Inicio Opinión y análisis Una ciudad que “medio” funcione (y III): de Espanto a Esperanza

Una ciudad que “medio” funcione (y III): de Espanto a Esperanza

por Éder Peña
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Harta ya de ver películas y series post apocalípticas, la gente asiste a una oscilación entre esperanza y escepticismo. Casi que cada mañana se sale esperanzado de casa y, luego del tráfico, del hacinamiento o de cualquier deficiencia en un servicio público, el escepticismo invade la mente. Esto sin contar que la sobredosis de estos productos audiovisuales pareciera servir para ablandar a la población ante escenarios de caos sistémico.

Es que la ciudad no es un tema fácil, ni para tener esperanza ni para ser escépticos. El modelo de agregación social es expresión plena de las jerarquías sociales y del modo de producción en el que nos desenvolvemos, pero se pretende “humanizar” a las ciudades sin que cambie el sistema.

El trabajo es el objetivo principal de la permanencia de las mayorías ciudadanas en estas urbes, es lo que dinamiza a la economía, así los cleros neoliberales digan que es su capital el que impulsa la producción. Separados de la naturaleza y encapsulados, los ciudadanos hacen esfuerzos extraordinarios para participar de la promesa urbana de bienestar, ponen en riesgo su salud entre ritmos frenéticos, horas de espera y contaminación.

Para los hijos de quienes producen los alimentos en el campo también es válida esa promesa y migran hacia las ciudades a buscar futuro. Los hijos de quienes han vivido toda su vida en las ciudades migran hacia otros países a buscar futuro también, cabe preguntarse qué es ese futuro, no es una pregunta fácil de responder.

Esos hijos no tienen manera de mirar hacia atrás, muchas de las tierras que sus padres abandonaron están en manos de latifundios que promueven un modelo agroindustrial cada vez más dependiente de petróleo y de tecnologías apropiadas por los “barones de la alimentación”.

Las respuestas acerca del futuro se le han delegado a las élites políticas y económicas (casi siempre son los mismos), el resultado han sido más ilusiones que esperanza, por lo que habría que evaluar a la esperanza. Quizás la mayoría espera que todo funcione como un reloj, el transporte, los alimentos, el agua, la electricidad y el gas, todo a la hora.

Como se mostró en la primera parte de esta serie, las cifras y los tiempos dicen que hay algo que no cuadra, sostener un estilo de vida como el actual es poco factible para eso que llamamos futuro. Solo las inmensas cantidades de energía fósil que se utilizan dan para pensarlo, una de las causas de ese uso tiene que ver con las largas distancias que se utilizan para mover personas y mercancías, es decir, con el modo en que se ocupa el territorio.

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Levantando la mirada se pueden ver ejemplos de cómo se ha resuelto el reto de la movilidad. Otros países poseen modernos y complejos sistemas de trenes de alta velocidad, sin embargo, se requieren altas inversiones ecológicas y económicas para construirlos. Solo una especie de vergüenza cronológica (o generacional) impide pensar en soluciones simples y económicamente factibles. Algo como “si no es un misil sobre rieles, no sirve”.

Lo mismo ocurre con el modelo agroalimentario, mirar hacia sistemas menos complejos y petrodependientes, como el conuco, provoca que algunos digan que solo faltaría andar por ahí en guayucos o desnudos. Entonces la “opción” (mentira, es imposición) es que un 15% de la población global (1.230 millones) produzca alimentos para un 54% que vive en ciudades. En el caso de Venezuela, esta gente se dedica mayormente a un sector de la economía basado en servicios y comercio.

Alguien debería explicar cómo se llama “evolucionado” a un sistema en el que millones de personas confían en la precisión y puntualidad de las cadenas de suministro hacia los automercados o abastos locales en tiempos de crisis ambiental. Sobre todo cuando se consideran “arcaicos” estilos de vida en los que, en sincronía con la dinámica estacional, las poblaciones rurales aseguran energía (leña) y alimentos para los tiempos de poca cosecha, como las sequías o inviernos.

No es solo un tema del Sur Global, las ciudades también están en crisis en países como el Reino Unido, pero eso no lo dicen los noticieros ni los influencers. El modelo de las megalópolis, ciudades de alta expansión y/o densificación, también viene en declive, este se basa en la dispersión de suburbios o ciudades-dormitorio o en la construcción de torres de grandes dimensiones. El escritor Pedro Torrijos ha publicado un hilo en la red social X en el que muestra cómo en Estados Unidos estos espacios comienzan a mutar a sistemas de uso mixto (residencial/ocio/trabajo).

La discusión sobre las ciudades compactas es de larga data, algunos científicos postulan los beneficios de las ciudades “de 15 minutos” cuya movilidad concentrada permite que se use más el transporte público o que se hagan más trayectos a pie. En ellas hay menos automóviles particulares y menos emisiones. Ciertamente las ciudades dispersas son un problema serio, lo vemos en Caracas en donde buena parte de la fuerza de trabajo vive fuera de la cuenca del Guaire, que es donde está la mayor cantidad de transacciones financieras y operaciones comerciales.

Hay aspectos del diseño urbano que impactan la salud colectiva, un estudio reciente muestra cómo la transitabilidad de una ciudad está implicada en una menor mortalidad de sus habitantes. Otro estudio encontró que habitantes de localidades cercanas a espacios verdes tenían mayores probabilidades de dormir suficiente.

Muchos son los retos para que el diseño de las ciudades priorice la vida y no el capital. Si se trata de mantener la esperanza viva, la movilización y la construcción de alternativas no vendrán de los gobiernos sino de los habitantes, sobre todo cuando el imaginario colectivo se va configurando para que la gente esté desmovilizada o desconcertada.

La esperanza en la ciudad está en la lucha por su resiliencia ecológica, psicológica y social. Para garantizar energía, agua y alimentos se deben repensar los territorios para los hogares, los centros logísticos, de distribución, pero sobre todo la lógica económica. Se trata de construir con lo mejor del pasado y del presente, no de huir hacia adelante así las cifras y los tiempos adviertan resultados no esperados.

Más valen 10 ciudades de 1 millón de habitantes que una de 10 millones, mejor si estas crecen diversas en función de su entorno y de su población. En nuestra especie la esperanza no se extingue, como la vida misma.

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