Gino González
Ya lo dijo el poeta Ángel Eduardo Acevedo: “Cultura es todo lo que no es verde”.
Tiempo atrás, el campesino decía que una persona tenía agricultura para referirse a alguien con conocimientos, con educación. Es bueno recordar que la educación nada tiene que ver con “buenos modales” ni con la cortesía, aunque estén relacionados, y aunque los diccionarios apegados a la norma todavía contemplen esa acepción. Educación es el proceso mediante el que se enseña y se aprende algo. De allí que cuando el campesino decía que una persona educada tenía agricultura estaba en lo correcto, pues cultura proviene de agricultura.
La agricultura es la primera gran revolución de la humanidad, tanto que se ha asumido ese evento para establecer que a partir de allí la gente pasa de lo natural a lo cultural. Descubrimos que las semillas nacen y que los animales se pueden criar y domesticar. Descubrimos el fuego y con este a elaborar el pan a partir de la yuca, el maíz o el trigo, así como a extraer la manteca del animal y el dulce de la caña. Irrefutable esta razón campesina en el uso exacto del término. Cuando un terreno está cultivado, se le ha aplicado cultura, es culto. El monte es natural, pero cuando se interviene para sembrarlo pertenece ya a un fenómeno cultural. Dicho de otra manera, el monte es natural, pero el conuco, una granja o un maizal, son hechos y objetos culturales. Entiéndase entonces, todas las personas son cultas y, por ende, educadas. Nadie, después que nace, permanece exclusivamente con sus instintos sin aprender nada.
Respirar es natural, pero hacer ejercicios de respiración es cultural. Un árbol es natural, pero una silla es cultural, pues no existe un árbol de sillas. La vaca y la leche son naturales, pero el queso es cultural. El hambre es natural, pero cocinar los alimentos es cultural. El sexo es natural, pero el amor es cultural, sobre todo si tomamos en cuenta que para el enamoramiento influyen aspectos sociales dominantes y determinantes más allá de la atracción. El trabajo es natural, pero la esclavitud es cultural. Todos los animales trabajan para procurarse el alimento de alguna manera, pero no esclavizan a otro animal para que trabaje por ellos.
Del hambre a la locura
La cultura atrofia los instintos y la alienación atrofia la cultura.
La cultura es funcional, es decir, sirve para satisfacer una necesidad. El chinchorro es un bien cultural y se inventa para no dormir en el suelo y así no solo estar más cómodo, sino también para protegerse de animales rastreros. Cuando fabricamos un chinchorro y al mismo se le agregan elementos no utilitarios como adorno, este es un ejemplo sencillo de lo que es la alienación cultural.La alienación no es más que el proceso mediante el cual un elemento cultural pasa de lo funcional a lo ficticio, a lo irreal.
Un pañuelo sirve para secarse el sudor, pero cuando, por “elegancia”, se cose un pedazo sobresaliente de tela en el bolsillo de una chaqueta para sugerir la idea de que allí está un pañuelo eso es alienación, puesto que el pañuelo deja de ser pañuelo para insinuar otra cosa. La “etiqueta” es un criterio alienante, puesto que la verdad verdadera de la ropa es proteger al cuerpo. Cuando la ropa se usa como forma de aceptación social, un elemento cultural, está siendo utilizado alienadamente.
El origen de los toros coleados se remonta a cuando se atrapaba el ganado en la sabana para su cría, consumo o para dominarlos cuando se apartaban del rebaño o madrina, mediante la técnica de agarrarlo por el rabo desde un caballo y tumbarlo. Es decir, el coleo en ese sentido tiene una función específica, pero cuando se transforma en ritual de divertimento e industria cultural abandona su función original y adquiere una alienante, consistente en el maltrato de un animal exclusivamente como diversión. Por hambre cazo al animal, por miedo al hambre lo crío y lo acumulo, y por ignorancia me divierto maltratándolo: eso es la alienación. El hambre, el miedo y la ignorancia traen como consecuencia la alienación cultural. En principio la necesidad y el instinto para su satisfacción, luego la conciencia de su existencia a la par del temor que, mediante la ignorancia, desemboca en comportamientos enajenantes. La alienación entonces es un estado de locura compartida. Una degeneración, una enfermedad en la cultura.
Cuando un elemento cultural va más allá de su función real y se le confiere una función alienante, ello conduce también a comportamientos alienantes. Estos, cuando se asumen ideológicamente, se hacen norma masiva donde el loco es quien se opone o avanza en sentido contrario.
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Quién diría que el deporte es cosa de locos sin el riesgo a ser catalogado como loco. Y qué otra cosa es un grupo de personas corriendo detrás de una pelota, peleándose por ella para meterla en un arco y, aún más, un público eufórico que pagó por verlos hacer eso. Qué es el deporte. Al respecto, un gran amigo, Roberto Cortés, decía que el gimnasio de la gente debía ser el conuco, el solar o el patio de la casa. Necesita el cuerpo ejercicio físico. El trabajo ha sido deporte productivo. El trabajo “intelectual” o de mínimo esfuerzo físico de quien no trabaja con el cuerpo, sino con la mente, ha tenido esa complicación para la salud, entonces se recurre a sudar el cuerpo por el cuerpo mismo sin producción alguna.
Montarse en una bicicleta sin ruedas a pedalear: trabajo perdido. No es original ni novedosa la idea de crear gimnasios donde las máquinas para hacer ejercicios sean conectadas a turbinas para generar electricidad, y así no se dilapide tanto esfuerzo. La energía corporal o somática se convertiría en energía eléctrica, y no se despilfarraría en la única y exclusiva misión de embellecer o moldear cuerpos humanos.