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Por aquí anda Guaicaipuro

Club campestre, campamento y motocrós: de ahí no pasa el imaginario caraqueño cuando se nombra a Paracotos, voz cuyo significado ha sido ocultado por dispositivos coloniales. Un grupo de arqueólogos populares libra ahora mismo una batalla contra esa forma de desmemoria y encubrimiento colonial

por Rukleman Soto
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Rúkleman Soto / Fotos Yrleana Gómez

Portada: Nathan Ramírez

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Por fortuna hay gente del propio pueblo que se constituyó en Comunidad de Investigadores de Paracotos con la finalidad de recuperar su memoria a través de rigurosos estudios arqueológicos, y también con el objeto de demostrar que hay una realidad mucho más valiosa, profunda y ancestral escondida en las estribaciones de esa cuenca tallada por el río Tuy y las quebradas que en él se vierten. Ese torrente fue navegado por los primeros habitantes hasta más allá de la desembocadura en el mar Caribe, de ahí el significado de su nombre: Gente del agua.

Esta pelea contra “la vergüenza histórica impuesta para ocultar y negar nuestros orígenes indios y negros” tiene antecedentes en el cuestionamiento a la celebración del 5 de marzo como fecha fundacional de Paracotos, y en la defensa del patrimonio arquitectónico del pueblo que venía siendo devastado sin piedad. Quedan a salvo, por el momento, algunos espacios como el Museíto de la Electricidad (merecedor de su propio reportaje) y logros como la biblioteca, que resultó de una verdadera cruzada por la cultura.

En todas estas batallas ha estado involucrada Raquel Parra, militante cultural y política. La acompaña en cada refriega su hijo Diego Vera desde que estaba en el mismísimo vientre materno. A estas alturas Diego es ingeniero agrícola de profesión. Hoy exponen junto a la joven Sol Milano sus hallazgos arqueológicos en Paracotos. Ellos son solo una parte del amplio equipo comunitario comprometido con el impulso de una manera distinta de entenderse en su territorio y en su historia.

El sábado 5 de octubre de 2024 se inició un encuentro en el Centro de Estudios para la interculturalidad y la Descolonización del Municipio Guaicaipuro (Ceideg), una casa amplia y luminosa encaletada entre colinas a las afueras tequeñas, hacia la vía de San Pedro. La exposición es larga y rica en detalles donde confluyen lo vivencial, lo afectivo, lo testimonial, lo técnico-científico, lo mítico, lo histórico y lo comunitario, cumpliendo una promesa de comprensión holística y crítica.

Trescientos años después

En horas de la tarde, mientras esperan el transporte que los regresará a Paracotos, nos sentamos a conversar en una terracita, sitiados por un aguacero. También llueve café. La pequeña reunión se las trae, se encuentran presentes Manuel Almeida, director del Ceideg; Henys Peña, de Unearte; Aníbal Carrasco y la amorosa negra Dula, del Centro Huellas Karaive; nuestro sabio Saúl Rivas Rivas y Erólida de Rivas, la maestra que le metió curare en el alma a una cuerda de chamos en la U.E. Anita Espinal.

Abrimos el diálogo sobre los resultados de las investigaciones arqueológicas en Paracotos: “Para nosotros es un hallazgo multidimensional”, arranca Diego. La investigación “Tiene elementos documentales, elementos de la memoria viva y elementos materiales”. En esa zona “existió una mancomunidad indígena que desarrolló una cultura material palpable en cerámica y lítica (objetos de piedra)”, antes no había evidencias claras y contundentes al respecto. “La historia que hemos escuchado siempre es la de nuestro pueblo como parroquia eclesiástica. Todos los años se celebra una fecha que tiene connotación de parroquia”.

Lo increíble es que eso sucede en pleno pateadero de Guaicaipuro, el cacique más resteado que enfrentó a los conquistadores en la fatídica hora del “malencuentro” que tenía otros nombres distintos a descubrimiento. Explica Diego: “No puede ser que la historia de Paracotos empiece en esta fecha y que la historia del resto del país donde hay poblaciones indígenas empiece mucho antes”. Puesto de otro modo, esta comunidad de investigadores populares no podía aceptar que Paracotos fuese “una especie de isla deshabitada antes de aparecer los españoles”.

Raquel lo ilustra con una anécdota. Uno de esos 5 de marzo en que se celebra la historia oficial cada año con discurso de orden, pendones, escarapelas y condecoraciones, ella, grabadora en mano, repitió una pregunta entre la honorable concurrencia, incluido el para entonces alcalde de Guaicaipuro, Raúl Salmerón: ¿qué pasó el 5 de marzo de 1673? Nadie supo responder, ni siquiera la oradora de turno. “Todo lo que pasó en esa fecha –informa Raquel– es que hay un acta de defunción por la muerte de un indio de nombre Nicolás. De ahí parte la historia oficial del pueblo porque es el que aparece de primerito en un libro de la iglesia”. A falta de un acto de fundación, el registro de aquel entierro corrió con la rara suerte de justificar la celebración del tricentenario de Paracotos con bombos y platillos en 1973.

Reconstructores de historia

“Paracotos no solo existe para que la gente de la gran ciudad vaya los fines de semana a pasarla chévere. Existe porque tenemos una historia local, unos valores ancestrales que están vivos. Verificamos que están vivos cuando los abuelos y las abuelas nos hablan de los conucos lejos del poblado, que sus antecesores se empecinaron en mantener y que llegaron a garantizar la alimentación local en períodos difíciles. Una herencia indígena que continúa y con la que se identificaron muchos de los entrevistados. Otro ejemplo es cuando algún abuelo o abuela se refiere a la piedra de amolar pasada de generación en generación o fue hallada en la montaña, y que tras las investigaciones se supo que era de origen indígena”.

Tras cinco años de intensas investigaciones la comunidad ha identificado y ordenado la información de cinco importantes yacimientos arqueológicos en la zona, lo que viene a fortalecer su identidad geohistórica y cultural. “Todo el territorio está provisto de herramientas líticas y de cerámica de nuestros indígenas” afirma Diego. No solo tiestos han conseguido en la pesquisa, ellos dan cuenta de un proceso activo, de una continuidad histórica y de una identidad ancestral.

Tan valiosos son los túmulos (elevaciones de piedras), hachas, sepulturas, cerámicas y otros objetos recolectados como el proceso mismo de investigación y comprensión. Al observar las piezas encontraron temas astrales, los ciclos para la siembra, representaciones de la fauna. Los trabajos realizados con antropólogos y arqueólogos indican que es cultura caribe por el estilo valencioide de la cerámica y la lítica.

Abuelos y abuelas, asumidos como los “reconstructores de historia” por el equipo investigador, revelaron la existencia de un imaginario que cumple funciones de protección, como el mito de las piedras de centella que corresponde a herramientas líticas. Se deja ver un respeto profundo por el pasado y una astuta defensa de esos espacios por parte de los agricultores campesinos que los habitan.

Tras la invasión española, los antiguos habitantes fueron desarraigados de sus asentamientos y “obligados a vivir apretados” en el poblado establecido por los blancos, mientras que sobre los asentamientos indígenas se imponían las haciendas. Diego dice que llegó a haber al menos 50 encomiendas en Paracotos.

¿Será indígena?

Una cosa es defender el patrimonio decimonónico construido en el casco del pueblo y otra es el salto hacia la más remota identidad. Reaparece la problematización de la historia local: “Si este era un pueblo indígena, ¿cómo es que no hay nada? Si Guaicaipuro nació cerca de aquí en esa montaña de Suruapo, ¿cómo es que nosotros no logramos ubicar dónde se encontraban sus poblados?”, se cuestionan desde la más honda actitud crítica.

La comunidad ha identificado y ordenado la información de cinco importantes yacimientos arqueológicos en la zona, lo que viene a fortalecer su identidad geohistórica y cultural

En mayo de 2019 Diego hacía labores agrícolas en terrenos cultivados en la zona de El Hato por Oswaldo Acosta, quien junto a su compañera Mary forma parte del equipo. En esa oportunidad aparecieron restos cerámicos al remover la tierra para la siembra. Raquel visitó el lugar y observó las muestras recogidas. A la semana siguiente encontraron abundantes restos de cerámica y herramientas. Oswaldo recuerda algunas piedras que le llamaron la atención por ser distintas, le parecieron bonitas y las puso aparte. Al parecer eran piezas arqueológicas. Sospecharon que estaban parados sobre un yacimiento. Poco después dieron con varios túmulos ubicados en medio de dos caños hacia una zona más intrincada. Aquella acumulación ordenada de piedras tenía que ser obra de indígenas.

Desde entonces hasta ahora han identificado 33 de esos montículos y han recolectado numerosas piezas. Tras el primer hallazgo contactaron a Manuel Almeida, historiador y cronista del municipio Guaicaipuro, con quien Raquel había recibido clases en un Programa de Formación de Grado (PFG) en Historia. Con Almeida obtuvieron las primeras orientaciones.

El vínculo se extendió al Instituto de Patrimonio Cultural (IPC) y al Museo Antropológico de Quíbor “Francisco Tamayo”, con su directora Rubia Vázquez. El 17 de diciembre de 2019 arrancó formalmente la investigación. Raquel dice que tenían muchas dudas: “¿Será indígena, no será?”

Isabel de Jesús, arqueóloga del IPC, hace una inspección que da lugar a una “Declaratoria de bien patrimonial de interés cultural en las categorías de arqueología, cerámica y lítica”. La pandemia demoraría el trabajo en los otros yacimientos. Hasta ahora Hato 1 y Hato 2 son los únicos declarados como lugares de interés patrimonial. El equipo trabaja en incorporar los otros yacimientos.

En su incesante actividad van involucrando a las comunidades. Los vecinos han encontrado vasijas, identifican caminos ancestrales. “Cuando aflora una pieza nos llaman”, explica Raquel. Es inevitable el temor por la sustracción de piezas y destrucción de yacimientos.

Diego y Raquel enumeran: “Oswaldo se asumió como protector de la montaña ante la amenaza de incendios y cazadores; Néstor es coleccionista conuquero, su patio es un museo, ha recolectado piezas procedentes de Maitana, Altagracia de la Montaña y Tácata; Demetrio Almeida conoce antiguos métodos de conservación de alimentos; una abuela que es arqueóloga de nacimiento juntó piezas al construir su propia casa; un cazador que conoce cada palmo de la montaña sabe dónde vivían los primeros habitantes porque el territorio te lo dice”.

Formarse y formar para la memoria

En las inspecciones de 2019 se dan los afloramientos de piezas de El Hato 1 y 2. Estaban recibiendo un taller de arqueología en la Casa de la Cultura que trataba sobre las teorías del poblamiento de América. Al ver las muestras, una de las asistentes a la actividad reconoció que en la casa de su abuela había unos enterramientos en vasijas funerarias.

En el Congreso de Historia realizado en La Guaira en 2022 conocen a Arturo Jaimes, investigador del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC), especialista en megafauna. “Nos dio un taller de megafauna del pleistoceno”, precisa Raquel. Han aprendido a identificar, caracterizar y preservar objetos de valor arqueológico.

Prosiguen las actividades formativas. En el Museo Comunitario de Paracotos reciben un “Taller práctico para dibujar lo que caracteriza una pieza arqueológica”. Incorporan a la comunidad. “Con Diego Vargas y Arturo Jaimes aprendimos a comprender la lítica y el análisis cerámico. Eso nos permitió conocer, conservar y ordenar. Pudimos caracterizar las piezas por yacimiento, desde el número uno, que es El Hato, hasta alcanzar cinco yacimientos”.

Raquel destaca las pistas que arrojan los rasgos vivos del lenguaje a través de la toponimia de Paracotos y algunas expresiones que permanecen. Lugares como Maucagua o Purma y palabras muy usadas por los agricultores locales como embijar (manchar, ensuciarse) vienen de aquellos tiempos. Lo mismo parece suceder con la fisonomía: “hay familias de Maucagua con fenotipos distintos a otras zonas de Paracotos”, señaló.

El abuelo guaicaipuro

En un taller realizado con niños de Paracotos Raquel pregunta si han oído hablar de Guaicaipuro.

–Ese es mi abuelo – responde un carajito-, él vivía aquí en Suruapo.

¿Cómo sabes?

–Porque mi abuela me dijo.

Se trata del taller “La arqueología va a la escuela”. Han realizado esta actividad formativa en varios centros educativos de Paracotos. Hoy lo replican en la parte posterior del Ceideg. Diego va exponiendo la forma correcta de abordar un área con muestras de interés arqueológico a fin de dar el debido tratamiento a los trozos o fragmentos. “El señor Félix, artesano y carpintero, es quien ha elaborado los tamices y cajitas de madera que se utilizan en los talleres para enseñar a identificar y tratar los elementos encontrados”, nos deja saber Raquel.

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2 comentarios

Teresa Ovalles M. 10 noviembre 2024 - 08:05

Me encanta este trabajo porque reivindica a nuestro admirado Guaicaipuro. Felicitaciones Rubleman!

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Gabriel 13 octubre 2024 - 08:54

Ana karina rote. Aunikon paparoto mantoro itoto nanto.

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