Penélope Toro León | Trapitos al sol
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¿Eres mujer, te gusta dejar tu cama tendida por las mañanas, que tu casa huela a limpio, regalarle a tu pareja exquisiteces preparadas por ti misma de vez en cuando, porque te encanta la cocina y sientes que no hay nada de malo en ello? ¿Incluso algunas veces hasta se te ha pasado por la mente que sería como una especie de “liberación” no tener que trabajar fuera de casa, en ese mundo tan competitivo y “masculino”, para poder disfrutar más del cálido ambiente hogareño que tanto te gusta?
Si la mayoría de estas afirmaciones te resuenan, ¡cuidado!, podrías ser víctima de una onda malévola 2.0 manejada por el algoritmo neofascista que gobierna el mundo a través del ciberespacio.
Desde la aciaga época de la pandemia 2020 se ha elevando la viralidad de cierto tipo de contenido, un “fenómeno” atribuido a mujeres que se dicen de un supuesto “movimiento”: las tradwives (palabra compuesta del inglés traditional, tradicional y wifes, esposas). Como veremos, esto ni es un fenómeno espontáneo ni se puede catalogar de movimiento. Pueden ser los nuevos campos de concentración donde la naciente tecnocracia neofascista aspira meter a su peor enemigo: las mujeres. Además de ser un tremendo negocio.
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En esta “tendencia” las mujeres aparentan tener opciones y decisión: “la de quedarse en casa”, una especie de nuevo “aislamiento social”, para escapar de un mundo masculinizado y hostil con el que ya no están dispuestas a lidiar. Puede creerse que todo esto devino del estilo de vida “suave” (slow live), lo hecho a mano, la crianza con apego, dar pecho a libre demanda, etc. Ser producto del cansancio de mujeres que maternan, quienes ya no desean la migaja de permisos de natalidad que les ofrece el mundo laboral y sobrellevar las múltiples contradicciones de esa bi, o hasta tripolaridad de roles, más el terrible peso de la culpa. Por eso, las embarazadas o recién paridas son las víctimas favoritas del algoritmo a cargo del neofascismo.
Nada es espontáneo. Las tradwives, no son otra cosa que la versión cibernética de las good wifes de los años 50 vendidas por las revistas “femeninas” y los anuncios publicitarios, estrategia que se repitió a comienzos de siglo XXI en “blogs de mamás”. Son mujeres que parecen haber perdido la cordura y quieren arrastrar a miles de otras mujeres al delirio de una vida de mentira, pero que en realidad están ganando muchos cobres en sus papelitos siendo capataces de la arremetida conservadurismo.

Estas “bichas” -a las que hay que tenerles miedo- van desde una ex bailarina esposa de un deportista famoso, modelos o religiosas de iglesias fundamentalistas. Pero las más insoportables son las que asumen el estereotipo de la good wife de los 50. Su vulgar puesta en escena incluye escenografía acorde al estilo, patéticas variantes de “Hechizada”: vestimenta con fondos, medias de nylon, vestidos del tipo armador, rollos para el cabello, labios rojo intenso, el clásico delantalcito y se enorgullecen de hacer oficio entaconadas. ¡Habráse visto mayor ridiculez!
Si se trata de una granjerita, todo es tipo “La Pequeña Casa de la Pradera”. Las conservadoras, mormonas o similares, faldas largas y pañuelos en la cabeza. Se precian de cumplir con las llamadas tradwife o homewife routines, que incluyen desde el acicalamiento, hasta listas de chequeo derivadas del mandato de ser escrupulosamente planificadas. Su “reto” es cumplir las labores del hogar con “gusto”, para el “gusto” de sus mariditos: “proveedores y protectores”. ¡Embuste!, no son ningunas mantenidas, tan solo están allí para afianzar de la división sexual del trabajo y roles fijos en la sociedad.
Estas versiones de Maquiavelo disfrazadas de débiles damiselas, quienes pueden llegar a tener alrededor de 300 mil seguidores en TikTok y en 73 mil en Instagram, no son cualquier tipo de mujeres, por supuesto. Son blancas y mayormente anglosajonas. Pero, curiosamente, una de las más seguidas es Roro, una jovencita española que parece salida de un anime (en voz y apariencia) y que comienza todos sus videos mencionando a Pablo (su novio), lo que le apetece para comer o hacer. Resulta que sus seguidores son mayormente hombres jóvenes, quienes envidian a Pablo y la elogian por ser “la novia perfecta” que todos quisieran tener.
Una gran polémica ha desatado esta muchachita, quien dice ser tan solo una “creadora independiente de contenido”, que le encanta cocinar y hacer cosas manuales. Si es así: ¿por qué tiene en común con las trads lo siguiente: voz baja e infantilizada; uso caros productos, electrodomésticos y cosméticos “dejados en la descripción”; realización de platillos muy elaborados, autoexigencia de perfección; looks y vestimentas súper elaboradas, costosas y pulcras; poner en el centro de sus “creaciones” a la familia y, sobre todo a una pareja masculina?
La historia no es tan absurdamente cíclica como parece, la hacen serlo
En la década del 50 del siglo XX una psicóloga y feminista estadounidense de nombre Betty Friedman rompe con el alfiler del feminismo liberal la burbuja en la que alguna vez la modernidad introdujo a las mujeres blancas de clase media y pudiente del mundo occidental. Se dio cuenta de que una especie de desasosiego aquejaba a esas mujeres en su país, cuyas vidas estaban supuestamente completas. “Lo tenían todo”, las habían criado para casarse, tener hijos y que esta fuera su meta de autorealización. No obstante, se sentían frustradas, enfermas y neuróticas, a lo que llamó “el problema que no tiene nombre”. Lo único que les ocurría deviene de lo que otra gran feminista de la corriente afro, Angela Davis, apuntaría en su sentencia inmortal: “El feminismo es la idea radical que sostiene que las mujeres somos personas”.
Aquella sociedad no estaba considerándolas para ser personas. Ellas se hallaban en el mundo para servir al sistema patriarco-imperial y ni siquiera eran capaces de percibirlo. Existían con sus modos de vida, sus carros y electrodomésticos con el propósito de decir al mundo entero: “¡mírennos!, esto es lo máximo”.
A Betty le llamó la atención el siguiente dato: [entre] “1950 y 60 el promedio de la edad en que contraía matrimonio la mujer en los Estados Unidos descendió veinte años y catorce millones de muchachas estaban comprometidas para casarse a los diecisiete años”. Supuso que algo grande y perverso estaba detrás de estas disparatadas cifras, tomando en cuenta el pleno auge del feminismo para ese momento y los grandes progresos en los derechos recientemente alcanzados para las mujeres. Así que se adentró temerariamente en los boureaux de las agencias publicitarias estadounidenses y realizó una exhaustiva pesquisa.
En ella pudo hallar las macabras acciones de manipulación que llevaban a cabo con las mujeres del mundo: con tu mamá, tu abuela, con nuestras tías. No olvidemos que es justo en esas décadas cuando se consolida la política imperial, concibiéndose todo el programa liberal de recolonización de los territorios e identidades, con objetivos de dominación al servicio de la economía capitalista, tal como lo identifica esta autora:
“La subversión de la vida de las mujeres en beneficio del comercio, cuando se comenzó a sustituir el objetivo de una nación [el sustento de la vida] por la inversión de capitales y negocios (…) la subversión de la ciencia para engañar a las mujeres sobre sus verdaderas necesidades”. (Friedan, 1963).

Aunque sus hallazgos, basados en cifras y observaciones, fueron con mujeres de la clase media emergente en la Norteamérica de la postguerra, éste fue un modelo que se convirtió en el baremo para las mujeres del mundo, allá donde pudiera llegar el cine, la televisión, revistas y radio. Esta norma para ejercer el rol de mujer era (es) el gato hidráulico que sostiene el andamiaje, que a su vez hace posible la permanencia del patriarcado al servicio del capitalismo: familia monoparental heterosexual, lo que las feministas llamamos la ley del padre y el estereotipo de la perfecta ama de casa. Ser una “mujer de bien” en una sociedad jerarquizada por el clasismo, el sexismo y el racismo significaba, y aún sigue siendo, alcanzar los estándares de la blanquitud en esos términos.
Aquel repunte del conservadurismo, -con el naciente avance tecnológico a su favor-, y mantener a las mujeres cautivas para el naciente “mercado del hogar”, es definitivamente el guion repitiéndose a pulso, cuya única diferencia son los “medios de manipulación”, hoy día diez mil veces más potentes.
A pesar de que mucho tenemos que objetar al feminismo blanco (¿blando?) Betty nos dejó un gran legado. Como contrapartida a los efectos rebote de la insurgencia en el mundo, en los distintos períodos históricos, han insurgido a su vez renovadas luchas contrahegemónicas. Para aquel entonces emergió, como un volcán, el feminismo radical de la década del 70, al cual también le debemos muchos de los avances que hoy día damos por sentado.
En este momento en nuestros territorios, desde nuestros pueblos en el Sur Global, una vez más blanco de borrado y aniquilación de la diversidad cultural, nuestro reto se hace cada vez más evidente: la consolidación del feminismo popular comunitario. Desde allí cabe entonces preguntarnos: ¿Estamos haciendo frente a esta nueva y poderosa amenaza con el suficiente ímpetu?, ¿este nuevo orden social estará torciendo nuestro brazo al obligarnos, aunque no seamos unas trads, a “quedarnos en casa”, dadas modalidades de trabajo remoto y las múltiples demandas que siguen recayendo sobre nosotras?, ¿qué vamos a hacer ante este terrible escenario?