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Curagua: las claves de la ternura en Aguasay

por José Roberto Duque
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La planta con la que los artesanos kariña elaboran sus más preciados tejidos no es originaria de esas tierras, pero aun así existe un apego y un orgullo del cultivo y del proceso, que ha sido reconocido como Patrimonio por la UNESCO

José Roberto Duque / Fotos Lheorana González

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Monagas arde en su costado oeste. Se sale de Maturín, se bordea Puntemata (sí, ya sé que en lenguaje civilizado debe escribirse Punta de Mata) y se pisa la chola para más allá en busca de una gente y unas inmensidades que, desde hace más o menos un siglo, parecen vigiladas o custodiadas por fuegos perennes. Incluso cuando el solazo se oculta en las noches, o cuando caen esos respetables aguaceros, sobrevive la ardentía de los mechurrios, alimentados por gas de las profundidades terrestres. Entonces la sabana monaguense es candela, siempre.

Una cuadrícula de carreteras solitarias te hace bordear una serie de caseríos y al cabo de una hora y media llegas a Aguasay. Los conocedores de la lengua cumanagoto informan que el nombre del pueblo significa “Lugar de manantiales”; la aridez y el rudo clima del lugar hacen que el dato parezca un chiste macabro. Pero sí hay ríos cerca: lo atestiguan los vendedores de bagres y otros pescados frescos en la avenida principal por donde se entra al pueblo.

También es tierra de casabes olorosos a frescura, a recién hecho. No se puede esperar menos del corazón de ese territorio donde confluyen gente y culturas kariña, chaima y warao, creadores milenarios de la ancestral torta de yuca. Y de la arepa. Y de cierta clave residual en el habla oriental: el pronunciar en algunas palabras y en algunas ocasiones la ese como zeta: y eze zolazo allá arriba, muchacho.

Zí-zí-zí, de verdad: este dato lingüístico no es una monería española sino un signo de resistencia cumanagoto que sobrevivió a masacres y extinciones. A los orientales de este tiempo, criollos como todos nosotros, a veces ze les zale esa pronunciación que es como una clave indígena, como un duende o guerrero que reposa, salvado de la desaparición violenta, en el cuerpo, en la lengua y en la memoria colectiva de la gente de por allá.

Está bien, pero la curagua…

Hay otro dato cultural, y además artístico y tecnológico, del que Aguasay y los monaguenses pueden sentirse orgullosos, y que se ha asumido y adoptado como autóctono pero no es originario de allí: la curagua y la manufactura de tejidos y artesanías a partir de la fibra extraída de esa planta. A todo el que va a Aguasay en busca de su cultura inevitablemente le dirán, en algún momento, que no deje de buscar a los cultores de la curagua. Pero todo el movimiento alrededor de esta fibra y de sus procesos no es ancestral, sino que tiene algo así como un siglo de antigüedad.

Las líneas gruesas de la historia la conocen todos los cultores del tejido con curagua. Aunque puede consultarse en varias publicaciones digitales, fue bueno registrarla en la voz (y en la casa) de Álvaro Flores, uno de los propulsores de la gestión que ha llevado a la curagua a las puertas de ser declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por parte de la UNESCO.

El resumen de esa historia es el siguiente: hace un siglo, entre los años 1920 y 30, un caballero de nombre Susano Cedeño, proveniente del estado Antoátegui, llevó por primera vez unos hijos de la planta de curagua a Aguasay. Se trata de una mata de pencas parecida a la cocuiza, el agave cocuy y toda esa familia de plantas de las que varios pueblos extraen fibras para manufacturar cabuyas y textiles. El primer chinchorro tejido con la fibra de esa planta en Aguasay se le atribuye a una mujer nativa del pueblo, a quien llaman “la Catira Mendoza”.

Álvaro Flores da un salto de varias décadas en su narración hasta llegar a 2002, cuando la comunidad comienza a organizarse rumbo a la conformación de una asociación civil que con el tiempo fue registrada con el nombre de Asociación Civil de Productores y Artesanos de la Curagua en el municipio Aguasay (Asopagua).

Transcurridos los primeros años del nuevo siglo los cultores y defensores de la curagua se aplicaron al mejoramiento de los tejidos, a la recuperación de siembra de semillas. “Recuperamos 7.500 semillas en aquellos tiempos”, recuerda Flores, “y hoy en día contamos con cultivos de más de 70 productores en el municipio. Una década después cobró forma un objetivo central: llenar los requisitos y crear las condiciones para que este bien cultural pudiera ser declarado Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad”.

“Para el año 2013, acompañados por el Ministerio de la Cultura, el Instituto de la Diversidad Cultural con el camarada Benito Irady al frente, iniciamos una tarea en varias comunidades: se entrevistó a todas las artesanas de el Piñal, El Guamo, Tonoro, La Florida, Aguasay y sus sectores, para saber en la voz de ellas toda la historia, de dónde venían, cómo hacían eso, cuáles eran sus orígenes, y recopilamos una serie de elementos que fueron llevados a la UNESCO, que determinó que podía ser denominado Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad en el 2015. Tenemos un acuerdo de intención emitido por la UNESCO para salvaguardar ese conocimiento”.

Cultivos y tejedoras en El Guamo

En ese punto de la reseña histórica comienza a generarse en los alrededores de Aguasay un ruido molesto, un entrecruzamiento de interpretaciones y relatos de compleja combinación, tan intrincados como los tejidos que producen las manos kariña con la fibra, pero sin su belleza. Saltémonos entonces el episodio de cómo se han agitado las aguas (o las curaguas) en torno a la declaratoria.

Sólo un detalle final al respecto: lo que la UNESCO declaró Patrimonio Inmaterial de la Humanidad no es la curagua ni los objetos que se producen con esa planta, sino “El cultivo y transformación de la planta curagua (…) las técnicas y conocimientos relacionados con el cultivo y procesamiento de esa planta, (que) desempeñan una función importante en la configuración de la identidad de las comunidades del municipio de Aguasay (…)». Dice también la declaración que el movimiento alrededor de la curagua “fomenta la cooperación entre las familias y las comunidades”, y contribuye a que “se trascienda las barreras étnicas y socioculturales, así como las de género”.

Así que pongamos los percances aparte y vámonos para la comunidad kariña de El Guamo, donde interrumpiremos el trabajo de varios cultivadores y tejedoras. Álvaro Flores señala que más de 90 por ciento de las personas que tejen con la fibra son mujeres; los hombres se encargan de la extracción de la fibra, faena que exige alguna maña, pero sobre todo fuerza física. El primer cultor en abrir su patio en la comunidad de El Guamo para hablar del cultivo de la planta fue Antonio Ruiz, caballero nacido en el año 1951.

Antonio informa que sus padres no se ocupaban de cultivar ni de procesar la curagua, y que el arte lo aprendió de los viejos productores, a quienes veía trabajando y de quienes aprendió de esa manera: simplemente mirando el trabajo de los demás.

“Ya esas gentes murieron, los viejos, los antiguos. Eso lo aprende uno por su misma inteligencia, viendo a los mayores, como el proceso. Nosotros una vez tuvimos buenas producciones aquí , yo tengo una tierra especial para sembrar la curagua. Esa mata no necesita abono, eso no necesita nada. Se siembra en los bajos, en la parte fresca, precisamente cerca de los morichales. Ese es su terreno. Puede estar buena para ser procesada al año y medio”.

Fiel a un principio que pudiera ser instintivo o transmitido sin palabras como herencia de los pueblos, al consultársele a Antonio cómo se extrae la fibra de las pencas, el señor dejó de hablar y se puso a trabajar: se aprende haciendo, no hablando.

Se acercó a un pequeño sembradío que tiene al lado de la casa, agarró una penca que le pareció lista para ser cosechada; dijo: “Esto se agarra así y se hala así”, y con un solo movimiento que parece fácil y ligero la penca quedó desprendida limpiamente en su mano; uno ve jugando a Omar Vizquel y también le parece fácil jugar en el short stop. Repitió la operación varias veces, y varias veces recolectó la materia prima para su oficio.

Luego tomó una penca y enrolló un extremo en la rama de un árbol, echó mano de un implemento llamado tortol, y halando con este pequeño artificio de madera las fibras o hilos fueron desprendiéndose de las pencas.

Mujeres en acción

Esos hilos, después de extraídos, se lavan y se ponen a secar al sol. Después de varios días de secado al natural entran en acción las mujeres, las artesanas que hilan, escarmenan, peinan, tuercen y retuercen la fibra hasta llegar al hilo. Sorprende el uso de los mismos nombres de objetos y procesos que también emplean las tejedoras de lana del páramo merideño, a más de mil kilómetros de distancia: distintas culturas, idéntico o casi idéntico oficio.

Este último proceso sí fue explicado con palabras por el señor y su familia, unas maravillosas mujeres de piel color caribe a las que no les importó explicar cada detalle de su arte y de su ciencia. La hija de Antonio, de nombre Yesenia, es nieta también de Ricarda Nápoles, un emblema local de la tradición de la curagua.

El resultado de todo este trabajo son una serie de pelotas de hilo de curagua listas para ser empleadas por otras mujeres: las de la motricidad fina, las señoras del arte del tejido.

Los asesinos de la ternura

Para presenciar la continuación del proceso fuimos a la casa y taller de Carmen Aray, otra mujer orgullosa de su oficio y de su origen. Es terrible la sensación de que nuestra ocupación consista en entrometernos e interrumpir a las personas que trabajan. Pero aún así en esta casa, cuyos habitantes estaban en plena faena de pelado de la yuca amarga para hacer casabe, también fuimos recibidos con cordialidad. En su patio vimos unas matas gigantescas de curagua; las de Antonio nos llegaban al pecho, éstas sobrepasan los dos metros de altura.

Tal como ocurrió con Antonio, la señora Carmen no escatimó tiempo ni detalles en su explicación de cómo se arma un telar, cómo se logran el ritmo y la destreza para ir armando las piezas pequeñas y luego las grandes hamacas. Es una guerrera formidable, que parece incluso feliz de poder explicarles a unos extraños (bastante extraños) viajeros preguntones cómo se logran esos tejidos de fábula.

Pero si la señora Carmen es el colmo de la humildad y la ternura, lo de sus nietas de tres a seis años sólo puede describirse mediante un salto de siglos, que intentaremos a continuación.

Sucede que las señoras de la humilde casa se ganan la vida vendiendo sus artesanías, así que sacaron una variada muestra de sus trabajos: sombreros, cestas, pulseras, adornos varios, la mayoría de curagua y otros más de moriche. Y entonces comenzó a manifestarse el otro formidable dato cultural caribe, kariña, cumanagoto. Las pequeñitas de la casa, viendo que su madre, tía y abuela les regalaron un par de objetos a los visitantes, comenzaron a tomar de la mesa una por una varias de las piezas en venta y las entregaban: “Toma, te lo regalo. Te regalo esto. Te regalo esto también”. Lo que esas niñas aprendieron (mirando) no fue el impulso del comercio (en rigor, la familia es comerciante porque necesita vender cosas para subsistir) sino el arte de la bondad y de la entrega: te regalo lo que no me sobra en esta casa de gente pobre.

Tal cual, de la misma manera como se comportaron sus tatarabuelos con el invasor cien generaciones y quinientos y tantos años atrás, antes de ser humillados y segregados por los asesinos de la ternura.

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8 comentarios

maury 31 julio 2024 - 08:24

Compa que gusto leerte y volverte a encontrar, este Facebook por su propia cuenta a veces me aleja de la gente hermosa,malas desaparece e invisibilidad. En fin, nunca supe como terminó tu inventada en tu hogar, espero que muy bien. hermoso tu escrito como todo lo que escribes, pero sobre todo un aliento to sabroso tu inventadera y búsqueda de esperanza, te queremos. un abrazo largo y sincero desde este lado del mar.

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Zuleyma 24 junio 2024 - 11:59

Que bonito artículo. Felicidades a la inventadera. Mujeres tejedoras, La comuna del trabajo y la ternura de los pueblos Karina en Aguasay. Gracias muchas gracias por sus inventaderas

Respuesta
José Roberto Duque 24 junio 2024 - 20:28

Vale, muchas gracias. Son trozos de Venezuela que hemos tardado en ir a conocer

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maury 31 julio 2024 - 08:28

me las desaparece e invisibiliza
y además escribe otras palabras por mi. jajajaj

Respuesta
Miguel Mendoza Barreto 24 junio 2024 - 00:43

excelente

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Nélida Grüber 24 junio 2024 - 09:26

Buenos días José Roberto, me encantó tu reportaje sobre Aguasay, la Curagua y los Chinchorros.
Debo comentarte con pesar que lamentablemente esos
Cultivos están desapareciendo y apenas pocas mujeres no más de 8, son tejedoras. Hace aproximadamente 1 año se hizo una exploración para identificar a las tejedoras con resultados desalentadores porque los cultivos, el proceso de producción de
Los hilos y el tejido de chinchorros ha desaparecido. Sería de gran utilidad movilizar algunos recursos para apoyar los productores y artesanas.
Hace casi 18 años presentamos una propuesta que se titulaba el Hilo de la Curagua, con la finalidad de reimpulsar este tema sin éxito.
Ojalá pronto pueda recuperarse esta actividad bajo un enfoque integral.
Tengo mi chinchorro de Curagua, que tardó 6 meses en realizarse.

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José Roberto Duque 24 junio 2024 - 20:32

Gracias por tu comentario, Nélida. Tuve una impresión distinta, me pareció que ese movimiento está vivo. Pero como seguramente tienes más tiempo que yo pendiente de ese proceso lo tendré en cuenta. De todos modos las manifestaciones culturales genuinas son resilientes y siempre salen a flote. Y si algo demuestra la historia es que tratar de reimpulsar una expresión cultural a punta de billete, en lugar de ayudar termina de matar los procesos. La gente de Aguasay encontrará la salida. Un abrazo

Respuesta
José Roberto Duque 24 junio 2024 - 20:32

Saludos Miguel

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