
Eliecer Centeno | ¿Qué nos queda?
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Estados Unidos constituye el máximo exponente de un modelo de producción, consumo y depredación en declive, tanto en los aspectos económicos-financieros como en temas relacionados con la moral y el derecho internacional. Situación que se evidencia con la pérdida de poder del dólar estadounidense como moneda de reserva frente a otras como el yuan y el rublo, y en el aspecto geopolítico, con el apoyo del genocidio israelita en Gaza.
Las consecuencias de este decadente modelo van más allá de estas categorías e incluyen la salud humana. En el año 2023 se hizo pública la edición número 15 del informe «El estado de la obesidad: mejores políticas para un país más saludable» elaborado por Trust for America’s Health (TFAH) y la Fundación Robert Wood Johnson. Las cifras de dicho reporte son alarmantes para la salud de los habitantes de la nación del Tío Sam.
Las cifras indican que 40% de los adultos estadounidenses padecen obesidad mientras que la patología afecta a 18,5% de los menores de edad. Respecto al tema intergeneracional, en menos de dos décadas, en los adultos, la tasa de obesidad aumentó 30% y en los menores 33%.
El informe estima lo que esto significa desde el punto de vista económico. Solamente los gastos anuales en atención sanitaria como consecuencia de los padecimientos debido a la obesidad alcanzan los 149 mil millones de dólares, mientras que los efectos de la obesidad en las bajas de productividad fueron estimados en 66 mil millones de dólares anuales.
Las autoridades sanitarias internacionales como la Organización Mundial de la Salud, OMS, han manifestado una seria preocupación porque este modelo alimentario se siga replicando en otras latitudes. Específicamente, han estudiado cómo los patrones alimenticios relacionados con el consumo de alimentos ultra-procesados están directamente ligados a la obesidad y a otras patologías como la diabetes, enfermedades coronarias, alergias e incluso la salud mental con incremento de la incidencia de ansiedad y depresión.
En el año 2019 la Organización Panamericana de la Salud publicó un estudio titulado «Alimentos y bebidas ultraprocesados en América Latina: ventas, fuentes, perfiles de nutrientes e implicaciones»
El documento se basó en datos recopilados en siete países: Argentina, Brasil, Chile, Colombia, México, Perú y Venezuela, los cuales representan 80% de toda la población de la región de América Latina y el Caribe.
Entre los resultados de este informe podemos destacar que en el año 2014:
“Los 89 productos ultraprocesados incluidos en el análisis excedieron los niveles recomendados de azúcares libres, grasa total, grasas saturadas o sodio.”
“Las dos terceras partes de esos productos superaron el nivel recomendado de dos o tres de estos nutrientes críticos.”
Dicho en cristiano: los alimentos procesados que consumimos nos están envenenando porque poseen niveles dañinos de estos nutrientes y aditivos.
Los productos analizados engloban, en ventas, bebidas gaseosas (22%), galletas o bizcochos (18%), jugos y bebidas azucarados y los dulces y panes industriales (22%).
Entre las recomendaciones determinadas en el informe podemos destacar:
“Reducir los riesgos para la salud que plantean los productos ultraprocesados disminuyendo su consumo general.”
“Aplicar políticas fiscales, así como la reglamentación del etiquetado, la promoción, la publicidad y la venta de los productos ultraprocesados, especialmente en las escuelas.”
“Generar nuevas oportunidades de mercado para proteger y aumentar la producción, disponibilidad, asequibilidad y consumo de alimentos sin procesar y mínimamente procesados y de comidas recién preparadas a mano.”

Este último punto, me hizo recordar una oportunidad en la que pude escuchar una defensa de tesis en el Instituto de Ciencia y Tecnología de Alimentos de la Universidad Central de Venezuela, UCV, sobre el mejoramiento de los alimentos con la incorporación de harina de habas (un tipo de grano como las caraotas). El efecto de mezclar esta harina con el maíz y luego expandirla (como se elaboran los pepitos, chistris, etc.) era obtener una “chuchería” que mejoraba la ingesta de proteínas sobre los carbohidratos, es decir, este método permite hacer “chucherías nutritivas”.
Este instituto venezolano dedicado a mejorar los alimentos que se consumen en el país sigue investigando e innovando en esta materia. En el año 2008 la doctora Emperatriz Pacheco presentó su tesis doctoral titulada: “Formulación y evaluación de productos alimenticios dirigidos al adulto mayor, a base de almidones modificados y harina de ñame.”
En la investigación se determinó que la harina obtenida a partir de los tubérculos de ñame presentó un elevado contenido de proteínas (6,20%), fibra dietética (6,21%) y polifenoles (0,34%), componentes químicos que le otorgan propiedades nutricionales, y que la convierten en un ingrediente apropiado para la elaboración de diversos productos. Para esta tesis prepararon jugo de durazno y pudines de chocolate, que combinados con la harina de ñame, presentaron una mejora significativa en su aporte nutricional.
Una alimentación balanceada y rica en alimentos naturales es fundamental no sólo para la salud individual sino para la salud colectiva del venezolano. Frente a esta realidad tenemos al pueblo de Estados Unidos que padece obesidad patológica producto de su modelo cultural consumista.
Las realidades en América Latina y especialmente de Venezuela, son diferentes a la de los yanquis. En nuestro país tenemos una nutritiva herencia alimentaria proveniente de los pueblos originarios que vemos en el casabe, el chocolate, la arepa y muchos otros que reconocemos además como uno de nuestros principales valores. El trabajo de investigadores demuestra que es posible, mediante la tecnología y la innovación, mejorar los alimentos procesados para que sus efectos en la salud sean en lugar de perjudiciales, beneficiosos para sectores vulnerables de la población como niños y adultos mayores. Nos queda compartir y masificar estas experiencias que integran la investigación científica, la innovación con nuestros recursos agroalimentarios.