Cuidar a la gente, cuidar a la tierra y hacer justicia entre nosotros. De eso se trata básicamente la permacultura.
Y digo básicamente porque a quienes convivimos con este concepto y lo alimentamos a diario, le damos vueltas, lo ponemos a la luz un tiempo, a la sombra otro, nos ha costado simplificar lo que es un complejo de relaciones tan extenso y maravilloso como la vida.
Cuidar a la gente. Empecemos por ahí. La gente es cualquiera que tengas cerca. Un hijo, una pareja, un amigo, un compañero de trabajo, un familiar, los viejos. Uno de esos o todos esos.
¿Cómo lo cuido? ¿Lo alimento, lo quiero, lo prevengo, lo educo, lo escucho, lo abrazo, lo hago reír? Claro. Pero también lo dejo ser, y aquí viene lo difícil: hago que crezca entre ambos la honestidad.
No sólo la honestidad del no robar, sino la honestidad de no fingir. Si no fingimos, una tierna luz de paz comienza a mostrarnos la vida como es: sencilla, complementaria y maravillosa.
Cuidar a la tierra ya lo iniciamos si cuidamos a la gente, porque el carácter de la permacultura es holístico, estamos todos en esto.
Nadie manda, todos obedecemos, nadie es superior, sólo diferente. Las hormigas son más que nosotros, en número, y aunque alardeemos de nuestro cerebro, ninguna de ellas se comporta de forma tan autodestructiva como lo hacemos los humanos.
Cuidar a la tierra es parar el Sistema. Ya no hay arreglo ni reparación, hay que detenerlo, desecharlo, reeducarnos, y prolongar lo que nos queda en este nicho de vida, todo lo que podamos prescindiendo de lo que hemos hecho. Es una contracultura radical que nos devuelve al barro, al fuego, a la semilla.
Cuidar a la tierra ya no es dejar de fabricar, usar y botar polímeros. Eso dejó de ser una opción hace cinco generaciones. Ya tenemos tanto nanoplástico en nuestra sangre como lo tiene cualquier jurel, cualquier atún, o cualquier iguana de este planeta.
Ya somos de plástico, como somos de monofluorocarbonados, de mercurio y de aluminio, de proteínas sintéticas y gluten venenoso.
No hay reversa, estamos perdidos, pero nuestra desaparición, en términos de tiempo aún alcanza para que sigamos en la locura capitalista de oprimir pueblos, vender armas, y lanzarnos ojivas nucleares, hasta que terminemos jodiendo al sol mismo, y causemos una alteración realmente catastrófica a nivel hiperespacial.
Así estamos. Cuando la permacultura llama a cuidar a la gente, nos dice que cuidarla es también desviar sus pasos del sistema educativo tradicional, y que busquemos, en alguna parte, porque debe haberla, una forma de educarnos que nos preserve.
Luego viene, o al mismo tiempo, no hay un orden de uno después del otro, el establecimiento de límites justos, o lo que yo llamo, atrevidamente, hacer justicia entre nosotros.

Porque es entre nosotros que debemos resolver este desastre de ambiciones, inequidades, explotaciones, aniquilamientos, obscenidades y truculencias homocéntricas.
Ningún otro animal es responsable. ¿O vamos a acusar a los elefantes asiáticos de algún tipo de contaminación? ¿Vamos a responsabilizar a la guacamaya azul del Amazonas de la desaparición de la Amazonía como sistema?
Sólo nosotros somos responsables de la extracción del caucho y la esclavización de seres humanos, del uso de los hidrocarburos para generar inequidad, guerra y hambre.
Y es entre nosotros que la permacultura nos llama a establecer límites justos, o a hacer justicia entre nosotros. Y esto implica tanto como nuestra determinación quiera.
Cuidar a la gente, cuidar a la tierra, hacer justicia. Parecía fácil, ¿cierto? Y puede serlo, aunque implique que una larga lucha y un gran esfuerzo por derribar los cimientos de concreto podrido sobre los que nos edificaron esta etapa de la civilización.
La permacultura como práctica se inició en el patio de un biólogo de la Universidad de Tasmania, en Australia. Bill Mollison comenzó a imitar a la naturaleza en su pequeña granja, y aquel “dejar hacer, dejar pasar” que no funciona para el capitalismo, comenzó a funcionar para la tierra.
Mollison es el padre del principio de mínima intervención, y de diseños de imitación natural que caracterizan a la permacultura en su misión de resarcirle algo a la naturaleza, a la vida.
Esa sana actitud, y escuchar a los más viejos, que también esucharon y vieron a otros más viejos, podría salvarnos del Sistema, y darnos las herramientas prácticas y organizativas para luchar contra él y vencerlo.
La permacultura es una fuente a la que han llegado principios revolucionarios de todas las culturas conservacionistas. Es una flor, como su mismo diseño lo muestra. Una flor que debemos fecundar y que debe convertirse en un fruto grande y poderoso de luz y armonía, como es la naturaleza.
Esa flor tiene siete pétalos, y cada uno define un principio de planeación y organización. Es todo un tratado insurgente y beligerante, que vamos a empezar a conocer desde aquí.
Por ahora, cada vez que les hablen de permacultura, miren si ese que usa el concepto está en la vía de cuidar a la gente, cuidar a la tierra, y hacer justicia. Es fácil detectarlo. Si no lo está, ahí comienza nuestra batalla.
6 comentarios
Poeta Pocho! que bueno leer tu siempre complejo y vital universo de ideas en este comentario. Gracias y abrazos!
Me quedo con esta idea:
«Cuidar a la gente, cuidar a la tierra y hacer justicia entre nosotros», gracias brother.
Que bueno hermano! ese es un buen acopio de razones para seguir en el intento!
permacultura ….permanecer desde lo simple natural …volver a la semilla …al germen …a la vida rústica…a la primitiva politica del auténtico Vivir…Nacer es un acto político natural
En la permacultura confluyen una buena cantidad de posibilidades políticas que comienzan con eso que defines también como un acto político: nacer. Gracias por tu comentario
Fredy ‘adorable, destemido e corajoso’ traza raya de tiza láser a la altura del firmamento desde lo alto de la colina MonteMar donde mejor resuelve las ecuaciones entrañables de su amor a la vida. Empresa histórica la suya, magnate in pectore en la tarea fecunda de cobertura humana para que lo necesario material dé paso a la libertad creativa espontánea y continua: «…las dos artes supremas de la verdadera civilización: el jardín y la conversación» (Octavio Paz). En este caso, Fredy augura intervenir ciudades con selvas cultivadas como biomas comestibles. Propongo conversar in situ -allá arriba en MonteMar -Chichiriviche de La Costa mediante- del Festival de Música y Gastronomía del Caribe como germen del iskra satelital que religue permacultura en lo colosal de los nodos rizomáticos entretejidos como sinapsis Antártida-Ártico que contiene ambos polos, el buraco de ozônio, el Océano Atlantico Sur, la Cuenca Panamazónica, la cintura ecuatorial y el Gran Caribe… esa rayita no más. Apenas para inspirar la inventadera con mancha de camburverde inmensa continental anfictiónica. Mande Usté!