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Triunfadores en robótica: el trabajo y la ternura

Editorial: sobre los mensajes inmediatos y los que estallarán en la memoria del futuro

por La Inventadera
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Fotos Yrleana Gómez

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En nuestras sociedades occidentales u occidentalizadas lo que va forjando el carácter y la actitud de los niños y jóvenes hacia las responsabilidades suele ser el el sistema de castigo-recompensa. Una versión elegante de ese sistema o método refiere al trabajo-recompensa, relación que el capitalismo se ha encargado de desvirtuar: a los esclavizados de todos los tiempos se les ha asegurado que “el trabajo dignifica y genera riqueza”, pero la triste realidad es que el trabajo de los seres empobrecidos enriquece a los explotadores, y si algo pierde sin remedio el ser explotado es la dignidad.

Luego está el tema de la gestión del éxito temprano y más o menos fácil de individuos o de pequeños clanes que acumularon fama y dinero a una edad en la que el común de la gente apenas está teniendo sueños lejanos o inalcanzables. ¿Cuál es el riesgo de acostumbrar a alguien muy joven a recibir recompensas y alabanzas desmesuradas sin estar éticamente preparados para gestionar la adrenalina del triunfo? El mundo del espectáculo, sobre todo, está lleno de casos de talentos geniales que no tuvieron orientación ni tutoría de personas o programas con criterio de sensatez, y terminaron en tragedia.

Algo ha venido cambiando al respecto en Venezuela, a la lenta velocidad y con la lenta vocación de los procesos que tendrán efectos varios años después, cuando los niños y la niñas de ahora hayan decantado, digerido y convertido en combustible ético y corporal sus éxitos y tropiezos. Lo estamos viendo en una generación de muchachas y muchachos que están conociendo el trabajo arduo pero emocionante que implica dominar las muchas disciplinas que conforman la robótica como especialidad multifactorial. Están conociendo también el fascinante pero riesgoso territorio en el que los niños y jóvenes reciben premios, reconocimientos y aplausos. La diferencia es que acá hay unos criterios y una orientación que acaso resulta imperceptible para el oyente o lector descuidado, pero que está ahí, actuando como escudo de principios novedosos y revolucionarios.

En el acto de recibimiento y agasajo a las muchachas y muchachos que asombraron al mundo en la Olimpiada Mundial de Robótica 2024 (y que lo están asombrando desde al menos el año 2022), aparte del abrazo caluroso los muchachos recibieron esa clase de mensajes que suelen ser inolvidables. Y ese mensaje, digno de análisis y de disecciones profundas, estuvo lleno de referencias a la clave fundamental del carácter del nuevo venezolano en formación:

  • El talento se premió con respeto.
  • Ustedes como individuos son talentosos, pero no olviden que forman parte de un pueblo que es extremandamente inteligente: no acepten que nadie les diga lo contrario.
  • El talento se estimula, entre otras cosas, poniendo a los jóvenes a pensar soluciones a problemas locales.
  • El primer vértice de las líneas maestras del gobierno venezolano dice que es necesario preservar la reserva de talento: niño, niña, joven y mujer en la ciencia. La ciencia tiene que responder a la racionalidad de la vida.
  • Este ministerio los quiere, y el logro de ustedes es una fiesta que es orgullo nacional.
Para La Inventadera

Esa enumeración es la escritura libre y resumida de las ideas que Gabriela Jiménez les dijo a esos jóvenes en una corta alocución. Se las sintetizó además en el tono inolvidable de las maestras de escuela, esas que nos cautivaron a todos e hicieron imposible olvidarlas. Las palabras, cuando vienen con un plan y una orientación estratégica audaz, contienen mucho más de lo que dicen. Esa enumeración de arriba, por ejemplo, contiene unos datos de una índole explosiva que tal vez esos chamos no hayan captado en el momento, pero que quedaron almacenados en sus respectivos cerebros, listos para brotar en el momento preciso.

Para La Inventadera

Esos datos, encriptados y tal vez indescifrables momentáneamente para unos chamos que venían de bajarse de un vuelo de 10 horas con los horarios trastocados, dicen: formas parte de un colectivo llamado Venezuela, otro llamado pueblo de Venezuela y otro que es una escuela en ebullición, llamada Semilleros Científicos. Estamos orgullosos de tus logros tempranos pero no se te olvide que esto es un trabajo para toda una generación y no para individuos selectos.

El Semillero Científico, o los Semilleros Científicos, han visto iniciarse en los vericuetos de la Ciencia para la Vida a más de 300 mil niños, de los cuales más de 80 mil se han iniciado en la robótica. La Universidad de las Ciencias Humberto Fernández Morán iniciará operaciones en breve con una matrícula limitada pero con una visión de futuro digna de ser evaluada. Hay quien se descorazona frente a las cifras; 300 mil jóvenes en un país que ya rebasó los 30 millones de habitantes parece poco, pero al final es una inmensidad si lo miramos desde el punto de vista correcto; se está formando a muchachos que en unas décadas formarán a otros, que formarán a otros que después formarán a otros: el futuro como construcción en cadena.

Y la formación no es sólo técnica sino que trae ese componente de principios desplegado arriba. Gabriela invitó a esos muchachos a un encuentro con un ámbito humano y geográfico que también dejará huellas: irán a conocer a los campesinos de Proinpa, esos agricultores montañeses devenidos científicos, o que fueron científicos toda la vida pero ahora es cuando el país y ellos mismos están reconociendo que lo son. Después del encuentro con las máquinas, el encuentro con la tierra y con la gente que trabaja con las manos en la tierra. ¿Ya nos percatamos de que el cerebro y las manos están hechos del mismo material y que forman parte del mismo cuerpo? ¿Ya nos percatamos de que ese material es el mismo del que está hecha la tierra que pisamos o trabajamos?

En el cerebro y en el cuerpo de esos muchachos y muchachas van a despertar algún día esos datos ya desencriptados: hay algo más importante que la conquista individual y ese algo es la conquista de las metas de un país y de un planeta.

Hace unos meses en estas páginas virtuales publicamos fragmentos de entrevistas con esas chamas y chamos triunfadores: Mariana, Angelina y Alfredo, del equipo Robotics Dreamers; Samuel, Juan Diego y Ángel, de Red Machine. Todas y todos del Zulia, estudiantes de distintos planteles (Salto Ángel y Los Robles). Ellos también dijeron cosas aparentemente directas e inmediatas, y dijeron también cosas y datos que van a lo profundo de un enigma de la formación de seres humanos de todos los tiempos: aparte de la educación como dinámica de escuela, ¿qué ingredientes hubo en el hogar de esos adolescentes, que propició el estallido de sus talentos?

El caso de Mariana Sánchez, del equipo vencedor en Turquía, es de una obviedad fascinante: antes de gustarle el ajedrez y de rodearse de amigos curiosos obsesionados por la matemática, su recuerdo más remoto es un dato amoroso: de muy niña la estimularon con canciones, con una canción en particular. Eso lo explica todo, o casi todo, acerca de su inclinación hacia los logros geniales, que ameritan tanto esfuerzo como ternura.

Las palabras y testimonios de esos chamos y chamas están por ahí, reposando en memorias digitales y también en la memoria de algunas personas. Ese patrimonio hay que preservarlo.

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