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Al encuentro de El Domador

En los alrededores de Elorza, "lo más criollito del mapa", un llanero completo suelta verbo y memoria para hablar de su oficio, uno de los emblemas de la cultura llanera de Colombia y Venezuela

por Nelson Chávez Herrera
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Texto y fotos Nelson Chávez Herrera

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Increíble resultó escuchar que Enrique Artahona, protagonista del documental El Domador, con una vida tan ruda como la del Llanero completo (el que sabe hacer todos los trabajos del Llano) continuara vivo. En la filmación ese hombre tenía como cuarenta años y el documental es de 1978.

–Vivo está, sí señor–, fue la respuesta del informante, el cronista apureño Ramón Ojeda Cruzati.

Lo siguiente fue anochecer, ver de nuevo el documental, observar cómo Artahona marca con hierro el ganado, le rompe con un cuchillo el hocico a una novilla para naricearla, doma un caballo, mata un chigüire con un palo y de una puñalada en el corazón, cruza el Arauca en canoa para asistir a la muerte de una niña indígena del pueblo Pumé, sin evidenciar duda o debilidad alguna, porque todo aquello extraordinario para el afuerino, para él es cotidiano. El Domador del documental es todo fiereza, un ser humano tan salvaje y primordial como la naturaleza que habita, entiende y, muchas veces, está obligado a domar si desea sobrevivir.

A la mañana siguiente enrumbamos hacia la vivienda de Artahona (la misma del documental) ubicada en un caserío cercano al pueblo de Elorza, pero no lo hallamos. Su hija nos dijo que estaba en el fundo, a unos quince minutos en la moto, por un camino que se adentra en la sabana. “A él lo consiguen es allá, él viene para acá nada más los domingos”. Pensamos ir, pero nos advirtió que en la mañana no era bueno porque El Domador sale a trabajar desde temprano, que para visitarlo era mejor ir en la tarde.

–¿Todavía sale temprano a trabajar? ¿Cuántos años tiene?

–Va a cumplir noventa, eso dice la cédula, y bueno, uno se guía es por la cédula.

A las cuatro de la tarde regresamos y junto con un sobrino de Artahona nos adentramos en la sabana prendida en candela. Quince minutos después llegamos, desmontamos, entramos a la casa y cuando Enrique salió a recibirnos la impresión siguió su curso. Los ojos del Domador continúan igual de vivaces, la voluntad inquebrantable ardiendo, la mirada afilada por la experiencia y el instinto te apuntan directo. Se ve fuerte, los músculos tonificados, las manos poderosas como de tigre. Al lado de este señor cualquiera puede sentirse como un alfeñique, un rezago humano, la resultante de someter a la especie al monóxido de carbono, los celulares, la inteligencia artificial, los refrescos de botella y los alimentos procesados.

–Nos dijeron que estabas trabajando en la mañana.

–Abriendo los callejones con machete pa’que no se me queme la sabana. Que he bregao con esos callejones, puro espinero. A veces me voy por la mañanita y vengo aquí a las doce, a hacé ese quesito, y ahí me pongo a hacé comida.

Viene comiendo como a las tres. Según sus palabras, sale en la mañana con el puro café, porque no le gusta “lambusiá arepa».

–Yo soy de la gente de antes, profesor, acostumbrao a bregá. Yo creo que un hombre que trabaje como se trabajaba antes, dificulto… dificulto…

Artahona cuenta que el trabajo de Llanero en las haciendas arrancaba a veces a la una de la madrugada y venían a cenar, almorzar, a eso de las nueve de la noche, que mataban una res para comer carne sancochada. Todo el día trabajando en la sabana con los rodeos de ganado.

“Nosotros cargábamos un cachito en la silla, llegábamos a una laguna, y eso taba podrío, una res muerta por aquí, otra por allí, otra por allá. Nosotros buscábamos lo más hondo y tirábamos el cacho, y le poníamos un pañuelo, pa´ filtrá el agua”.

Enrique Artahona nació y se crio en un sector que llaman Mata Negra. ”Yo nací un 28 de febrero, porái, no me acuerdo la fecha, el año lo tengo anotao, y en la cédula sale todo, pero cumplí noventa”.

Hijo de Ramón Martínez y María Calixta Artahona, aprendió desde niño los trabajos del Llanero: “primero aprendí a jalá machete, teníamos un vegón, cuando tenía mi padre vivo sacábamos seis cargas de dulce de panela diarias. Cuando se murió mi papá quedamos con una cuerda de muchachos pequeñitos, unos así, otros así, pura muchacha hembra. Nosotros éramos tres hermanos no más, pero como tábamos acostumbraos a jalá machete desde chiquitos, no nos hacía nada eso. Murió mi papá y quedamos nosotros».

–¿Cuántos años tenías?

–Muchachito, muchachito, tendría 10 años. Me puse a trabajar en Las Queseritas. Ahí aprendí yo todo lo que sé de asunto de bestias y conuco. Fui aprendiendo mire, que yo no le pedía opinión a nadie. Lo que yo medio sé, porque me fijaba por los demás. Yo llegaba a un hato, pedía trabajo. ¿Qué trabajo quiere usted? Lo que usted me ponga a hacé.

A doña Polonia de Estrada, dueña del hato, la sorprendió Enrique con su capacidad de trabajo cuando tenía quince años, porque en medio día sacó la tarea de limpiar un escoberal de seis brazadas y media que lo tapaba de altura. Desde ese día ella ordenó que le pagaran completos los dos bolívares que ganaba la gente grande. “Cuando un muchacho pa´ podese alargá los pantalones tenía que tener los dieciocho años cumplidos”.

Después habló con su hijo Jose Luis Estrada, quien era el jefe de Las Queseritas y le dijo: “mire chicho, este muchacho Artahona quiere trabajar en otra parte, de otra manera”. Ahí me dijo José Luis Estrada bueno, en qué quiere trabajar, y yo le dije nooo, en lo que usted me ponga. Entonces me dijo, bueno, compóngase, porque lo voy a meté al Llano.

–¿En qué meses arrancaban los rodeos?

–El tres de mayo eran todas las reuniones para los Llaneros, el cuatro de mayo estábamos saliendo para Santa Isabel, que porái uno empezaba. Vení de allá pa’ acá, y to´ ese ganao lo llevábamos pa’ Las Queseritas”.

–¿Te dieron un caballo?

–Sí, pero puro potro. Yo pasé trabajo la primera vez que me pusieron a trabajar. Toditos cargaban esos caballones mansitos y a mí me dieron un caballo alazano que era bravo, corcoveaba, y me entregaron ese caballo en la primera ronda, pero le curé la maña.

A Elorza se vino de treinta años, con su esposa, la misma del documental, con quien aún comparte vida. Enrique llegó al pueblo sin conocer a nadie, empezó a trabajar cortando madera y leña. Al poco tiempo apareció la dueña del Hato El Yagual, doña Delfina Fuentes, enterada por recomendaciones de la calidad de Llanero que era Artahona, y le dio un contrato para echar una líneas (cercar). Luego él se quedó trabajando en El Yagual y ahí empezó a amansar caballos.

–¿Cómo es el arte de amansar un caballo?

–El arte de amansar un caballo, que usted lo amarró, lo pegó en un botalón, que jale, y usted lo obliga a jalar, y en la tarde en lo que esté quieto, que esté afirmao, que pa´ aquí y pa´ aquí, usted lo ensilló, y van dos personas a caballo, por los laos, amadrinándoselo. Esos caballos lo van a a amadrinar dos días, como decir esta tarde que lo monte, mañana por la mañana y pasado mañana. Ya de pasao mañana que lo monte uno solo, el caballo le ajila pa´ onde usted quiera. Porque la bestia es el bicho mas inteligente pa’ amansalo. A los dos días sale un caballo que usted se va por aquí baqueteándolo, lo pone en un camino que vaya despacito y en parte trota y en parte corre.

–¿El bozal se le pone desde el primer día?

–Desde que lo pega al botalón, y el tapaojos aquí pa´ tapalo. Lo amarra del cuello y le hace una falsa rienda con la falseta, con eso es que uno se va a sostener, y la pierna hay que apretar duro, y si va a corcovear que corcovee ahí, y los amadrinadores atrás con el mandador (un palito). Cuando lo amarra le pone un tolete (palo pesado) amarrado al pescuezo hasta el día siguiente, pa´ que se acostumbre a jalá y a sortear.

El Domador trae su falseta, tejida en una tarabita por él mismo con el pelo del caballo. “El primer nudo se llama el huevo de cachicamo”. Afirma que para el caballo la falseta es lo mejor, que lo suyo son las vainas de antes: “un cabo e’ soga, correa de cuero pa´ mi silla, porque el naylon es una vaina que, si se le desbarajusta a usted un bicho y le corre en la mano, son cañajones que le abre”.

“Porque eso era otra, en el tiempo de antes usted llegaba a un hato, y pa´ que usted sacara todos sus suplimientos para el trabajo le decían: mate esa res, saca el cuero, lo agarra y de ahí va a sacar usted cinco maniadoras, va a sacar una soga de treinta brazadas, va a sacar el cabo e’ soga. El llanero tenía que saber matar la res, desollala, sacá el cuero, componela, de todo. Y un cuchillo bueno y su sierra chiquita había que cargar, pa´ estoconar (cortar los cuernos). Yo bregué mucho con bestias compañero ¡porque en La Yagüita había caballos! Yo en Las Queseritas no amansé, porque el amansador de allá era el finao Jesús Moreno (canilla). Ese era bueno. Ya en La Yagüita, en lo que saliera del trabajo del Llano, por lo menos en enero, febrero, agarrábamos a herrar bestia y ahí agarraba yo los caballos. El último amanse que yo tuve, amansé 180 caballos. Eso era por contrato. Si habían 50, 100 caballos, lo agarraba usted como un contrato, pa´ amansalos. Los trochaba y en mayo, en lo que caía el primer aguacero o dos aguaceros, los volvía a recoger pa´ volvelos a enseducí y repasalos pa’entregalos, porque usted tenía que entregar repasaíto.

–¿Con qué finalidad se hace esa segunda doma?

–El caballo suelto agarra nuevos bríos y en el repaso se ajusta más, sale más ajustao porque él sabe lo que va a hacer, sabe cómo le van a dar y se ha recuperao. En la sabana se les pone el pescuezo grueso, ha aprendío más mañas, y muchos que estaban con yegua se ponían más rebeldes porque eran padrotes.

“En mayo agarraba a repasá pa’ entrega. Tantos caballos, aquí están, montaos y repasaos. Y esos caballos, una vez que usted agarre un contrato, a menos que usted se lo prestara a un amigo pa´ que lo ensillara, los amos no tenían derecho a metese. El amo de los caballos era yo, hasta el día que yo recogía la caballada y la entregaba”.

–Cuando el cineasta Joaquín Cortés vino para hacer la película, ¿habló con los dueños del hato, les dijo que le buscaran un amansador bueno, y le buscaron el mejor?

–Si, el mejor. Yo paraba cualquier caballo. Yo le tumbo un caballo, patas arriba, de un jalón. Yo me iba a ve esos coños cuando enlazaban un caballo allá, eso los cargaba a rastra. Ajá, y yo lo enlazaba y lo dejaba quieto. En lo que él se esbarajustaba me le sentaba aquí y lo jalaba y eso iba pa´l suelo, caía patas arriba. Pero eso tiene que sé uno experiencia, tener uno antología, como dice el dicho. El Joaquín vino por ahí y vio la vaina, entonces se fue hecho el pendejo porai, cuando vino vino montao y a´onde habíamos como 300 hombres y el que salí fui yo, y ahí me agarraron pa’ eso (risas).

–¿Y te pagaron?

–¡Qué me van a pagar!, y tan buena que yo hice esa película, y tan buena que quedó, y triunfando en todo el país, y todavía.

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La pieza documental El Domador (Joaquín Cortés, 1978) es todo un objeto de culto, aunque con el paso de las generaciones tiende a quedar en el olvido. Vale la pena conservarla:

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Escritor, filósofo e investigador

2 comentarios

Wilmer Pérez Figuera 28 marzo 2025 - 22:00

Hermano excelente entrevista, excelente trabajo. eres tú Nelson, gracias por este trabajo. Es una hermosura.

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Aldemaro Barrios 20 marzo 2025 - 13:53

Buenísimo ese relato, un jinete viejo de Guaribe me confió una vez que era más difícil amansar a un burro que a un macho (mulo).
Rafael Pantoja era su nombre .

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