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Transgénicos: patentes, suicidios, extinción y otras menudencias II

por Eliecer Centeno
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Como lo prometido es deuda, en la presente oportunidad les hablaré un poco de la relación que tienen los transgénicos, nuestros pueblos originarios y la extinción de algunas especies.

Pero antes, me permito contarles una anécdota.

En algún momento, tuve la oportunidad de dictar y orientar talleres y políticas en materia de gestión integral del territorio y de los recursos naturales. De estas experiencias me quedó una frase: “El objetivo de la gestión integral del territorio es transformar las relaciones de poder y producción”.

Cuando hablamos de transformar esas relaciones de poder y producción, en el marco de una gestión revolucionaria, inicialmente nos referimos a herramientas, conocimientos que le va a servir de múltiples maneras, a las comunidades, sea para generar una actividad socio-productiva, regularizar la situación legal de sus actividades o no destruir sus medios de vida como consecuencia de un aprovechamiento insostenible. Pero, esa sólo es una dimensión de ese poder que históricamente el modelo de producción y consumo capitalista y hegemónico le ha arrebatado a los pueblos y a las comunidades, de definir sus modos de vida, sino también de ese reconocimiento en sí mismos, de que el poder se origina desde su propia identidad y raíz, no es algo que “se brinda”, es algo que se asume y se ejerce, ese proceso de transformación y construcción, lo hemos de denominar como poder popular.

El poder de los pueblos y en particular de los pueblos originarios de nuestra América, ha pasado por diversos procesos identitarios y de lucha, sea por controlar o recuperar el control sobre sus medios de vida, sus recursos naturales o incluso su supervivencia.

Un ejemplo de esta lucha fue protagonizado por Leydy Araceli Pech Marín, también conocida como Leydy Pech o la guardiana de las abejas. Antes de contar su historia es importante conocer algunas cifras.

Las abejas constituyen uno de los principales grupos de insectos responsables de la polinización de especies vegetales, tanto silvestres como las destinadas a la alimentación humana. Sin embargo, el uso extendido de agro-tóxicos ha mermado sus poblaciones hasta niveles alarmantes. De acuerdo con un estudio del año 2016, se estimó que alrededor de 1,4 millones de puestos de trabajo dependen directamente de los polinizadores, mientras este proceso ecológico, es una función ecosistémica que se encuentra cuantificada en decenas de miles de millones de dólares, y de acuerdo con cifras de la FAO más del 75% de los cultivos alimentarios del mundo dependen en cierta medida de la polinización. Por ejemplo se estima que las abejas en Europa garantizan la polinización de más del 80% de los cultivos y plantas silvestres, y su contribución a la agricultura en productos como polen, jalea real y cera de abeja se traduce en por lo menos 22 mil millones de euros al año.

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Para el año 2017 México ocupaba el séptimo lugar en la producción mundial de miel con 57 mil toneladas anuales, los principales estados productores son Yucatán y Campeche, esto de acuerdo con cifras de la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo rural, Pesca y Alimentación del país centroamericano. Al cierre del 2021, el mismo organismo reportó una producción superior a las 63 mil 362 toneladas, y se ubicó como noveno productor a nivel mundial, reportando igualmente incrementos significativos en materia de exportación de dicho producto.

El 40% de la producción de miel mexicana se origina en la península de Yucatán. En el Estado de Campeche, 25.000 familias mayas dependen directamente de la producción de miel para su subsistencia, y son sus principales productores. La apicultura es parte integral de la cultura maya y es practicada desde hace 3 mil años por esta cultura nuestra originaria.

En algunos de sus testimonios, Leydy Pech da cuenta de las enseñanzas de sus ancestros, y habla de la abejita ancestral, un tipo de abeja melipona, sin aguijón, cuyo nombre científico es Melipona beecheii, pero que ancestralmente los maya denominan Xunáan Kab, o dama de la miel. 

La historia respecto a los transgénicos y el pueblo maya, inicia en el año 2000, en el gobierno del ex-presidente Vicente Fox, cuando Monsanto (Hoy propiedad de Bayer) comenzó a cultivar parcelas experimentales de soja genéticamente modificada en México. Tras los éxitos en la implementación, entre los años 2010 y 2011, el gobierno de Felipe Calderón, elevó estas iniciativas a “proyectos piloto” y a partir del año 2012, sin consultar a las comunidades locales y pueblos maya, se otorgó los permisos necesarios al gigante multinacional para cultivar soya genéticamente modificada en siete estados mexicanos, en el proceso fueron taladas grandes áreas de bosques con elevada biodiversidad, dando lugar aproximadamente a unas 250 mil hectáreas de este lucrativo nuevo rubro.

Sin embargo, la afectación ambiental no se limitó a los bosques talados, las abejas comenzaron a morir por los persistentes químicos tóxicos, provenientes de las fumigaciones aéreas, y Leydy Peach se dio cuenta de esto junto a otros productores: “cuando me di cuenta que empezaron a deforestar grandes extensiones de selva, cuando me di cuenta que se empezaron a morir mis abejas por las fumigaciones aéreas eso nos preocupó mucho y decidimos organizarnos entre comunidades.”

La líder maya encabezó una coalición de productores y apicultores en la presentación de una demanda contra el gobierno mexicano para detener la siembra de soja transgénica.

Su caso se basó en el hecho de que ni el gobierno ni Monsanto consultaron a las comunidades indígenas antes de aprobar los permisos, lo cual es una violación de la Constitución mexicana y el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo, así como del Convenio de la Diversidad Biológica del cual México es parte.

Leydy Pech contó con el apoyo de las instituciones académicas para documentar los impactos del cultivo de soja transgénica en la miel, el medio ambiente y las personas. La Universidad Nacional Autónoma de México, (UNAM),  pudo comprobar en un estudio en el Estado de Campeche, donde Monsanto había realizado un proyecto piloto, que el polen de soja transgénica estaba presente en el suministro de miel local.

La UNAM y el Programa de Desarrollo de la ONU también registraron los impactos del glifosato, utilizado en las fumigaciones aéreas de la soja modificada, encontrando rastros del herbicida en el suministro de agua de Hopelchén y en la orina de los residentes de la ciudad.

Con estos resultados, Pech y el colectivo maya sustentaron una campaña de divulgación y educación, con una serie de talleres y jornadas tanto para las comunidades locales, como para los funcionarios del gobierno, sobre los impactos negativos de la producción de soja transgénica. Las protestas  de apoyo simultáneas en siete centros ceremoniales maya agruparon hasta unos 2000 participantes.

En noviembre de 2015, en respuesta a dicha demanda, la Corte Suprema de México dictaminó por unanimidad que el gobierno debió consultar a las comunidades indígenas antes de plantar soja transgénica. El fallo efectivamente canceló los permisos de Monsanto y prohibió la siembra de soja transgénica en los Estados Campeche y Yucatán. Posteriormente, en septiembre de 2017, el Servicio Agrícola y de Alimentos de México revocó el permiso de Monsanto para cultivar soja modificada genéticamente en los siete estados donde se cultivaba.

Esto constituye un hecho histórico, ya que fue la primera vez que, gracias a la acción y organización del pueblo maya, el gobierno mexicano tuvo que tomar medidas oficiales para proteger a las comunidades y el medio ambiente de los cultivos transgénicos. Es un ejemplo, de que la gestión de un territorio, un recurso, un medio de vida originario, como la producción de miel es defendido, como solemos decir “con pruebas en la mano”, de las garras de las transnacionales y de los gobiernos neoliberales, un vivo ejemplo del ejercicio del poder popular.    

Esta historia de lucha nos queda como ejemplo, y como reconocimiento del trabajo de la líder indígena Leydy Pech, quien tuvo el mérito de recibir en el 2020, el Premio Ambiental Goldman 2020, por la región de Norteamérica.

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