante esa otra torpeza del caraqueño: la ollita volando por los aires y el café derramándose irremediablemente.

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He vuelto a Monagas, esta vez a Aguasay, tras el rastro del cultivo y tejido de la fibra de Curagua. He ido a Caripito a ver cómo y dónde se forman los tecnólogos e ingenieros en varias ramas. Próximamente desplegaré por aquí esas historias.

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11 comentarios

Nodil Mendoza 24 febrero 2024 - 15:52

Saludo fraternos y caluroso hermano mío, tu relato se acerca bastante a los hermosos recuerdos que albergó de mi amada abuela.

Respuesta
José Roberto Duque 24 febrero 2024 - 22:52

Epa Nodil, saludos al chivo,, a Aura y a tus docenas de hermanos y primos

Respuesta
Nodil Mendoza 24 febrero 2024 - 15:50

Saludo fraternos y caluroso hermano mío, te relato se acerca bastante a los hermosos recuerdos que albergó de mi amada abuela.

Respuesta
Emilys Barreto 24 febrero 2024 - 15:08

que bonito leer esto de mi familia
gracias por esto ❤️‍🩹✨

Respuesta
José Roberto Duque 24 febrero 2024 - 22:50

Gracias a ti! Sí, es interesante tu familia

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Tibisay Barreto 24 febrero 2024 - 11:57

Gracias por recordar de esa manera tan bonita a mi abuela y a al terruño de mi familia Mendoza Barreto. 🥰

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José Roberto Duque 24 febrero 2024 - 12:40

Gracias a ti por leer y comentar. Un abrazo

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Salomé Mendoza 24 febrero 2024 - 11:12

leerte es rememorar mi infancia, y sentir de nuevo la tierra , el río y el viento que albergan mi nostalgia. gracias. saludos.

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José Roberto Duque 24 febrero 2024 - 12:41

Gran abrazo, felicidades a la familia

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Edgar Mendoza 25 febrero 2024 - 11:53

Hermano Roberto Duque.
Gracias por traer de nuevo a mi mente, momentos que quizás la cotianidad de la vida a intentado quitarnos, sin embargo gracias a ti, hoy me doy cuenta que siguen intactos…
Son muchos las historias y recuerdos que ese pedacito de tierra tiene para contar…
En nombre de la Familia Mendoza Barreto, de mis padres, mis hermanos…
Gracias…
Que los caminos de la vida vuelvan a traerte a estos espacios….
Fuerte abrazo.
Edgar Mendoza

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Jose Roberto Duque 29 febrero 2024 - 11:02

Epa chamo. Yo estoy más agradecido, por las palabras y porque ha escrito un montón de gente de la familia que había olvidado o que no he conocido. Por allá volveremos seguro. Saludos a todos

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