Alejandro Silva Guevara / Fotos Abraxas Iribarren
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De fabricar máquinas procesadoras de concreto, piezas específicas por pedido, y reparar todo tipo de aparatos electrónicos (en un espacio prestado porque no cabían en su casa) Pedro Gómez comenzó su campaña de resiliencia en pleno corazón de Guayana, armando, desde cero, una mini extrusora con la que logró producir 500 kilos por tanda productiva del por entonces desaparecido café.
Luego creó una máquina doble propósito, que en principio es una trilladora de maíz pero con un cambio de velocidad, adaptado por él, se convierte en un molino pulverizador. También fabricó un aparato en el que pudo lograr exitosamente la deshidratación de la yuca, para finalmente convertirla en harina. Este novedoso aparato posee un agitador y un suministro de aire caliente con una turbina a baja presión, en el que se coloca la masa previamente cocida de la yuca para lograr el proceso.

También construyó máquinas descascaradoras y tostadoras de café y cacao, rubro con el que, mediante una prensa hidráulica, también hecha por él, obtenía aceite. Este proceso de deshidratación también fue aplicado a algunas frutas como el mango, el coco, la piña, y asegura que todo lo que denominamos “monte” para consumo (cilantro, cebollín, ajoporro, entre varios más) puede ser pulverizado luego de la deshidratación. “Una vez me puse a hacer harina de auyama, pero resulta que de 2 kilos solo salían 400 gramos, y eso no era viable. Pero se puede”.
Produjo, porque también dejaron de producirla significativamente, harina de pescado que se mantiene por unos seis meses a temperatura ambiente, y es utilizada como complemento para procesar alimento de animales de cría y engorde.

También armó máquinas para amasar harina de trigo para el pan, y sobadoras para el mismo propósito. Pero el problema del abastecimiento se agudizó, porque comenzó a escasear la materia prima por la baja en las importaciones ocasionadas por el bloqueo impuesto desde afuera. A pesar de las condiciones precarias del momento, hizo una máquina de churros, quizás buscando endulzar la amargura de aquellos tormentosos días.
Educación e inventiva como armas de resistencia
Los padres de Pedro Gómez agarraron sus corotos y se mudaron de Sucre a Puerto Ordaz cuando él era un niño, de modo que creció entre las grandes empresas nacionales que extraen los minerales que brotan de uno de los estados más ricos del país. En los liceos dictaban algunos cursos que estaban orientados a formar nuevas generaciones de trabajadores para estas empresas básicas, por lo que en segundo año de bachillerato estudió carpintería y metalmecánica, y posteriormente hizo otro curso de seguridad industrial y control de riesgo, lo que abrió las puertas para que pudiera trabajar por varios años ofreciendo sus servicios como inventor de soluciones.

En los desafortunados días en los que casi nada se conseguía, logró abastecer de harina de maíz, procesada con sus máquinas, a las bolsas del CLAP (Comités Locales de Abastecimiento y Producción) de los trabajadores de estas compañías, además de sostener a su comunidad con la producción de este rubro fabricado de manera artesanal, sin los aditivos químicos que les agregan las grandes productoras, lo que resultó en una harina para hacer arepas mucho más parecida a la masa que originalmente se hacía y que por esos años volvió a las mesas venezolanas por necesidad.
Pasados esos años duros, una cantidad significativa de productores se dedicaron a la fabricación de harina de maíz industrial, con la meta de acabar con el monopolio dañino que sumió al pueblo venezolano en la desesperación y el hambre. Hasta el día de hoy existen más de cincuenta marcas de ese producto en el mercado, lo que ha dado un vuelco importante en la economía venezolana, porque ahora sí se puede garantizar la alimentación de los y las venezolanas. También se reactivó, contra todo pronóstico, la producción de más de 90% de todos los rubros de consumo nacional. Esto evita en buena medida que el pueblo venezolano no sea sometido a este tipo de estrategias políticas que buscan derrocar la revolución bolivariana.

Lo contradictorio de este resurgimiento económico es que de pronto ya no fue necesario que Pedro Gómez produjera todo lo que fue importante en su momento y que sirvió como muro de contención ante una de las peores crisis impuesta al pueblo, por lo que hoy sus máquinas reposan en estado de abandono en el reducido espacio en el que están confinadas en su patio.
¿Quién dijo que todo está perdido?
“Bueno, ¿qué va a hacé uno?, uno tiene que seguí echando pa’ lante y más nada”, afirma Pedro con su sonrisa amplia de pueblo. En aparente desorden reposan varias máquinas que ha querido vender, pero que no les ha encontrado salida. “La amasadora de pan prácticamente se la regalé a un señor que me dijo que necesitaba trabajá. ¿Qué iba a hacé yo con esa máquina aquí?”, afirma, dejando constancia de su empatía y solidaridad.

La inventiva de este oriental-guayanés no se limita, y ante la realidad actual (principios de 2025) tiene planes concretos para el futuro inmediato. Continúa construyendo máquinas pero estrictamente por encargo, según las necesidades del cliente y como siempre ha hecho, con materiales de reciclaje en la mayoría de las partes que las hacen funcionar. La última que armó es una ahumadora con la que aspira a comercializar la carne de cerdo y otros rubros de esa índole.
Estas memorias de la guerra económica son el testimonio de la grandeza de este pueblo, de sus ganas de no caer en el juego en el que nos quieren hacer perder antes de empezar, y da fe de que si intentan golpearnos de nuevo, como está haciendo en este momento el imperio decadente del norte y sus lacayos anti-nacionales de aquí, el pueblo será el inventor de sus soluciones, y buscará siempre dar respuestas contundentes ante cualquier situación, por difícil que sea.

