Anahí Peraza / Fotos Abraxas Iribarren
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En el balcón de un apartamento en Los Teques, estado Miranda, fue creado una especie de jardín-vivero en donde diversas esencias y plantas hacen de este pequeño espacio un paraíso natural. La profesora María Luisa Fermín lo ha ido convirtiendo con los años en su estilo de vida.
“Aromas para vida” es la consigna con la que bautizó este proyecto, construido con su familia: sus hijos Rebeca y Carlos Adrián y su esposo Carlos. Entre desechos orgánicos (como conchas de frutas), la recolección y germinación de semillas, aunado a la lombricultura, busca transformar y concienciar desde lo micro y poner su granito de arena en la conservación y preservación del ambiente.
En este lugar acogedor y con una esencia esparcida que evoca a la Navidad, con el habitual frío de la zona, los tréboles de cuatro hojas, las orquídeas y suculentas, se dispuso a conversar sobre lo que no es un trabajo sino su manera de vivir.
De Uracoa a la capital venezolana
Esta mujer de voz apacible y dulce nació en 1960 en el pueblo de Uracoa, estado Monagas. Es parte de un campo petrolero y su origen es chaima. Su nombre viene de su lengua indígena, que refiere a una herramienta de campo parecida a una chícora.
A mediados de los años sesenta, su madre, que se dedicaba a las labores domésticas, decidió migrar hacia Caracas, donde vivían dos de sus hermanos. Su hija menor se contagió con poliomielitis. “En esos pueblos no había la medicina para mejorarla”. Cuenta María Luisa que, para entonces, con una corta edad quedó por un tiempo a cargo de sus abuelos hasta que la trasladaron a la capital venezolana.

Se quedaron a vivir en Lomas de Urdaneta, en Catia. En ese ir y venir entre el campo y la ciudad “veía que mis primos no valoraban el río en el pueblo, mientras que yo en Caracas me bañaba en una regadera. Aunque era niña, eso me llevó a valorar muchas cosas como ser humano”.
Su papá fue soldador en los campos petroleros en esta región, murió cuando ella era muy niña. “Gobernaba Rómulo Betancourt. No había casi fuentes de trabajo, quien no laboraba en estos sitios se mantenía con la siembra en conucos”. Más adelante, su madre rehizo su vida y se casó con un árabe con el que tuvo tres hijos más. No dejaron de visitar el pueblo y con cariño recordó a su abuela materna, María Carrillo, dedicada a coser y a preparar dulces de guayaba, leche y coco.
“Mi referente fue la escuela. Estudié en una conocida como El Vivero en Catia. Mis maestras siempre tuvieron el deseo de que realmente fuera un vivero, con ese amor a las plantas, pero no lo fue. Ahí conté con una maestra excelente, Mireya Hurtado. Todas fueron buenas, pero en ella había algo particular, era muy ahorrativa y no podías dejar nada en blanco porque se debía utilizar. Desde aquí parte mi vocación, y me hice profesora por la escuela, que no es como dicen que es un segundo hogar; no, porque es la que te abre las puertas a ese mundo que está más allá de la casa”.
Con 20 años ingresó al Instituto Pedagógico de Caracas, donde se graduó como profesora de geografía. El contacto con la naturaleza en los trabajos de campo le permitían reflexionar más, en cosas que la gente no entiende: “Como un árbol, que es lo máximo. Un árbol no habla, no grita, no dice nada; pero él se siente, respira, está ahí con nosotros”.
“Trabajé por 31 años en la Escuela Técnica Agropecuaria Carrizal, donde desarrollé un proyecto de reciclaje que duró más de 10 años. En esos tiempos no se reciclaba en Carrizal y empecé a hacer papel artesanal con todos los muchachos, aproximadamente de 200 a 300 estudiantes de primero a quinto año. Luego, la directora del plantel me facultó un salón fijo para realizar proyectos con grupos, quienes semanalmente aportaban periódicos, revistas, todo material relacionado con papel”.
Lo que se adquiría de la venta servía para costear fiestas de graduaciones, eventos culturales u otros. Sumado al papel artesanal que se fabricaba y que también se le daba un uso en la institución. La idea era y es despertar la conciencia, de que ese estilo de vida cambie. El consumismo nos está destruyendo y vemos como grandes cantidades de botellas de refresco, plástico, anime y muchos otros se van a la basura.

Del reciclaje a los inciensos y el aprovechamiento de desechos orgánicos
Posterior a la jubilación en el 2015, emprendió la elaboración de inciensos. “Un proceso engorroso, pero no caro, excepto las esencias que decidí no incorporarlas; sino que usé cáscaras de frutas. Secaba muy bien las conchas, las pulverizaba en un molino, cernía y para llegar a la masa, —según averigüé— se le podía agregar vino y otros; sin embargo, opté por echarle agua. En este proceso, el secado es lento porque esta zona es muy fría. Entonces, lo llevaba a la nevera para que perdiera humedad y luego al horno”.
Su cercanía con la tierra la llevó a trabajar e investigar sobre el tema de reciclaje, a transformar las cáscaras de las frutas en esencias, así como su insistente preocupación por la basura. “Siempre tuve una cosa interna que me decía: hazlo”.
Durante la pandemia de COVID-19, y sumado al tema de la guerra económica, la profesora y su familia se reinventaron y decidieron no hacer las largas colas. “Cambiamos nuestra alimentación con más verduras, vegetales y demás alimentos. Aquí se afianzó el interés por convertir las conchas de las frutas en esencias. Este estilo de vida que empezó siendo particular se convirtió en familiar porque todos participamos”.
“Inicié con el secado de las conchas de las frutas, pensé en esos desperdicios que iban a la basura y sabía que podían tener un segundo uso. Me documenté sobre nuevas técnicas para aprender cómo podía secarlas. Arranqué con conchas de naranja y mandarina, que es lo que más consumo; posteriormente, amplié con piña, guayaba, lechosa, parchita y guanábana”.

Acotó que no todas las conchas de las frutas sirven para este proceso; por ejemplo, las de durazno tienen una película lanuginosa (pelusa) que no permite un secado perfecto; las que tienen texturas lisas, sí.
“Tras comer la fruta, corto las cochas en trocitos y las pongo en utensilios planos, tipo bandejas y van a la nevera para que se deshidraten, esto va a garantizar que no entre algún insecto. Voy secando y almacenando por separado porque he observado que se corre el riesgo de que se contaminen entre sí con hongos; además, el frío dificulta que sequen bien. Es un proceso lento, de paciencia, vigilancia y estar pendiente cada día. Es muy importante recordar que esto no se puede consumir, es únicamente para aromatizar. Tan pronto estén muy secas se meten en una bolsa de tela en la que permanecerán unos tres meses. Las repotencio con clavos de olor, canela, romero, eucaliptos, ramas de pino y pongo en un lugar fresco. Hay que evitar la humedad por los hongos”.
Un dato que aportó la docente es que las especias contribuyen a que no entren o proliferen los bichos, y el pino que contiene resina también ayuda a que no se contaminen, y purifican el producto.
“Cada cierto tiempo lo abro, aireo, veo su condición y lo guardo. Transcurrido un tiempo lo paso a una caja de cartón. Luego de todo este proceso meto un puñado en las bolsas que fabrico con material de reciclaje: Hojas blancas, bolsas de papel, entre otros.Al estar listo también se puede echar un poco en un envase de barro con carbón, se quema y aromatiza en cualquier sitio porque no contamina y no es tóxico. Mientras más seco este el producto, más concentrado es su principio activo, cuando está verde o fresco su principio activo es menos”.

Esta actividad que realiza la profesora no tiene como objetivo generar ganancias o beneficios monetarios; por el contrario, solo busca que sea parte de una alternativa para solucionar problemas con la basura orgánica. Cada vez que se presenta la oportunidad contribuye con sus conocimientos y experiencias en talleres para las comunidades, escuelas e instituciones.
Desde hace cinco años, trabaja con una fundación adscrita al Ministerio de Ecosocialismo, Amalivaca Ediciones, en la que ejerce el cargo como coordinadora de Publicación y Difusión; a la par, corrige textos sobre temas ambientales.
Araguaneyes, lombrices y semillas
Además de la elaboración de las esencias con desechos orgánicos, sorprendió con la germinación de más de 10 plantas de araguaneyes en su reducido espacio. Es su segunda cosecha con esta especie de árbol. Hace unos meses obtuvieron las vainas de las semillas en Caracas, y a los pocos días puso una parte en agua por 24 horas y luego plantó en bolsas negras con tierra.
Son apenas unos bebés, sus hojas están muy verdes y sanas. El próximo diciembre, si tienen el tamaño apto para el traslado, tiene pensado donarlos a un plan de reforestación en el Parque Nacional Macarao situado entre el municipio Libertador, de Caracas y el municipio San Pedro, estado Miranda.

Adicionó la pequeña producción controlada de lombrices de tierra en dos potes para obtener humus y usarlo como fertilizante orgánico. Combina tierra y residuos de vegetales que en casa desechan para lograr el abono que utiliza en las plantas. Junto con su hija y esposo, quien es promotor ambiental, se encargan de recoger diferentes tipos de semillas en las avenidas, calles, en los sitios donde van y hasta las de su propio hogar.
Elaboró un hermoso muestrario en botellas muy pequeñas de vidrios con semillas de uvas, maíz, pimentón, ajíes, entre otros, para presentarlos y explicar la importancia de las semillas en las escuelas.
“Tengo una misión de vida, soy una misionera de esto. Llevar este mensaje, que tiene que llegar el ser humano. Debemos despertar y ver que estamos destruyendo bárbaramente a la naturaleza y si no despertamos va a ser terrible. Dicen que vivir en ciudad y ser ecologista, no es fácil, pero pienso que sí se puede”.




1 comentario
¡Excelente y muy completo reportaje, estimada Anahí! ¡Felicitaciones!