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Redes que no desinforman: las de pescar

Óscar Mora se cansó de reventar redes cuando adolescente: era futbolista y de los buenos. Ahora fabrica unas bien resistentes y célebres entre los pescadores de Barinas

por Nelson Chávez Herrera
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Texto y fotos: Nelson Chávez Herrera

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Apenas pase la Redoma de Barinas, donde se erige la estatua del cabrestero, y empiece a entrar a la ciudad por la avenida Industrial, vaya pendiente. Antes del primer semáforo podrá verlo sentado en la puerta de su casa tejiendo atarrayas. Regularmente tiene guindadas en el porche dos o tres de exhibición. Si le interesa una red de pesca, aunque suene extraño, deténgase y convénzalo de que le venda una. No se arrepentirá. Las redes fabricadas por Óscar Mora pescan hasta cochinas y pueden ser usadas sin exponerse a manipulaciones algorítmicas.

Óscar Mora es barinés, nació en 1974, hace atarrayas desde los siete años y fue su padre quien le enseñó el oficio. Su papá vino de Pregonero (un pueblo de montaña en el estado Táchira) y también vivía de hacer atarrayas, levantó a su familia con este arte. Su madre era ama de casa y según Óscar, aunque se quejaba de la situación, porque con el fruto del trabajo de su esposo no les alcanzaba para vivir holgadamente a ella, él y sus dieciocho hijos e hijas (10 hombres y 8 mujeres) igual se conformaba, porque en la casa por lo menos no hacia falta el buen pescado.

“La palabra original de esto se llama atarraya, pero uno el criollo le cambia el nombre a las cosas y entonces todo el mundo le llama tarraya: vamos a tarrayar. Muchos le dicen red de pescar, pero la red de pescar es lo que llaman el chinchorro, ya eso es una red, porque es más larga”.

Foto referencial

¿En cuál río empezaste a pescar?

–En un caño (un brazo del río) que pasaba por el barrio Santo Domingo, llamado caño El Bobo, que pasaba enfrente de mi casa. Acuérdate que anteriormente los caños aquí en Venezuela eran limpios; no les caían cloacas, no les caía contaminación, no le tiraban bolsas, perros muertos, basura, nada de eso se miraba en los caños. Ahorita no joda, tú te metes en una laguna de esas y sales con un sarnero de la contaminación que le tiran.

Seguidamente Óscar Mora lanza la atarraya en el río de la memoria y recuerda cómo su padre le enseñaba a pescar.

–Cada vez que se me caía la atarraya enredada me decía que me levantara la franela y me daba un cuerazo con un poco de la atarraya por la espalda, para que yo aprendiera. Porque me decía que cuando él se muriera, pues me quedaba esto como oficio, como una cuestión para yo mantener a mi familia.

Responsabilidad familiar por la que le regresó el gusto de hacer atarrayas para pescar, y de repente para vender. Aunque esto ocurrió luego de un tiempo porque en el curso de la vida, la corriente y el talento llevaron a Óscar Mora a convertirse en jugador profesional con el Zamora Fútbol Club. A romper redes a punta de goles. Jugaba como centro delantero, con el número nueve, y llegó a ser conocido en su momento (1990-92) nada más y nada menos que como El Matador Mora. Una lesión de rodilla lo alejó del fútbol profesional, pero todavía juega en campeonatos locales. “Cuando no estoy jugando fútbol, pues me pongo a tejer. Es mi pasatiempo, pero ahora, cuando no tengo atarraya me siento aburrido”.

Pescar con las redes fabricadas por él mismo le permite a Óscar, como a su padre, traer pescado a la casa. Alimento para sus tres hijas, dos hijos, esposa, nietas, nietos. Por esta razón y aunque suene paradojico es que a su esposa no le gusta mucho que venda las atarrayas, porque ella sabe que pocas cosas facilitan el acceso a tanta comida como una red fabricada por su esposo.

“Aquí llega mucha gente a comprarme porque yo trabajo con calidad. Mi esposa a veces dice que es mejor que no las venda porque con la red pues sí, se agarra pescado. La semana pasada comí demasiado pescado, lo pesqué aquí mismo en el Santo Domingo. Pero, por lo menos este azul (señala una red) me lo compró un chamo de Estados Unidos. Ya me está quedando puro esta atarraya verde y tengo que ponerme a hacer otra para tenerla a la venta. De los hijos míos, los dos varones saben tarrayar, pero no se han puesto a tejer. Mi esposa sí, ella teje”.

La pesca de la cochina

Entre las ventas notables Óscar recuerda la de un apureño que le compró tres para entregárselas a unos pescadores en el río Apure y pedirles como pago por cada red trescientos kilos de pescado que luego vendería en Caracas: “un tremendo negocio se hacía el tipo”. La otra venta memorable es el trueque por la marrana.

“Un diciembre vino un chamo y se enamoró de una que tenía en exhibición y me dijo. ‘¿Si me agarra un cochino de 35 kilos me llevo la atarraya’’. Yo saqué la cuenta y le dije no, estoy perdiendo, el kilo de carne estaba a 3.5. Eran, póngale 110, y yo vendía la atarraya en 150 dólares. Entonces el chamo me dijo: ‘vamos a hacer una vaina, la atarraya me gustó, yo tengo una cochina que pesa 80 kilos, vaya mate esa mierda, se la trae y yo me llevo la atarraya’. Yo le dije, ‘venga a buscarme mañana y vamos’. Pero al otro día se apareció a las 6 de la mañana con la cochina viva en la camioneta y me dijo, ‘ahí le traje la cochina para que la mate”, y se llevó la atarraya. Me arregló el diciembre”.

¿Cuánto tiempo demoras haciendo una atarraya?

–Por lo general un mes, pero yo los fines de semana no le tejo y entre semana, por lo menos ahorita yo juego a las 5 de la tarde en una cancha que se llama La Independencia. De lunes a viernes, desde las seis de la mañana sacamos el puesto de empanadas con mi esposa, yo saco el paño y cuando no tengo clientes pues voy tejiendo. Cuando me llegan los clientes tengo que irme a lavar las manos con jabón y la cuestión, atender los clientes hasta que se vayan, después que se van vuelvo y tejo. Entonces no rinde así. Rinde es cuando tú te dedicas a darle y la concentración, parece mentira, la concentración es una cosa que en una hora y media, dos horas y media hago mucho.

¿Qué es lo más difícil de tejer una atarraya?

–Para mí no es difícil porque ya tengo la práctica, tengo la experiencia. Sé empezar, la sé encadenar, le sé agarrar los senos, la sé rematar. Sé lo que es una vuelta de crecido que es la que se coloca para que ella abra bien. Ya tiene uno el conocimiento, la sabiduría que Dios le da a uno, porque todas las cosas que uno aprende en este mundo tiene que darle gracias a Dios.

La explicación que da mientras teje arremolina el ojo y oído.

“Vuelvo y llego acá, cierro y al cerrar vuelvo, me agarro de acá, hago un ojo así, similar. Terminé la vuelta y cierro la punta. ¿Ves? Vengo con esta acá y un ojito más aquí donde sale. Aquí cierro la atarraya. La cuestión del ojo de la atarraya se llama malla. Las mías llevan 500 vueltas y 520 mallas, que es la palabra correcta, 500 vueltas, 520 ojos”.

Se teje con destreza y paciencia. Con la aguja se va, una a una, haciendo cada ojo de la malla, llevando vueltas y vueltas por toda la red y cerrando al final de cada tramo. Hoy día las atarrayas se elaboran principalmente con materiales sintéticos: tipos de nailon que retengan poca agua, porque de lo contrario se haría muy pesada. Óscar trabaja con productos importados de Brasil, Colombia y Estados Unidos, porque según él son materiales de alta resistencia y en el país, actualmente, no se producen.

“El nailon este (enseña) equivale al aguante de un pescado, por una sola hebra, de 100 kilos, 80 kilos. Por eso me gusta hacerla de esta calidad de nailon, porque tú sabes que acá en Venezuela cuando uno agarra la ribazón del pescado hay bagres que salen de 18 o 20 kilos. Imagínense un bagre de 18 o 20 kilos el golpe que le da a la atarraya, lo que golpea un animal así de grande, y este nailon lo aguanta tranquilo”.

El paño de la atarraya lleva además cadenas en las puntas (de siete a ocho kilos de cadena fina). Estas le dan el peso para hundirse y le permiten cerrar con fuerza la suerte de marusa donde quedan atrapados los peces. Estar bien hecha facilita que no se enrede, que con un buen lance de quien la manipula pueda abrir en toda su extensión y cerrar rápidamente. Es más ancha en las puntas y más angosta en el copo, donde va la agarradera de la mano.

“Cuando tú la vas jalando ella va recogiendo todo lo que va agarrando. El pescado va remontando, cae acá en la bolsa y prácticamente queda atrapado, no tiene cómo regresar porque esto (un cierre interno del seno) no lo va a dejar regresar, y la escama, y con lo que es el espigón del pescado, queda ya prácticamente enredado”.

Una referencia de las redes de Óscar se la dio hace poco un cliente.

“Un pana que pesca por Santa Ana de Santa Lucía, por San Silvestre y por Canaguá, me dijo: ‘Mire Mora, yo tiro esa madre al agua y todo el mundo ha andado por comprármela y yo les digo, yo no la vendo. Anoche fui a pescar y la tiramos en un pozo que decía la gente: ‘ahí es muy hondo, que no se qué’. Saqué 58 coporos para la casa y todo el mundo decía, ‘chamo, pero qué tiene esa atarraya’, yo le digo no, nada, bien hecha”…

“Ya cumplí 51 años, 44 haciendo atarrayas, sabiendo el oficio. Esto es lo que me gusta, aparte del fútbol. Hago para mí y también ayudo a las personas, porque muchas veces hay personas que no saben hacer una atarraya, pues uno ya sabe y como son conocidos, ellos me llegan acá: ‘Mira, Mora, estoy gustando un paño de atarraya’. Ah, dame para acá, llévate. Dijera el dicho, uno no está por hacerse rico, uno está por mantenerse y con el tiempo libre que le queda, pues ponerse a producir algo y ¿por qué no ayudar a alguien que necesita?

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