Cuando recrudeció el ataque generalizado contra Venezuela, con el objetivo dicho y anunciado a gritos de hacernos rendir por hambre, desesperación o muerte lenta, proliferaron historias duras, algunas muy tristes y lamentables y otras francamente devastadoras. Algunas de esas historias tenían base real, otras eran absolutamente ciertas y otras venían con tales niveles de deformación interesada que de pronto lo digno de alarma no eran los problemas reales, sino la capacidad de mucha gente para creer más en lo que decían los medios que en lo que podían ver con sus propios ojos.
Por los lados de Paraguaná, hacia 2016 (año espantoso, de los peores de esa década y de lo que va de siglo) cogieron calle y teléfono las historias de la progresiva desaparición de las grandes manadas de burros, presencia profusa e inevitable en la larga cinta que conecta a Coro con Punto Fijo, o con la península en pleno. Efectivamente, la norma en esa ruta era tener que manejar con cuidado y a baja velocidad, porque eran cotidianos los accidentes de tránsito; carros que chocaban contra los dulces animales, que no le huían ni al ruido de los motores, ni a los cornetazos ni a las luces, en caso de que algún conductor se aventurara a rodar por allí de noche. Pero de repente las manadas empezaron a hacerse escasas, y hubo un momento en que se podía transitar por la vía a cualquier hora sin ver ni un solo ejemplar.
Se extinguieron los burros, decían los titulares. Pero la propaganda no podía dejar eso hasta ahí, había que agregarle ingredientes, y estos fueron los que encontraron: “el hambre de los venezolanos es tan vergataria que los falconianos asesinaron en masa a los burros para tener algo que comer”. La fórmula funcionó en el resto del país y, por supuesto, en el exterior: hordas de hambrientos armados de tubos y cuchillos degollando cuadrúpedos para no morir de inanición. Era la imagen perfecta que cierto sector “necesitaba” exportar para respaldar el cuento de que el comunismo había fracasado y que Estados Unidos tenía que ayudarnos a tumbar al gobierno para poner uno que le gustara.

Como suele suceder con esta clase de leyendas urbanas, ésta en particular tuvo cierto éxito, porque todavía encuentra quien la repita. Sólo que dentro del mismo Falcón y en cualquier ámbito social encuentra uno testimonios que ponen algunas cosas en su sitio. El primero de ellos lo obtuve hace unas semanas de boca de un señor conductor de esa ruta, Coro-Punto Fijo: “Aquí sí hubo una matazón de burros, pero el negocio no era vender la carne sino la piel: con el cuero del burro se fabrican las pelotas de beisbol, la Guardia incautó toneladas de pieles antes que las montaran en lanchas para llevárselas”. Una breve indagación en la prensa de la época y entre otros habitantes de la zona confirman el dato.
“Pero yo sí comí burro”, dice José Enrique Rengifo, quien tiene claros los límites entre la fábula y la noticia. Parece que en ese momento proliferaron las ventas de empanadas “de carne”, y fue un fracaso total porque, como en los pueblos pequeños todo se sabe, se corrió rápido la pelota (de cuero) de qué era el relleno empleado.
Límites claros: hubo gente que comió carne de burro, pero era general el rechazo del habitante común de Paraguaná a esa opción gastronómica. El taxista de la Coro-Punto Fijo tiene otros recuerdos: “Mi mamá puso una vez a ablandar una carne y notó que el espumero que botaba no era normal y olía un poco raro. Entonces se la echó a los perros”.
Rebatida la fábula de terror que hablaba de ejércitos de zombies entregados al descuartizamiento de estos animales, queda quien defienda el mito, porque le parece más sabrosa la historia y porque la orden de decir que en Venezuela nos estamos muriendo de hambre no se va a venir a derrotar con la verdad: hay que trabajar para que la mentira se imponga por cualquier vía.
Hay una variante incriminatoria de repuesto, por si falla la otra: «El Gobierno mandó a matar a los burros». Formas de culpar al adversario o enemigo habrá, siempre.
En un tramo de la carretera Coro-Punto Fijo puede verse un chorro de agua que mana de una tubería rota. Los conductores han visto recientemente a pequeños grupos de burros en se punto, tomando agua o refrescándose. El exterminio no fue total. La vida siempre se abre paso.
3 comentarios
Gracias, José Roberto, por estas reales historias de burros. Felizmente sigue siendo necesario, para manejar de noche entre Coro y Paraguaná, contar con buenas luces y buenos frenos y buena conducción, para evitar choques con los burros y burras que, solos o en manadas, siguen recorriendo la península y atravesando sus carreteras.
casualmente ayer me pregunté sobre la existencia de los burros y hoy gracias a ustedes tengo información, así acabaron con todo para beneficio propio
Es lamentable todo lo que esta pasando. Dios ayudanos y proteje a nuestra Venezuela, a todos de tanto odio.