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La Inventadera es avanzar con ingenio

por Penélope Toro León
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A propósito de la reciente celebración de nuestro primer aniversario que coincide con el cumpleaños del filósofo y maestro Simón Rodríguez (28 de octubre), las historias que hemos recogido sobre gente innovadora pueden llegar a convertirse en una especie de mapa de nociones acerca de qué necesitamos para convertirnos en una nación cada vez más poderosa y con ideas propias.

Nuestras entrevistas bien pueden ser un cuadernillo de pistas sobre qué es importante estimular en la sociedad para soltar todo ese potencial de ingenio. Potencial que, de hecho, podemos evidenciar día a día en las soluciones domésticas del pueblo: el buhonero que arma el tarantín con técnicas inusuales, la abuela que recicla y se inventa sistemas de riego con potes plásticos sin ver tutoriales, en esos personajes «reparatodo» que hay en cada barrio, en cada caserío. 

Pero además de esos fogonazos repentinos de invención para solucionar problemas de la inmediatez, se nos impone la necesidad de desarrollar sistemas de conocimiento propios que, a largo plazo y desde una cultura de la previsión, nos provean de estilos científicos y técnicos fundamentados en una visión de mundo también propia y renovada.

Este “sacudón necesario”, amén de la Editorial del mes de octubre, es una movida que ya lleva rato ocurriendo en el Continente, que pica y se extiende y que ha tomado gran ímpetu en las últimas décadas con el advenimiento de las revoluciones de los Sures y de las propuestas descolonizadoras. Aunque innovación, invención e ingenio están comúnmente asociados a las ciencias “duras” o a artilugios técnicos, es fundamental que nos replanteemos la renovación en todas las áreas del quehacer y del saber, adoptar sistemas filosóficos propios de los cuales emerjan coherentemente métodos, ciencias y/o nuevas maneras de concebir la ciencia, nuevas formas de abordar la realidad.

Y aún más, porque hay que empujar con más fuerza este tren conviene preguntarse: ¿qué motiva la invención?, ¿qué condiciones son necesarias para que surja el ingenio? El adagio popular: “Cuando la necesidad apremia, el ingenio aguza”, es muy usado por los abuelos y abuelas quienes reprobaban lo que observaban emergiendo en las generaciones de relevo: la pereza, el facilismo. Ellos, ellas, viniendo de condiciones de vida duras, teniendo en las venas la memoria de guerras disimuladas o declaradas, eran personas que no se amilanaban ante las dificultades, no tenían miedo al trabajo ni tampoco se apoltronaban a las comodidades, pues las sabían pasajeras. Este refrán nos habla de un término que se le hizo lejano a un sector importante de la población dado el rentismo petrolero y la época de la “isla de la fantasía” de la cultura mayamera: la necesidad. 

Necesidad y trabajo fueron sinónimos de pobreza, «el coco» de la clase media y de las clases populares que «ascendieron» y salieron del barrio, del campo, quienes querían borrar de tajo en sus historias de vida una época de «marginalidad». Nos avergonzaba hablar de nuestros orígenes, los oficios de nuestros padres, madres. Sus cuentos sobre una vida dura eran un intento de aleccionar a una generación soberbia y displicente. 

Estos últimos tiempos, ese ingrediente preciso, la “necesidad” ha vuelto. Guerra no convencional, sanciones, pandemias biológicas y pandemias sociales han sido también sacudones que propician el cambio. Esta oleada de temporales climáticos, la situación de los países del norte, todo nos llama a una alerta particular.

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Pero además de estos factores: un sentipensar propio, necesidad y emergencia, otros ingredientes hacen falta. En la entrevista al Doctor Juan Concepción, innovador en ciencia, suena una campana: “…no es desarrollar un sistema de diagnóstico; es vencer la barrera psicológica que nos lleva a pensar que no podemos hacer nada”. No es la invención en sí misma, es propiciar las condiciones para que el ingenio aflore. Estimular en niños y niñas la curiosidad, la creación, el atrevimiento. Erradicar del sistema educativo los factores de la cultura de la dominación en donde se espera que seamos entes pasivos, conformistas, reverentes.

Hace poco me atreví a proponer una metodología nueva en el marco de mi trabajo como promotora de lectura. Sin títulos nobiliarios en la academia fue y aún sigue siendo una fuente de temor: atreverse a proponer cosas distintas, miedo a no ser aceptada, a que no te comprendan, incluso a la burla. «No seas disposicionera». ¿Les recuerda a alguien quien también lo mencionaba?

Esta frase, también de las abuelas, resurge en las intimidades de los recuerdos dentro de un sistema de crianza punitivo.

En la tarea de querer transformarnos desde lo educativo tenemos más de 200 años. Le debemos el inicio a Don Simón Rodríguez (por cierto, un gran incomprendido): «Hagan que los niños sean preguntones, que obedezcan a la razón y no a la autoridad». Tenemos en sus libros una guía para la construcción de la sociedad robusta e independiente que deseamos: la República.

Esas barreras de las que nos habla Concepción fueron impuestas. Los autoconceptos negativos, los estereotipos son creados para la manipulación. Fundamentándose en la noción de “barbarie”, nos hicieron creer que somos gente floja, bruta, fea, inmadura, poco previsiva, incapaz, descuidada y con poca capacidad de organización, entre otros “defectos irremediables”. Dado el orden patriarcal, con mayor ahínco a las mujeres y a las infancias. Estos estereotipos operan de manera inconsciente y constituyen parte importante de lo que corresponde abolir, siendo un enemigo silencioso a lo interno del ser.

Reivindicar los poderes creadores del pueblo, como decía Aquiles, sacar a la luz la verdad de lo que somos: una nación poderosa –y me refiero a la Gran Matria Patria–, en donde cada uno y cada una tiene mucho que aportar, pasa por hacer ajustes profundos en los modos cómo nos relacionamos con las infancias y muy especialmente en el sistema educativo. Y no en la letra muerta, sino en cómo formamos a nuestro personal docente.

«Pongamos sin temor la piedra fundamental de la libertad», dijo una vez El Libertador. Este sea tal vez un peñasco que precisa ajustarse para que realmente siente unas bases firmes que nos hagan avanzar sin miedo por el camino de nuestra propia creación.

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