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¿Derrotar al pesimismo?

por Éder Peña
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Éder Peña | Como la vida misma

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Tan presente está la crisis ambiental como la gente que llama pesimistas o “catastrofistas” a quienes han planteado, con pruebas, que esta se intensificará. Se han enumerado mucho sus efectos y víctimas, pero poco sus causas y responsables.

Quizás lo más irónico de esto es que, aunque muchos medios y redes están repletos de pronósticos que auguran más crisis, pocos evidencian el colapso de un modelo civilizatorio que se lleva consigo la vida y la salud en el sentido más amplio, afecta los ecosistemas y su biodiversidad y pone en riesgo la vida humana. La crisis climática, que está entrando en una nueva fase crítica e impredecible, es sólo una de sus más graves y evidentes manifestaciones.

Todo aquel que llame al debate sobre el modelo, sin vender recetas ni estafar con soluciones individualistas, es catastrofista. Sin embargo, medios y redes viven repletos de “sabios” que plantean seguir en marcha acelerada hacia el abismo capitalista, que es la continuidad del despojo indetenible y la guerra absoluta.

Desde la ONU hasta los libros de texto dicen, por ejemplo, que uno de los principales retos globales es la transformación del sistema alimentario. Es responsable de entre el 25 y el 30% de las emisiones y la principal causa de pérdida de biodiversidad. También es el mayor consumidor de agua dulce: el 70% del agua extraída de ríos, lagos y aguas subterráneas proceden de la agricultura. Y la sobrecarga de nitrógeno y fósforo se debe al uso excesivo de fertilizantes. La expansión de la tierra está causada principalmente por la agricultura. Ya luego están la energivoría y, por consecuencia, la economía de mercado y su saqueo permanente.

Pero este sistema capitalista es una máquina de hacer negocios, puede mercantilizar lo que se le pase por delante, hasta las catástrofes. Un ejemplo gráfico y elocuente está en los informes elaborados por expertos vinculados al Pentágono estadounidense y la transnacional petrolera Shell, en ambos documentos se pronosticaron escenarios de conflicto y disputa de recursos.

En el libro “Cataclismo climático: implicaciones del cambio climático para la política exterior y la seguridad nacional” (2008), publicado por Brookings Institution, uno de los think tanks financiados por el Departamento de Defensa, sus contratistas o la política exterior de Estados Unidos, los estrategas militares publicaron sus escenarios para el futuro y advertían que la humanidad había entrado en la «Era de las Consecuencias» que «se definiría cada vez más por la intersección del cambio climático y la seguridad de las naciones».

Los pronósticos publicados por uno de los entes responsables de la elaboración de la política de guerra en todo el mundo se basaban en tres escenarios de posibles impactos climáticos: uno «esperado» basado en un aumento de temperatura de 1,3 °C para el año 2040, uno «severo» (2,6 °C) y uno «catastrófico» (5,6 °C) para 2100. Las advertencias iban desde migraciones y muerte de poblaciones enteras en el Sur Global (África, Asia meridional y central, América Central, el Caribe, América del Sur y el Sudeste Asiático) hasta disturbios civiles, conflictos y millones de migrantes en movimiento. Concluye que “El altruismo y la generosidad probablemente se verían mitigados» y que dichos escenarios representaban una amenaza de seguridad sin precedentes para «nuestra sociedad, nuestro modo de vida y nuestra libertad».

El otro informe llamado “Escenarios de Shell para 2050” (2009) pronostica dos posibilidades: Scramble y Blueprint. El primero (Revuelta) prevé un futuro de alta demanda energética liderada por países emergentes como China e India, lo que derivaría en mayor competencia, rivalidad y tensiones entre los Estados, con los consiguientes conflictos y crisis sociales y ambientales. El segundo (Planeado) parte de que la preocupación pública por el ambiente y el auge de las energías renovables conduce a una reducción significativa de las emisiones de carbono, lo que conducirá en 2050 a un «mundo de electrones en lugar de moléculas».

Este informe propuso como soluciones un tope de emisiones que no llegó a nada. También un aumento de inversión en tecnologías de captura y almacenamiento de carbono (CCS) que aún no se ha demostrado que funcionen y es poco probable que lo hagan en un futuro cercano. Además, el problema del dióxido de carbono se resolvería mágicamente con la ayuda de unas cuantas soluciones técnicas y el uso de créditos de carbono para lograr que otros reduzcan sus emisiones.

En fin, mientras el Pentágono y sus pensadores proponen resolver “su” modo de vida con más armas y mucho más egoísmo, una de las más grandes transnacionales petroleras cree que un mundo “renovable” surgiría sin requerir ningún cambio fundamental en sus operaciones y con soluciones tecnológicas, fantasiosas pero rentables.

Causalmente, ambos ejemplos dejan en manos de la tecnología la solución del problema, mientras la matriz de pensamiento, que apunta hacia un crecimiento ilimitado, sigue intacta. Ambos se escribieron hace 16 o 17 años, en plena debacle del capitalismo global, además de lo inquietante que es ver a una petrolera pasar de negar la crisis climática a avizorar escenarios, también lo es que el camino que estamos siguiendo actualmente en términos de crecimiento de las emisiones se acerque más a los escenarios «severos» que a los «esperados».

Si ambos entes poderosos apuntan a escenarios en los que las mayorías empobrecidas son “amenazas”, entonces no serán “catastróficos” quienes inviertan tiempo en advertir a esas mayorías que la amenaza está en otra parte.

Si desde el poder global se anuncian catástrofes, se genera inmovilidad y se legitima la injusticia socioambiental porque “no hay salida”, entonces el miedo y la desesperanza está en otra parte.

La esperanza en que “la tecnología resolverá” está en contradicción con lo impredecible de la crisis en proceso, si no se sabe qué esperar de las complejas realidades que se vienen mucho menos se puede calcular cómo abordarlas.

Lo contrario del miedo no es solo la esperanza sino la organización, cuando un impacto es inminente nadie lanza una moneda al aire para ver si lo recibirá o no, lo que queda es reflexionar sobre su origen, en caso de que haya tiempo, para que no se repita. Lo otro es esperar que el golpe avise.

La organización en torno a un modo de producción diseñado en favor de la vida y las mayorías, más que la esperanza, atenúa el miedo y deslegitima el poder establecido en torno a su concentración y derroche de energía y recursos. Catastrofismo es esperar recetas o dejar el problema en manos de las élites que ya han decidido distraernos con falsas soluciones o “mitigar el altruismo” mediante la militarización de las consecuencias.

Más catastrófico es legitimar el discurso que anuncia desastres si desaparecieran las transnacionales y sus cadenas de comercialización; o el que hace creer que, con más consumo irracional, se reconstruirán los lazos sociales, desvencijados por el consumo irracional.

Es causalidad que nos inoculen el miedo y la resignación desde Hollywood con películas distópicas que anuncian un mundo de zombies a los que habrá que eliminar “mitigando el altruismo”.

El capitalismo nos está llevando al límite y pareciera difícil imaginar otro sistema que no priorice las ganancias sobre el bienestar humano y los límites ecológicos. Pesimismo es subestimar el poder de la especie humana para decidir qué producimos, para quién y cómo.

Es catastrófico pensar que una ciencia funcional a un mayor control de la naturaleza y la fuerza de trabajo será la que resuelva el entramado de crisis globales que ya estamos viviendo. Es pensar que las tecnologías, que están bajo el control de pocos, poseen mayor capacidad de lograr cambios decisivos que la dignidad política y cultural de cada pueblo o movimiento social. Que la base de la esperanza no sea el vicio de copiar y repetir sino el acto de crear y construir, como la vida misma.

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