En los intentos por ordenar el caudal de emociones que es la permacultura sus teóricos la grafican como una flor. Una flor de siete pétalos que describen siete etapas.
Todos tuvimos alguna vez un encuentro con la permacultura sin saberlo. El mío fue muy temprano en la infancia, cuando mis padres nos llevaban, a mis hermanas y a mí, a pasar las vacaciones en Los Montes de María.
En el valle de un arroyo cristalino, sombreado por enormes caracolíes y arizales, crece un pequeño pueblo llamado Colosó.
Sus habitantes siembran maíz, ñame, ajonjolí, yuca, caraotas moradas y frijoles.
Llegábamos siempre a la casa de nuestro primo Fernando, un constructor que en lugar del ladrillo prefirió el adobe, y prescindió de las tejas metálicas para techar aquella casa con la hoja de la palma conga.
Entrar en su casa era pasar a otro tiempo. El fulgor del verano se diluía en un ambiente manso, fresco y silencioso. Durante la noche los sentidos encontraban, en la intimidad maternal de la hamaca, su momento más placentero.
El viento pasaba sobre la palma produciendo un tierno crepitar. La madera de los horcones emitía quejidos somnolientos al vaivén de los cáñamos que nos sostenían colgados en el silencio, donde el olor del fogón dormido, pero no apagado, custodiaba la noche.
Esa casa de barro fue mi primer encuentro con la permacultura. La obsecuencia de mi primo Fernando al construir ese espacio con las mismas técnicas tradicionales que durante siglos se han usado, nos abrió un portal de sensaciones que hoy son una parte importante de nuestro carácter.
El centro de la flor de la permacultura contiene los principios que describí en mi columna pasada: cuidar a la gente, cuidar a la tierra y hacer justicia entre nosotros.
Desde ese centro, de izquierda a derecha, como en una espiral, nacen siete pétalos que contienen las formas básicas de aplicar la permacultura cuando lo decidamos, porque el momento ya llegó.

Hoy veremos tres, que son para mí, los primeros: cómo vamos a manejar la tierra y la naturaleza en general, qué tipo de ambientes vamos a construir para vivir y producir, y cuáles serán las herramientas y la tecnología apropiada para mantenernos en el espíritu y el mandato permacultor.
El primer pétalo define al manejo de la tierra y la naturaleza bajo un sólo e indiscutible mandato: la agroecología. No hay otra forma de relacionarnos con ella. Y si la hay, no es conveniente.
No toda la agricultura ancestral es agroecológica. Durante la existencia del imperio egipcio, la siembra masiva de trigo en las orillas del Nilo llevó a su deforestación, y el monocultivo atrajo plagas y enfermedades que no existían.
Todo porque el emperador se abrogó la necesidad de alimentar a una masa humana semiesclavizada y subsumida en oficios alejados de la tierra, como la guerra y la construcción de las grandes obras que hoy quedaron para el turismo tremendista.
El manejo permacultor de la tierra es agroecológico, biodinámico, dirán otros, y hasta orgánico. Aunque estas últimas sea innecesario mencionarlas si ya se estableció la agroecología. La agroecología nos obliga a conservar, regenerar y mantener. Comportarnos como un microorganismo más en la cadena, que es lo que a fin de cuentas somos.
El segundo pétalo define la construcción de ambientes. Ya que decidimos no vivir en ambientes proveídos por la naturaleza misma, hagamos los nuestros de la forma más natural posible, imitándola.
El barro, la piedra, la madera, la hierba, el agua. De eso debe ser nuestra casa, nuestro corral de animales, nuestra bodega de alimentos, nuestro espacio de conversación, nuestro baño, nuestra alcoba, nuestro comedor.
Las mañanas en Colosó llegaban cargadas de sonidos y olores originales: animales, brisa entre las palmas, humo de leña seca, vapor de yuca y ñame hervido, fragancia de ajonjolí tostado. Y luego, un baño redentor en las aguas de un arroyo cristalino y fragante.
La autoconstrucción con materiales locales nunca debió sustituirse por la mampostería ajena, costosa e invasiva que nos provee el capitalismo y nos esclaviza un tercio de nuestra vida, haciendo ricos a los dueños de un banco.
Y construir esos espacios implica que lo hagamos también con herramientas y técnicas a tono con nuestro propósito, que es insertarnos, diluirnos cada vez más en la naturaleza renunciando al Sistema que la niega y la destruye.
Busquemos energía donde la hay: en el sol, en el agua, en el aire. Las ecotecnologías en pequeñas escalas nos garantizan romper las cadenas comerciales que se tejen alrededor de los nuevos ecoinventos y las herramientas tecnológicas agroforestales.
El manejo agroecológico de la tierra, la construcción natural de espacios con herramientas afines y libres, son los primeros tres pétalos de este viaje de subversión por la tierra y recomposición del orden original que es la permacultura.
Siguen cuatro pétalos más, se los prometo para dentro de quince días.