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El museo comunitario donde gobierna la memoria colectiva

En La Vela de Coro el pueblo se homenajea a sí mismo desde su dimensión más doméstica y familiar hasta la más sonora (Fiesta de los Locos). La celebración es también un despliegue de habilidades artesanales

por Luis Medina
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Luis Medina / Fotos Dayana Buitrago

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Cuando Carmen Medina “Yoyita” era apenas una niña, a principios de los años setenta, se asomaba por la ventana de su casa en La Vela, estado Falcón, y se paralizaba del miedo al ver un monstruo montado en una burra, vestido de negro, en traje de levita con un alto sombrero. Se trataba de La Mojiganga, personaje que anunciaba todo lo que sucedería en el pueblo el día siguiente: 28 de diciembre, durante la Fiesta de los Locos.

En aquellos años todo lo relacionado con la celebración asustaba a Yoyita y a veces francamente le disgustaba. Era imposible imaginar que este acontecimiento, que desde hace décadas sigue alborotando a los veleños el Día de Los Inocentes, iba a convertirse en una iniciativa que hoy en día la apasiona: un museo comunitario.

Pero mucho antes del nacimiento de esta propuesta se hablaba de un “museo para los locos”. La originalidad de Fiesta de Los Locos de La Vela ya era famosa más allá del territorio falconiano en el año 2009, cuando Carmen participaba en un consejo comunal y se llevaron a cabo varias reuniones frente a la antigua aduana para hablar de un espacio que estaría dedicado a esta tradición.

Ya para esos días el recuerdo de Yoyita había cambiado del susto a una nostalgia sabrosa. Ya sabía que todos los 27 de diciembre La Mojiganga encarna una especie de tarjeta de invitación para todo lo que sucederá al día siguiente. A las 7 de la noche la gente se aglomera para saber cuáles serán las casas que visitarán hombres y mujeres con disfraces estrafalarios y máscaras coloridas.

“En mi casa éramos seis y era la abuela quien recibía a los locos. Les guardaba un refrigerio para que se hidrataran y descansaran. Los que éramos chiquitos veíamos a los locos desde lejos. No los perseguíamos como hacen ahora”.

Eso de recibir a los locos tiene su razón de ser. Todos quienes se disfrazan de locos suscriben el convenio de no quitarse jamás las máscaras para no ser reconocidos en las calles de La Vela a excepción de cuando entran a las casas previamente convenidas, lugar donde pueden descansar, despojarse de los trajes y más tarde salir de nuevo ocultos bajo la curiosa vestimenta.

“Las casas son estaciones que nos brinda la comunidad para hacer el recorrido”, explica Yoyita, y se incluye, porque de estar espantada cuando era chiquita, ahora también se disfraza para la fiesta y sale a loquear por la calles a ritmo de tambor veleño.

En aquella reunión de 2009 se tomó la decisión de fundar ese museo para los locos con la intención de resguardar los vistosos trajes que las familias veleñas elaboran cada año. La intención era que los visitantes pudiesen admirarlos.

Pero surgió una invitación de María Blanca Kamel, facilitadora de la red de Museos Comunitarios de América, grupo en el que participan entidades de Bolivia, Chile, Colombia, Costa Rica, El Salvador, Guatemala, México, Nicaragua, Panamá, Perú y Venezuela. Fue una propuesta que entusiasmó mucho más al pueblo veleño: ¿por qué no establecer un museo comunitario?

“Llegamos a la conclusión de que era necesario hacer una muestra que enseñara a la comunidad de qué trataba la iniciativa. La gente no solo aceptó sino que se involucró inmediatamente en la idea y terminó apoderándose de un ala de la antigua aduana mediante una solicitud de comodato”, cuenta Yoyita.

El museo comunitario de La Vela ya tiene casi veinte años en actividad.

Reconocer un legado

La maestra Gisela Gutiérrez entregó casi 30 años de servicio dando clases desde preescolar hasta sexto grado. Mucho antes, aprendió a ser costurera viendo a su mamá dándole pedal a una máquina de coser. Únicamente viendo, porque la orden era “no tocar eso”.

Pero la orden materna no contuvo ni su curiosidad ni su pasión tanto por la costura como por las manualidades. “Cuando se presentó este proyecto de rescatar la memoria de la festividad, ya tenía arraigada esa herencia y se convirtió en el lazo que me unió más adelante al museo comunitario”.

Lo cierto es que cuando era pequeña a Gisela tampoco le gustaba La Fiesta de los Locos. Para empezar, los padres protegían a las hembras de tanto loco suelto con altas dosis de cocuy pecayero en el cerebro. “A uno no lo dejaban salir. Mi papá decía que eso era un bochinche. Así que no me llamaba la atención ir detrás de los locos. Y fíjese cómo cambian las cosas. Ahora hasta me disfrazo”, comenta sonriente.

En La Vela todos los integrantes de la familia, desde el más pequeño hasta los más viejitos se unen cada año para el diseño y costura de los trajes que destacarán en la celebración. Durante un largo tiempo la maestra Gutiérrez elaboró trajes para muchos vecinos, y una vez que su hijo creció y se involucró en las fiestas, también diseñó sus disfraces así como los de sus amigos.

“Usted entra a las casas veleñas en diciembre y no sabe dónde está la mesa, las sillas o los muebles porque todo está cubierto de telas, cartones o papeles. Es una tradición que siguen todas las familias. El que no se disfraza, cose o ayuda a decorar”.

Acerca de los materiales que se utilizan para elaborar los trajes de los locos, Gisela expone que al principio se utilizaba el cartón de caja para unas máscaras coloreadas con pinturas en polvo. Luego se han usado moldes de barro. Muchos retazos de tela o papel se usan para el atuendo, mientras que el símbolo de La Fiesta de Los Locos de La Vela, el sombrero cónico llamado “cucurucho” se elabora con la raíz del cují, elemento que puede moldearse en forma circular para cubrirlo con el tococoro, proveniente de la madera del cardón.

La maestra Gisela reconoce que cuando la llamaron a participar en el proyecto del museo comunitario de La Vela, ella no estaba muy interesada. De hecho, faltó a las primeras reuniones. Pero una noche decidió indagar a fondo. “Me metí en internet para saber lo que es un museo de este tipo. Comprendí que no sería únicamente un lugar dedicado a los locos sino que estaría destinado a rescatar la memoria de este pueblo. Sería mantener viva esa memoria para los niños que vienen creciendo”.

En otra reunión vio a quien algunos vecinos llamaban “la ministra”. Era Yoyita, con quien no se llevaba particularmente bien en aquellos años por diferencias políticas. En esa convocatoria se nombraron varios comités y la maestra Gutiérrez se incorporó a uno de ellos, al tiempo que seguía investigando sobre el tema. “Entendí que lograr esta meta sería algo sumamente importante. A veces mueren muchos personajes cuyo legado no es reconocido y desaparecen sin dejar huella”.

Con el tiempo Yoyita y Gisela terminaron siendo no solo mejores amigas sino los motores que impulsan gran parte lo que ocurre en el museo comunitario de La Vela, eso sí, con la aprobación de la gente.

Gisela y Yoyita

Cuima

Durante muchos años, Gisela le cosió el traje a alguien que la historia oral de La Vela reconoce como “rey de los cucuruchos” o “el cucurucho mayor”: Rafael Antonio Hidalgo “Cuima”, un emblemático personaje cuya vitalidad y alegría empujaba a todo el pueblo a celebrar cada 28 de diciembre.

Hidalgo estaba convencido de que la fiesta de los locos era para protestar contra “el jefe” de turno en la alcaldía o la gobernación, para hacer notar el incumplimiento de promesas electorales o la desidia administrativa de alguna gestión. Dedicó alrededor de 75 años a una actividad pesquera que solo detenía para cubrirse de una extravagante indumentaria repleta de colores contrastantes y cascabeles, todo coronado por un cucurucho en cuya punta estaba invariablemente una bandera nacional.

Para honrar a Rafael Antonio después de su muerte en 2008, el museo comunitario de La Vela impulsa cada diciembre una comparsa llamada “Seguidores de Cuima”, donde tanto Gisela como Yoyita participan con sus respectivos disfraces, aunque la gran mayoría de los participantes son alrededor de 35 niños. “Mantendremos esta tradición mientras sigamos respirando”, expresan las señoras.

El trabajo no se detiene

Luego de 16 años de actividad en las muestras del museo comunitario de La Vela lo que gobierna es la memoria colectiva.

“Para hacer una exposición llamamos a una asamblea donde es la comunidad la que toma las decisiones y decide si acepta las propuestas del comité organizador. Siempre los temas terminan cambiando para adaptarse a lo que la comunidad realmente desea”, aclara Yoyita. Para montar una exposición se conforman grupos promotores que investigan debidamente, dirigiéndose a las fuentes de información para luego unificar lo recolectado.

La primera muestra que se montó no tuvo nombre hasta el mismo día de la inauguración y no se lo pusieron ni Yoyita ni Gisela, sino los niños y niñas del pueblo: “Tradiciones y costumbres del pueblo”. Allí se hablaba de los locos del 28 de diciembre, las comidas típicas y los personajes del pueblo.

Uno de los aspectos más interesantes que genera la actividad del museo sucede en los conversatorios realizados antes de una exposición porque allí surgen nombres de personajes cuya memoria y legado merecen ser expuestos.

Fue lo que pasó con Rafael Sánchez López “Rafuche”, autor de canciones emblemáticas como “Sombra en los médanos”, el segundo himno del estado Falcón. Era mucha la historia oral existente pero muy poca la evidencia física de sus composiciones y poco se sabía de su etapa de educador y de luchador social que fundó el primer sindicato de trabajadores en La Vela.

Otra exposición se llamó “Huellas veleñas” e incluyó a artesanos del barro, pescadores, maestros y médicos. Una cantidad de personajes que ya no estaban y habían sido olvidados. Fue a partir de esta muestra que nació en los pobladores de La Vela la pasión por resaltar los personajes de sus propias familias. “Comprendieron que lo que no se dice no se sabe”, refiere Gisela.

Para la más reciente exposición se propuso abordar las historias del pueblo en gráficas. El nombre definitivo fue escogido mediante votación: “Tesoros veleños”.

Se trata de una muestra que incluye 1800 fotografías que el museo está comprometido a resguardar y devolver a sus dueños porque se entiende el valor que cada imagen tiene para las familias. Estas personas están prestando un tesoro íntimo para que sea expuesto. Cada una de las fotografías es un testimonio y relata una memoria entrañable. Para la redacción de los títulos y leyendas que acompañan los espacios fueron convocados poetas, maestros y escritores veleños.

Hay secciones como “Fortaleciendo la fe”, donde se incluyen imágenes de matrimonios, comuniones y bautizos o “Perseverancia y logros” que plasma los conquistas profesionales o académicas de cientos de habitantes de La Vela, desde títulos universitarios o la inauguración de un negocio hasta el triunfo de la muchacha buenamoza en un concurso de belleza.

Muchos de los vecinos allí retratados son ahora venerables ancianos o desaparecieron hace tiempo. Son abuelos y bisabuelos de las nuevas generaciones que asisten a la exposición. Ahora estos visitantes se encuentran frente a una evidencia que les cuenta de donde vienen para que sepan hacia dónde deben ir.

El trabajo de Gisela y Yoyita no se detiene. Ambas divulgan todas las acciones del museo cada semana a través de un espacio en la radio comunitaria Paraíso 106.1 FM.

El próximo logro que desean conseguir es que todo el edificio de la antigua aduana de La Vela pertenezca al museo comunitario porque hasta el momento solo tienen actividad en un ala. “Queremos que esto se convierta en la casa cultural del pueblo. Que todas las manifestaciones culturales hagan vida en este espacio, el único edificio que nos identifica a los veleños”.

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