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El pueblito que va ganando

por José Roberto Duque
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Fotos: Alejandro Angulo (periódico digital La Salina-El Salitre, Premio Nacional de Periodismo ‘Simón Bolívar» 2023)

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Primero evoquemos o recordemos otro pueblito o serie de pueblitos, ubicados en la larga costa que comparten los estados Anzoátegui y Sucre.

En casi todo ese litoral se ha impuesto una lógica, paradigma, cultura o “modo” que resulta difícil de detectar a simple vista, aunque sus efectos se sienten con una potencia atroz. Resumido: hace años estos fueron caseríos de pescadores, y su cultura giraba precisamente en torno a esa actividad, la pesca.

En algún momento de la destrucción de toda cultura, toda vocación productiva y toda práctica del ancestro cumanagoto por parte de la ciudad industrial (queda demasiado cerca de Puerto la Cruz) comenzaron a llegar los turistas del centro y después de fuera del país, enamorados de aquellas bahías, aquella hermosura que eran el paisaje humano y geográfico. Es imposible determinar el momento en que el primer turista sacó la primera paca de billetes para ofrecérsela al primer pescador o familia de pescadores.

“Paca de billetes”: una cantidad de plata que jamás un pescador de aquellos había visto junta. Comenzó la venta de ranchos ubicados en la orilla del mar; la riqueza de aquella gente consistía en levantarse en la mañana, abrir la puerta del “patio” y remojarse con las olas mansas, caminar al son de las palmeras borrachas de sol. Uno a uno a los pescadores se les fueron presentando similares oportunidades de hacer negocio: te entrego mi rancho y una firma que dice que eso es tuyo, me entregas los dólares y me largo a disfrutar de esos dólares. Ya ustedes saben cuánto suele durar el disfrute de los billetes, esos papeles que se van acabando.

Así, lenta o violentamente, esos pueblitos fueron perdiendo su vocación original, que era la pesca, sencillamente porque ya no tenían acceso directo al mar: recuerda que vendiste el rancho y ahora la orilla de esa bahía es propiedad privada, señorío o reino de unos musiús que montaron posadas, restaurantes y bailaderos, en nombre de lo que llamamos progreso y adaptación a las nuevas formas: las comunidades fueron desplazadas al sur, a la orilla de la carretera, y en la orilla de la carretera la única “cultura” que puede prosperar es el comercio: la buhonería, la compra-venta de todo.

Y el dato más lamentable: cuando en un pueblo ubicado frente al mar, que es el surtidor de alimentos más grande del planeta, hay personas entregadas a la mendicidad, estamos frente a un pueblo derrotado, frente a una cultura destruida y desnaturalizada hasta la catástrofe.

A esos caseríos de gente amable llegaba cualquiera a pedir comida o lo que fuera y se le entregaba con toda la generosidad propia del oriental pueblo; con el tiempo los naturales fueron adoptando el modo de ser mezquino, egoísta y propenso a la trampa del nuevo invasor, que no entró con espada y arcabuz sino con dólares, y ahora, en respuesta, especula y trampea como le enseñaron los europeos y los civilizados. Algunos alquilan un puesto para sus lanchas, y cuando salen a pescar no es para comer y regalar sino para venderles a los caveros, estirpe de arrasadores que se llevan el pescado en cavas de refrigeración.

Otros lancheros encontraron otra vía de ingreso: sacan a pasear turistas, a quienes se les afincan duro, como se les afincaron a ellos, y suelen negociar con ellos una trampa carcajeante: te saco a pasear por 200, pero si en el camino saltan los delfines junto a la lancha entonces te cobro 400. Y por supuesto, los lancheros saben dónde saltan y dónde no saltan los delfines.

Es la venganza de los pueblos despojados: me enseñaste a estafar, robando y desplazando a mis abuelos, y ahora yo te la cobro. No es una actitud consciente, como tampoco lo es la burla interna que se suscita cuando llega un grupo de catires a pasear en lancha y entre ellos se gritan al pasar: “¡Epa compai! ¡Pa dónde llevas ese cuaque!”.

“Cuaque”: el nombre instalado en el habla popular de muchos pueblos costeros para referirse a esa gente blanquita. Blanca como la Quáker, que así llaman a toda la avena, sea de la marca que sea.

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Ahora el pueblito que va ganando, o que ha sido particularmente difícil de derrotar a pesar de su cercanía a Caracas.

En este pueblito la orilla de la playa no ha podido ser colonizada, invadida o comprada por sujetos o grupos que la mancillen. Algún movimiento hay al respecto (compra y venta de algunas casas), pero en general la franja de costa dentro del pueblito sigue siendo una especie de playa familiar, y su vocación y cultura predominante es la pesca. Es un pueblo de pescadores, y a juzgar por algunas actitudes y dinámicas internas va a seguir siéndolo durante un largo rato. Muchos padres y hermanos mayores transmiten aquí su saber y su pasión por la actividad, y eso es síntoma de buena salud social.

Algunas situaciones resguardan esa vocación, y una de ellas, sorpresivamente, admite dos lecturas: es una ventaja y una desventaja. Esta combinación: el sistema eléctrico es inestable, la carretera está en regular estado pero cuando llueve puede ponerse francamente difícil; los acantilados, que dejan espacio a unas playas solitarias y de una belleza sobrecogedora, no son precisamente una invitación a construir clubes o grandes hoteles, de modo que todo el comercio (expendios, pequeñas posadas, comederos) está en manos de gente que nació o tiene tiempo allí, y esto no le resulta muy grato a cierto turismo bullanguero y depredador.

No sé si se dieron cuenta del torpe o difícil ejercicio de «protección» que he tratado de ejecutar hasta ahora, ocultando el nombre de Las Salinas. A veces funciona.

Si algún día construyen en la zona una superautopista, y estabilizan la energía y la declaran lista para despilfarrarla, y llega el consabido personaje prepotente que atropella y compra hasta lo que no le están vendiendo, habrá comenzado la debacle, la perdición, el largo barranco hacia el “progreso”.

Mientras tanto, en las tardes, cuando baja el sol y llegan las lanchas de las jornadas de pesca, si uno para bien la oreja puede oír a los muchachos pescadores (los hay de doce o catorce años en adelante) echándose los cuentos de cómo fue que atraparon esa picúa o barracuda, ese robalo gigante, esa albacora (atún joven), esa aguja (pez espada) asombrosa; niños y jóvenes que no necesitan la televisión o los videos para dejarse asustar por tiburones de mentira, porque ellos los han visto cara a cara en la piel pavorosa del mar y saben cuándo son un peligro y cuándo y cómo esquivar su furia.

Ellos, que conocen el nombre de cada especie, que saben anzuelear y también arponear, nadar a pulmón detrás del arrecife para capturar animales de manera artesanal, sin alterar el equilibrio ecológico (cosa que sí hace la pesca industrial): la victoria de ese pueblito en la genuina emoción de esos chamos, que se llevarán su práctica hacia el futuro. Si es que los dejan.

Hora de no hacernos los locos y reconocer que no hay ninguna diferencia entre sus anhelos y los de cualquier muchacho de ciudad. En el pueblito se escucha la misma música basura impuesta desde las ciudades industriales, el sistema de valores es más o menos el mismo (no hay manera de escapar de la dependencia del dólar ni de la necesidad de comprar y vender cosas útiles e innecesarias). Pero aquí el dato cultural del pueblo pescador sigue ganando la batalla.

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9 comentarios

Fredy Muñoz Altamiranda 30 octubre 2023 - 04:56

Creo que conozco ese lugar!

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Jose Roberto Duque 30 octubre 2023 - 06:21

Por ahí mismo es

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Juan Gómez Muñoz 29 octubre 2023 - 15:13

el perro sie.pre cautivando con su narrativa. historias que inspiran

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Jose Roberto Duque 30 octubre 2023 - 06:22

Salud estimado, agradecido

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Jose Roberto Duque 30 octubre 2023 - 06:22

Un abrazo

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Jaime Ernesto Mora 29 octubre 2023 - 10:48

Excelente escrito, narración de realidades que no observamos o de las que nos «hacemos los locos» para no observarlas…

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Jose Roberto Duque 30 octubre 2023 - 06:23

Hace falta mirar al país más allá de la pura emoción por el paisaje

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Esteban Reales 29 octubre 2023 - 09:17

Gran reportaje felicitaciones

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Jose Roberto Duque 30 octubre 2023 - 06:24

Saludos Esteban, es grato saber de usted

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