En el complejo laberinto de acciones humanas que mueve a las sociedades, y por lo tanto a la historia, existe una extraña coreografía que los líderes y organizadores de todas partes aplican con rigurosa y tal vez aburrida devoción: el sistema de premios y castigos. Se premia los logros y el esfuerzo y se reprocha o se silencia lo que es malo o más o menos deleznable. Con esto de los premios ocurre algo obvio y fácil de percibir, y un par de cosas que vienen por añadidura y que están por allá atrás, escondidos detrás de los resortes éticos y los combustibles esenciales.
Apartemos ese lenguaje presuntamente misterioso: a la enorme cantidad de mujeres científicas que han sido honradas con varios reconocimientos en forma de semblanzas periodísticas, una serie de eventos (particularmente hermoso el del 11 de febrero de 2025, Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia), un libro y una serie de oportunidades para que desarrollen su potencial, se les está haciendo en Venezuela un honor mayor que la simple felicitación, el estímulo y el abrazo. La clave está en el último de los elementos enumerados; el mejor premio viene a ser la creación de condiciones para que las mujeres científicas sigan haciendo lo que saben y lo que pueden.
Es preciso lidiar con el poco de asombro que produce esa especie de lema no dicho con palabras: el premio por el trabajo no es una invitación a dormirse en los laureles sino un horizonte o expectativa donde sólo se percibe más y mejor trabajo.
Se premia a las mujeres, y esto resulta un premio para el país.

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El libro “Mujeres venezolanas en las ciencias”, bautizado y obsequiado a las homenajeadas vivientes, es una obra de una sencillez y una limpieza dignas de la naturaleza femenina que lo puebla y le otorga sentido. Se trata de un puñado de breves semblanzas de más de cien mujeres que han hecho o hacen ciencia en Venezuela, y esto incluye a mujeres a las que se les había negado incluso el derecho a saber, entender y asumir que son científicas.
La semblanzas y la indagación mínima para dar con los datos y el espíritu de las homenajeadas en este volumen las realizó la periodista Jessica Dos Santos Jardim, joven venezolana asomada a las profundidades de una Venezuela llena de heroínas que la mezquindad de un sistema tenía condenadas al olvido.
La muestra comienza con un punto crucial o big bang de este asunto de la ciencia hecha por mujeres: la semblanza de Zoraida Luces de Febres informa que esta dama fue pionera de la presencia activa de la mujer en el ámbito académico del país. De ahí en adelante el desfile de señoras y muchachas; activas, fallecidas o en el otoño de su misión, fluye en sabrosa lectura de pequeñas y grandes hazañas. En esta casa tenemos el honor de declarar que nos honra haber entrevistado a una docena de estas homenajeadas de 2025.
En el prólogo se informa de unos datos numéricos que vale la pena anotar y tener a la mano para el seguimiento que viene:
Las científicas venezolanas hoy superan el 50% de participación en los principales proyectos y programas de investigación. De hecho, el 58% del total de los proyectos financiados hasta octubre de 2024, son liderados por mujeres.
En este sentido, tan solo durante este año, el gobierno nacional ha otorgado más de 6.000 becas para los estudios de postgrados, de las cuales 56% fueron destinadas a mujeres.
En ‘Mujeres de las ciencias en Venezuela’ queremos honrar los años de entrega y dedicación de mujeres que han destacado en diferentes campos de la ciencia. Lo hacemos desde un punto de vista humano, diáfano, real.
Estas páginas son un tras cámara por el viaje que representa ser una mujer en la ciencia, sin abandonar la conexión social, familiar, personal. Es un compendio de dilemas, incluyendo los enormes retos de ser madre y científica a la vez, de creatividad, de obstáculos sorteados y de enorme compromiso social.
Esto nos hace volver a la reflexión inicial: más que el aplauso y el reconocimiento, el dato duro de todo este homenaje se asienta en el hecho de que estamos en un momento de Venezuela y del planeta en el que, o la especie asume el desafío de dejar que la ciencia y la hechura de países se impregne de lo femenino creador, o la vida de nuestra especie y de muchas otras sobre este planeta va a dejar de ser viable.
No es casual que el liderazgo venezolano en ciencia y tecnología haya levantado como estandarte y como lanza el concepto Ciencia para la Vida. Cuando Gabriela Jiménez enuncia este concepto no se está refiriendo a un lema o eslogan sino una declaración de principios con sello venezolano; la ciencia que se construye en Venezuela es una respuesta a la tragedia de una ciencia hegemónica que ha justificado guerras y devastaciones, y esa posición sólo es posible echarla a andar desde una perspectiva y una praxis femeninas.

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El gesto de imprimir en papel este libro (y otros que vienen cocinándose desde este ámbito) trae en el equipaje una misión de rotunda enormidad. En las entrañas del Ministerio para Ciencia y Tecnología pudo haber prosperado la idea, o más bien el espejismo, de que un buen almacenamiento electrónico es suficiente para preservar la memoria de Venezuela. Andamos lidiando con la noción “libro electrónico”, pero mientras averiguamos qué tan estables o duraderos son esos soportes para resguardar la memoria humana, observamos que aquello que parecía futurista y de avanzada hace apenas 18 años hoy se ha revelado frágil y ridículo: millones de fotografías, videos y documentos han desaparecido en la pobrísima capacidad de resistir el envejecimiento de aquellos discos compactos (Cds), pendrives y otros artificios que nos deslumbraban en el primer lustro de este siglo.
Se ha informado que este libro sobre mujeres que guerrearon y otras que siguen haciéndolo es apenas el primero, que vendrá otro u otros. Siempre será una buena noticia, que cuando esté añejada y vengan los investigadores del futuro será entonces historia viva al alcance de la gente que todavía sabrá leer y emocionarse, dentro de pocos años o muchas décadas, hasta la noche de los siglos.
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