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Hacia una red climática campesina

En Yaracuy ha comenzado a gestarse un sistema vivo de análisis y difusión de datos climáticos, gestionado por agricultores a partir de microestaciones meteorológicas. Un proyecto participativo en el que la información fluye entre productores

por Graciela Vanessa González
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Texto y fotos: Graciela Vanessa González

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En el estado Yaracuy, en zonas donde las carreteras se vuelven caminos de tierra y los teléfonos pierden señal, un proyecto silencioso está cambiando la forma en que los agricultores entienden el clima. No se trata de satélites ni de supercomputadoras, sino de cajas pequeñas, discretas, que miden la temperatura, la humedad, la altitud y la presión atmosférica; son microestaciones meteorológicas, diseñadas para el uso de campesinos y campesinas.

En el proyecto han trabajado dos investigadoras de Fundacite Yaracuy: Giosbelsy Molina (a quien todos llaman Gio), ingeniera agrónomo y especialista en fitopatología, quien al desarrollar su carrera investigativa en la administración pública ha logrado vincularse estrechamente con distintos productores y sectores productivos a nivel nacional; y Ana Loyo, analista de datos, parte del Programa Nacional Semilleros Científicos en el área de la robótica, donde acaba de cosechar un gran éxito: su equipo ganó el segundo lugar en las Olimpiadas Nacionales de Robótica en la categoría Ingenio Creativo.

Esta historia no comienza con un decreto ni con una convocatoria de proyectos, sino con una necesidad urgente y una conversación casual.

Giosbelsy Molina

El impulso: “No hay suficientes estaciones en el país”

Cuando se le pregunta a Ana qué la motivó a involucrarse en este proyecto, su respuesta es directa, casi casual: “Me motivó Gio, fue quien me presentó el proyecto y me pareció bastante interesante, más aun cuando me explicó la importancia de utilizar estaciones meteorológicas y la necesidad que tenemos ahorita en Venezuela, porque no hay suficientes estaciones meteorológicas en el país”.

No era su área. Ana no venía del agro, ni del medio ambiente. Su formación estaba en la informática, en los datos, en lo digital. Pero algo en la explicación de la ingeniera la atrapó y no fue solo la carencia técnica (Venezuela tiene una red meteorológica fragmentada y obsoleta), sino el impacto real que esa carencia tiene en quienes dependen del clima para vivir, Ana comenta: “la verdad es que nunca me imaginé estar trabajando en estas áreas y creo que fue más por desconocimiento. Si bien conozco las estaciones meteorológicas, los valores que ahí arrojan, realmente no sabía la importancia… y nunca me imaginé que iba a ser tan interesante participar en un proyecto de estos”. Giosbelsy recibió gustosa la participación de Ana en el proyecto, por su destreza en análisis de información.

Lo que comenzó como un reto técnico se convirtió, poco a poco, en un compromiso concreto. No había idealismo excesivo sino una toma de conciencia, pues si no hay datos climáticos confiables en el campo no hay planificación agrícola posible.

Tecnología accesible, no tecnología de lujo

Giosbelsy, al ser el enlace entre Fundacite Yaracuy y los productores del estado para formar y fortalecer la Alianza Científico-Campesina, entendía las necesidades de los productores. Ya había pensado en prototipos; al principio imaginaba estaciones a escala reducida, similares a las convencionales, pero Ana, con su mirada de ingeniería práctica, propuso un giro: “¿Y si las hacemos a través de sensores?”.

Ana Loyo

La idea era simple pero revolucionaria en su contexto: en lugar de replicar infraestructuras costosas, usar componentes electrónicos comerciales, de bajo costo, fácil mantenimiento y operación intuitiva. La clave serían esos sensores que ya existen en el mercado pero que rara vez llegan al campo venezolano.

“Con sensores es muchísimo más fácil que los agricultores puedan tomar esos datos sin tantas complicaciones”, comenta Ana, “pues no hay que hacer una instalación de microestaciones. Las estaciones convencionales requieren equipos o materiales que son más costosos. Estas son más accesibles, menos material para la elaboración. Es algo más tecnificado y quiźa más innovador”.

El reto no fue inventar algo nuevo, sino adaptar lo existente a una realidad específica: zonas rurales con limitado acceso a repuestos, electricidad intermitente y poca formación técnica. Por eso, cada decisión de diseño fue funcional; la caja, por ejemplo, no fue elegida por estética, sino por pragmatismo.

“Lo que hicimos fue buscar una caja que nos fuera muy, ¿cómo te digo?, práctica, sencilla, nada complicada y donde entraran todos los componentes, tanto el sensor como el microcontrolador y la pantalla. Hicimos algo que fuera lo más compacto posible… y que hiciera que las microestaciones sean accesibles a todos”, comenta Ana. El resultado es un dispositivo que no intimida, que no requiere un manual de 50 páginas, y lo más importante: que un productor puede mirar, entender y usar sin sentirse fuera de lugar. Porque, como señala Ana, “buscamos básicamente que nuestros productores no se enredaran con ello, sino que fuese lo más sencillo posible para que pudiesen registrar y entender esos datos.”

Datos que no se archivan, se comparten

Pero ¿qué se hace con esos datos? aquí es donde el proyecto trasciende lo técnico y se vuelve colectivo. Gio comenta que “la intención es recolectar todos esos datos en una base de datos, valga la redundancia, y que, por supuesto, esa información va a ser pública, no solamente para la institución. No solo poder distribuir esos datos o ponerlos a disposición a nivel nacional, sino que cada uno de los agricultores que participan en el registro de esos datos puedan intercambiar con otros agricultores de otras localidades, y ver cómo es el comportamiento que tienen estos otros agricultores de su tiempo atmosférico en esos sitios”.

La visión es clara: crear una red climática campesina, no una base de datos cerrada en un servidor institucional, sino un sistema vivo, donde la información fluye entre productores. Un agricultor en San Felipe podría comparar sus registros con los de alguien en Yaritagua, identificar patrones regionales, anticipar sequías o lluvias atípicas, y esto no solo mejora la toma de decisiones individuales, sino que fortalece la resiliencia colectiva frente al cambio climático.

Por ahora el sistema está en fase piloto. Ocho localidades están recopilando datos de forma activa. El despliegue total será una microestación en cada uno de los 14 municipios de Yaracuy y ya están en proceso estas entregas.

Pero el plan es ambicioso y una vez que todas las unidades estén instaladas y operativas, los datos se harán públicos de forma estructurada, permitiendo análisis a escala estatal.

La entrega de las microestaciones no fue un acto burocrático, fue precedida por procesos formativos con los propios agricultores.

“Se entregaron estas microestaciones a través de un proceso formativo que se realizó con los agricultores en las diferentes comunidades”, destaca Giosbelsy. “Ese proceso incluyó una concientización con relación al cambio climático, formación en torno a la química del suelo, prácticas agroecológicas, manejo integrado e incluso fundamentos químicos de los pesticidas, impacto y riesgos…”.

Acá se rompe con la lógica tradicional de la “transferencia tecnológica”, donde se asume que basta con poner un artefacto en manos del usuario para que funcione. Aquí, en cambio, se entiende que la tecnología sin comprensión es inútil, y que la verdadera innovación nace cuando quien la usa entiende no solo cómo funciona, sino por qué es necesaria.

Pero Gio dice que más allá de la formación, se buscó construir una red: “En esos procesos formativos hicimos más que una alianza, hicimos como una conexión para que ellos pudieran pertenecer y dar vida a una red informativa… que todos esos agricultores que están incorporados en esa red puedan participar para aportar datos climatológicos y luego eso se replique en diferentes localidades.”

Los primeros beneficiarios no son solo usuarios sino multiplicadores y se espera que, una vez formados, compartan tanto el dispositivo como su utilidad con vecinos, familiares, comunidades aledañas.

La Alianza Científico-Campesina: más que un nombre

Detrás de todo esto está un concepto que guía el trabajo de Fundacite Yaracuy: la Alianza Científico-Campesina. Según Giosbelsy, este no es un eslogan, es una metodología.

“Es como nosotros poder adoptar lo que los agricultores saben, toda esa ancestralidad que a veces se nos olvida cuando vemos cosas tan tecnológicas, tan innovadoras. Es como combinar lo originario y la ciencia en sí, darle un fundamento científico, validar esos conocimientos que tienen nuestros campesinos, nuestros agricultores”.

La alianza parte de un diagnóstico claro: la ciencia tradicional ha ignorado o incluso descalificado, los saberes locales, pero en zonas rurales profundas, donde el acceso a la academia es casi nulo, son los campesinos quienes poseen décadas de observación empírica del entorno y lo que la alianza propone no es reemplazar ese conocimiento, sino dialogar con él.

La meta final no es solo medir el clima, sino transformar la agricultura. Remata Ana: “Porque necesitamos que estos agricultores o que la gente que está practicando agricultura convencional transforme la agricultura en agroecología, una agricultura que sea resiliente, una agricultura que mejore realmente la calidad de vida de los agricultores”.

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1 comentario

Alberto Medrano 7 octubre 2025 - 15:04

Saludos, tambien tengo un proyecto algo parecido de micro estaciones meteorologicas, tambien la hago impresas en 3d, recibi y apoyo por parte del Fonacit que me permitió avanzar bastante el proyecto, seria bueno poder masificar todos los esfuerzos, por aqui para el resumen de la mia (ver https://youtu.be/ZoKkh8059OE ) y estamos a la orden, al final del video esta mi contacto, gracias totales

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