Un equipo de arqueólgos y antropólogos dirigido por mujeres se ha aplicado a desenterrar vasijas y osamentas de 1.800 a 1.900 años de antigüedad. El trabajo devela vestigios de una cultura creadora, de oficios y técnicas de nuestros ancestros, y de algunos trágicos momentos
Teresa Ovalles Márquez / Fotos: Candi Moncada
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A estas alturas, el Valle Sagrado de Quíbor sigue dando que hacer. Desde hace 10 mil años, en el pleistoceno, había cazadores de mastodontes (gigantescos animales parecidos a elefantes), y de los llamados megaterios (especie de pereza), extinguidos a finales del mencionado período, que vivían en esos parajes. De ello hay muchas evidencias en esta tierra de cactus, cardones y tunas.
Por estos días, en el Museo Arqueológico de Quíbor, en el estado Lara, anda un grupo de jóvenes antropólogas, lideradas por Rubia Vásquez Castillo e Ivel Urbina Medina, jorungando restos humanos que datan de unos 1.800 a 1.900 años, queriendo descubrir cómo fue nuestra historia en aquellos remotos amaneceres. Porque, además de la mencionada fauna pleistócenica, hay una historia prehispánica que ellas intentan descifrar cada vez que extraen de esta tierra arcillosa osamentas y vasijas que nos hablan de nuestras costumbres y tradiciones ancestrales.

En un sector de esta localidad, llamado Playa Bonita, frente a la escuela del mismo nombre, se hallaron restos humanos mientras se levantaban las bases para la refacción de un galpón. Inmediatamente se informó del hecho al Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas (Cicpc). Pero cuando estos consiguieron, junto a los restos humanos, una vasija de barro, se percataron de que se trataba de vestigios arqueológicos que, posteriormente, fueron trasladados al Museo Antropológico de Quíbor, situado a cinco minutos de donde se produjo el hallazgo.
Es cuando entran en esta historia las antropólogas Rubia Vásquez Castillo, directora general del Museo Antropológico de Quíbor, e Ivel Urbina Medina, quienes ordenan efectuar excavaciones. Desde entonces se siguen consiguiendo “enterramientos”, que serán escudriñados por el antropólogo físico Luis Rodríguez antes de que finalice la fase de excavación. Será él quien determine, en el laboratorio, a cuál sexo pertenecen las osamentas, entre otros aspectos.

La necrópolis
El proyecto “Labores de Arqueología de Rescate en Playa Bonita”, focalizado en el municipio Jiménez del estado Lara, es financiado por el Fondo Nacional de Ciencia y Tecnología –Fonacit– e involucra a las comunidades aledañas a la Escuela Nacional Playa Bonita y a la UBCH homónima, que abraza a 6 consejos comunales.
María Lovera es quien coordina esta área de formación. También participan, en el área administrativa del proyecto, Olga Castillo, y en el laboratorio y la restauración, el antropólogo Luis Rodríguez, junto con Lisseth Castillo y Ángel Sequera, también restauradores. Jhosy Coronado se ocupa del trabajo de comunicación y redes sociales. Otras instituciones han sido incorporadas al proyecto, entre ellas la Universidad Nacional de las Artes (Unearte) y la Universidad Simón Rodríguez.

Explica la antropóloga Rubia Vásquez Castillo que Quíbor era como un valle sagrado, porque hay muchos enterramientos. Es decir, aquí los restos están acompañados de diversos objetos, como vasijas y collares. Y podría tratarse de grandes comunidades, de aproximadamente de unos 5 mil habitantes, asentadas allí durante unos 800 años.
–Aparecen estos hallazgos y decidimos mirar hacia este espacio, a ver si es prácticamente lo mismo que descubre José María Cruxent en los años 50, o si es otra cosa. Cuando llegamos e iniciamos el proyecto, nos damos cuenta de que es un cementerio. Porque no es una sola osamenta humana la que aparece: aparecen varias. Y nos percatamos de que los esqueletos son de un momento posterior a la ocupación de ese sector, señalada por Cruxent. Es decir, son osamentas que, probablemente, tengan entre 1.800 a 1.900 años de antigüedad.

Prosigue Rubia: “Si bien son de un tiempo bastante remoto, no era lo que esperábamos conseguir. Podemos distinguir diferentes momentos de la ocupación de este territorio. La gente en Venezuela –y en lo que hoy es el estado Lara, particularmente– tiene 2.000 años viviendo en el territorio en condiciones ambientales y climáticas que les permitían establecerse. Esa es otra cosa que estamos viendo ahorita. Se trata de un hallazgo muy importante, ya que podemos ver, muchos años después, con otra metodología y una tecnología nueva, de qué manera sucedía o se veía la muerte y cómo se hacían los enterramientos. Y el hecho de que tuvieran vasijas indica que había una gran producción de alfarería; que tuvieran collares demuestra que había producción artesanal. A partir del estudio de la muerte y los enterramientos, podemos establecer diferencias en cómo vivía la gente o qué ocupaciones se ejercían; qué herramientas se utilizaban para trabajar los materiales, o qué materias primas se utilizaban en la región. Si estas son externas, por ejemplo, indican que había relaciones políticas y comerciales con otras comunidades”.
–Estos restos humanos están muy asociados a las vasijas. ¿Qué nos dicen esos objetos, de qué nos hablan?
–Esta que acabamos de sacar es una vasija con base pedestal. Esa sería una descripción muy técnica sobre cómo la vemos aquí en el laboratorio. Pero esta vasija se encontró junto con una osamenta humana. En su momento, pudo haber contenido algún tipo de material dentro o alrededor, bien sea que se consigan restos de ceniza o semilla, y eso nos puede dar indicios de la alimentación de la época, o nos puede hablar de los artefactos cotidianos que utilizaban las personas.

“La gente es lo que tiene a su alrededor: de diferentes maneras, puede haber cosas muy elaboradas, cosas más sencillas; y la gente vive con los objetos, la gente hace los objetos, los desecha, incluso los crea desde su pensamiento, sus ideas, sus sentimientos. Estas vasijas, más allá de la función práctica que cumplían, nos dicen cómo se relacionaba la gente, qué trabajos tenía, hasta dónde llegaba a movilizarse para buscar ciertas arcillas. Podemos descubrir todo el proceso para que esta vasija llegara a ser lo que es: el proceso desde que es tierra hasta que llega a ser un objeto duro, que ha resistido 1.800 años de antigüedad. Los objetos sirven también a la hora de la muerte. Entonces, una vasija, para nosotros, es más que barro: son sentimientos, ideas, caminos, territorio, gente, pensamientos. Nos remite a la destreza del artista al pintarla, y pensamos que el artesano, más que una persona que hace cerámica, es un creador, un innovador. El artesano que la hizo es un ingeniero de hace 2.000 años. El artesano era el que se ingeniaba cómo hacerla, de qué manera se sostendría ese objeto, cómo confeccionarla para que no se derramara el líquido que contenía, cómo mantendría caliente o frío ese contenido. Esos son los artesanos. Entonces, reivindicar ese trabajo es reivindicar también trabajos que son milenarios”.
La fosa común
Otro de los principales hallazgos de los trabajos del Museo, se produjo en el año 2020, en plena pandemia, fueron encontrados en la Plaza Florencio Jiménez. Se trata de lo que parece ser una fosa común, con numerosos esqueletos, de los cuales al menos ocho eran de niños o niñas.

Cuenta Vásquez Castillo que es uno de los vestigios arqueológicos que más le han impresionado en su carrera de antropóloga, ya que podría ser testimonio del trato genocida que daban las autoridades eclesiásticas de la época a nuestros pobladores ancestrales.
– ¿Cuáles son sus expectativas con este proyecto?
–Son muchas. La principal: volver a pensar en Lara como un espacio de investigación histórica fundamental para el país, donde se puedan recrear experiencias no solamente del gremio de historiadores, arqueólogos, antropólogos y sociólogos, sino también de otras especialidades. A mí me parece que eso es lo primero: tratar de volver a posicionar esta región, quitarle el polvo que tienen encima estos restos humanos. Que la gente lo vuelva a ver así y, sobre todo, entrar en estas nuevas plataformas de divulgación, bien sean videos, fotografía, televisión, redes sociales o páginas de internet.

“Por muchos años, en Venezuela estos temas han permanecido aislados, cuando no silenciados, han estado fuera de estos espacios. Yo le digo a la gente que el público que venía en los años 70 del siglo pasado no es el mismo público que viene hoy. Como este proyecto nos sirve para repensarnos, hemos desarrollado algunas experiencias interesantes. Incluso, estamos ofreciendo una especie de guiatura alterna que llamamos ‘Acceso total’. Esta consiste en observar una excavación arqueológica en proceso y también presenciar el trabajo de laboratorio, algo que no se suele ver en un museo. Tú vas al museo y ves la vitrina, el hallazgo limpio, bello y hermoso, pero no ves cómo en realidad aparece, cómo se consigue. Esta experiencia es algo bastante nuevo en Venezuela. En otros países, es posible visitar sitios arqueológicos o excavaciones, pero aquí en Venezuela eso es algo bastante nuevo. Ofrecer esa experiencia a través de espacios virtuales es algo que estamos iniciando”.

La institución
El Museo Arqueológico de Quíbor Francisco Tamayo, fundado en 1964, acoge en su sede una emisora comunitaria (Quiboc), dispone de una residencia con cinco cuartos para los investigadores, laboratorios y depósitos de piezas completas. Estas últimas son alrededor de dos mil 400 y hay entre dos mil y tres mil cajas con fragmentos. En el estado Lara existen 319 yacimientos arqueológicos.
Bajo la conducción de la arqueóloga Rubia Vásquez Castillo, el museo, junto con la Unearte, ha dictado talleres de arqueología, de cerámica prehispánica y de fotografía a estudiantes de bachillerato de sus áreas aledañas.


