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Monte y culebra | Misiones y generaciones

por Jose Roberto Duque
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José Roberto Duque

A propósito de un encuentro en el que se recordaba cuánto daño nos ha hecho, y cuánto más tenemos por padecer, la navegación en aguas infestadas de fascismo, me zambullí en un ejercicio que hago ocasionalmente, cada vez que el país, el mundo y el cuerpo me ponen cara a cara con mis límites físicos.
El ejercicio consiste en la revisión de nuestros datos de población. Son proyecciones del Instituto Nacional de Estadística; el más reciente censo venezolano tuvo lugar en 2011, así que debemos conformarnos, por ahora, con proyecciones hechas hacia el año 2020. Dicen, en resumen, que unos 11 millones de venezolanos no habían nacido, o tenían muy pocos años de edad, para el momento en que ocurrieron los sucesos de abril de 2002: golpe de Estado y rebelión instantánea cívico-militar, que acabó con el plan de EEUU de poner a un gobierno de ultraderecha en Miraflores. Transcurridos dos años más (2020-2022) esa cifra de venezolanos es un poco mayor. Digamos que, entonces, unos 13 millones de venezolanos no participaron, ni presenciaron en su momento, aquellos acontecimientos que para muchos otros “parece que fueron ayer”.
Otra forma de decirlo: la tercera parte de la población de Venezuela solo guarda en la memoria lo que le han contado sobre lo que significó aquel abril para Venezuela y para la lucha contra el fascismo transnacional. Esa cifra de quienes “se perdieron” ese momento histórico irá en aumento, porque así funciona la coreografía natural de las generaciones: quienes estuvimos allí vamos envejeciendo, iremos muriendo, alejándonos; algunos se han rendido, otros guardan silencio. En diez años ya el porcentaje de población para la que el 11-13 de abril de 2002 no es memoria corporal será mayor a 50 por ciento. Y así, al transcurrir los años, tendremos un país que desplaza el análisis de su historia a partir de referencias, lecturas, material audiovisual y anécdotas contadas de boca en boca. Ha ocurrido con todos los grandes procesos políticos y sociales, y seguirá ocurriendo. Ley natural de los siglos y las sociedades.


Todo lo anterior, respecto a lo vivido y acumulado como herencia social e histórica. El objeto de esta charla tiene que ver con una línea alterna del mismo proceso: ¿cuál es el segmento llamado a propagar la historia “actual”, la que va transcurriendo mientras se construye lo nuevo y se demuele lo viejo? La respuesta y propuesta lógica de ese sencillo o aparente dilema debería aterrizar en la necesidad de que los jóvenes se ocupen de esa misión que suena tan agotadora, pero tan emocionante como necesaria: recorrer el país en busca de las historias del heroísmo cotidiano, participar en los procesos creadores y en la conversa que ilustra y construye.
Es una tarea y una misión de muchachos, de jóvenes. Algunos quisiéramos prolongar muchos años más lo que nos queda de potencia cerebral y corporal para darle curso a esa misión. Pero el país y el planeta, e incluso las señales del cuerpo y el entorno más cercano, nos están exigiendo y advirtiendo sobre la necesidad de cederle el paso a otra generación. A las voces frescas que todo lo cuentan en clave actual, renovada y renovadora. Lo peor que puede pasarle a un país es condenarse a escuchar siempre las mismas voces y los mismos registros. Hay que actualizar al juglar colectivo que le canta a lo que pasa en la tierra, y eso se logra convocando, formando y estimulando a los juglares individuales.

No es que nuestro país sea menos fascinante: es que hemos fallado en una tarea necesaria, que es decirles a los chamos y chamas qué es lo que vale la pena buscar en sus entrañas. Recorrer caminos y carreteras es fácil y más o menos automático. La sabrosura está en no contentarse con el paisaje geográfico sino meterse hasta los tuétanos en el paisaje humano.
Este momentáneo “respiro” que parecen darnos los movimientos de la geopolítica, el nefasto e inevitable juego de las potencias y países pequeños en torno a las fuentes de energía, parece una buena oportunidad para que se levante una generación que enfile su vocación viajera, no hacia afuera (como en la década pasada) sino hacia adentro. “Huir” a lo profundo de lo que somos es mejor opción que huir hacia el sueño basura de riqueza y prosperidad porque “en otros países hay más oportunidades”
En esta página irán haciendo acto de aparición nuevas voces, en la medida de lo posible. Y “la medida de lo posible” no es otra cosa sino la disposición de las grandes o medianas estructuras para apoyar esta misión, más allá del “échale bolas que vas bien”. El apoyo moral siempre será bienvenido, pero hay tareas que no son viables solo a punta de emoción. Mientras se resuelven o empeoran esos pequeños asuntos, mayores y menores, aquí seguiremos poniendo el pellejo, hasta que ya no haya pellejo que desgastar.

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3 comentarios

Lionel Muñoz Paz 17 abril 2022 - 19:26

Insilio. Así escuché alguna vez a alguien llamar a ese ejercicio de huir no hacía afuera sino hasta el fondo de uno mismo. Tal vez sea la hora de insiliarnos, en más de un sentido. Chapó.

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Jose Roberto Duque 17 abril 2022 - 19:30

Salud

Respuesta
Lionel Muñoz Paz 17 abril 2022 - 19:29

Insilio. Así escuché alguna vez a alguien llamar a ese ejercicio de huir, no hacía afuera, sino hacia adentro de uno mismo. Tal vez sea la hora de insiliarnos en más de un sentido. Chapó.

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