
Éder Peña | Como la vida misma
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Parece un trabalenguas pero vamos a partir de que, para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, las élites no se han propuesto reducir el consumo de energía sino desacoplarlo del PIB, como se mostró en la columna anterior.
Lo que hemos de llamar “energivoría” es el consumo intensivo de energía como atributo estructural del sistema urbano-agro-industrial que ha llevado al planeta a las condiciones actuales de crisis.
Lo intensivo, por cierto, no es objeto de discusión para quienes ganan poder y dinero en cada componente de dicho sistema.
No puede debatir sobre el estilo de desarrollo el 1% de la población del planeta que posee el 43% de los activos financieros, mucho menos los cinco multimillonarios más ricos que duplicaron su riqueza mientras que 5 mil millones de trabajadores se empobrecieron.
La electrificación de la economía, que en la actualidad está acoplada a la energivoría, no objeta el crecimiento desbordado ni la acumulación primaria. Más bien, propone electrificar el transporte, implementar tecnologías “eficientes” para la aclimatación e iluminación de las viviendas y tecnologías “limpias” en las industrias y sus procesos.
La energivoría va viento en popa, en su informe International Energy Outlook 2021 (IEO2021), la Administración de Información Energética de Estados Unidos (EIA) predijo que, en ausencia de cambios significativos en la política o la tecnología:
- El consumo global de energía aumentará casi un 50% durante los próximos 30 años.
- El petróleo y otros combustibles líquidos seguirán siendo la fuente de energía más grande del mundo en 2050.
- Las fuentes de energía renovable, que incluyen la solar y la eólica, crecerán casi al mismo nivel.
Se espera que la demanda de electricidad aumente y, con ella, su generación de forma renovable, estas fuentes serían las de más rápido crecimiento. Proyectan que el consumo de combustibles de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE, 38 países miembros de las economías más avanzadas y otras emergentes) no volverá a los niveles pre-pandemia en ningún momento de los próximos 30 años, en parte, debido a una mayor eficiencia del uso de combustible.
La EIA también proyecta que el sector industrial consumirá cada vez más derivados del petróleo como materia prima en la industria química en expansión, hasta tres veces más rápido que el consumo de combustibles líquidos en el sector del transporte.
También crecería más el consumo de electricidad en el sector residencial, en los países que no pertenecen a la OCDE, la electricidad representará más de la mitad de la energía utilizada en los hogares para 2050, en comparación con el 33% en 2020.

El sector industrial utilizará la mayor proporción de gas natural y carbón entre todos los sectores y el uso de carbón se expandirá más rápidamente en los países que no pertenecen a la OCDE, es decir, los del Sur global, que aportan las materias primas.
Un trabajo titulado “¿Cuánto crecimiento es necesario para lograr una vida buena para todos? Conclusiones del análisis basado en las necesidades“, realizado por Jason Hickel y Dylan Sullivan, ofrece un enfoque distinto a aquellos planteamientos que proponen acabar con la pobreza y lograr una buena vida logrando que todos los países alcancen los niveles de PIB per cápita igual a la de los países de renta alta.
Esos mismos planteamientos sostienen que se requeriría multiplicar varias veces la producción mundial total y el uso de recursos, es decir, aumentar el consumo intensivo, lo que agravaría drásticamente el colapso ecológico en proceso.
Los autores, por su parte, proponen que, en vez de perseguir el crecimiento capitalista y el aumento de la producción agregada se deberían aumentar las formas específicas de producción que son necesarias para mejorar las capacidades y satisfacer las necesidades humanas.
De allí que, si se garantizara el acceso universal a los bienes y servicios clave mediante el aprovisionamiento público y la desmercantilización y se redujera la producción menos necesaria en los países de renta alta, se necesitaría el 30% de los recursos mundiales actuales y del uso de la energía.
Los números utilizados para el análisis de la pobreza y el desarrollo basado en las necesidades permiten distinguir que la restricción en el derroche energético permitiría que los pobres del planeta accedan a alimentos nutritivos, viviendas seguras, atención sanitaria, educación, saneamiento, tránsito, tecnología de la información y bienes duraderos para el hogar.
Está claro que no hay energías “renovables” sin minería, esta actividad es impulsada por la quema de combustibles fósiles. Se supone que esta quema se reduciría si solo se utiliza para extraer, pero es un reto electrificar la recuperación de minerales críticos y hacerlo de manera “verde”.

Una electrificación dispararía la actividad minera sobre los minerales críticos, lo que también dispararía los pasivos ambientales que van desde la deforestación hasta la contaminación de cuerpos de agua, incluido el impacto sociocomunitario sobre las poblaciones desplazadas y/o afectadas en su salud.
Una carta escrita por Richard Herrington, director de Ciencias de la Tierra del Museo de Historia Natural de Londres y otros miembros expertos de la iniciativa SoS MinErals, al Comité de Cambio Climático de ese país, explica que para cumplir los objetivos de automóviles eléctricos en el Reino Unido para 2050, se necesitaría producir poco menos del doble de la actual producción mundial anual de cobalto, casi toda la producción mundial de neodimio, tres cuartas partes de la producción mundial de litio y el 12% del total de producción anual de cobre extraído. Solo para ese imperio en fase decadente.
Además, se necesitaría un aumento del 20% en la electricidad generada allá para cargar los actuales 400 mil millones de kilómetros que deben recorrer los automóviles en su territorio.
En el ámbito geopolítico hay, desde ya, una disputa: China, Europa, Estados Unidos y otros están invirtiendo miles de millones de dólares para adquirir acceso a minerales críticos en África y América del Sur bajo distintos mecanismos, desde imperiales hasta de cooperación Sur-Sur.
Los países en los que se extraen los minerales quisieran escalar sus procesos industriales para no solo proporcionar materia prima para las baterías de otros, sino procesar esos minerales y convertirlos en productos de mayor valor. Esto se ha traducido en que, por ejemplo, Indonesia ha prohibido la exportación de níquel.
El consumo excesivo ha llevado al agotamiento de las fuentes, por lo que el acceso a sus yacimientos de los minerales requeridos para la electrificación es más complejo que en los últimos 50 años.
Esto los hace más caros debido a que la demanda de energía por tonelada de mineral producida se hace cada vez mayor.
La opción de los países que controlan las tecnologías “renovables” sería aumentar la coacción imperial —como Estados Unidos— o establecer mecanismos multipolares que permitan establecer relaciones distintas, al estilo de los Brics.
En fin, la ciencia tiene todos los elementos para detectar los vacíos de una transición propuesta por los ricos del planeta, parece más un despeñadero civilizatorio que una opción basada en evidencias.
La acción local y creativa nos encontrará con alternativas que nos conducirán a una ecología-mundo distinta y para todos. Es el camino que nos lleva a fluir y confluir, como la vida misma.