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Aprende: no seas animal

por José Roberto Duque
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Un grupo de científicos ha presenciado y anunciado, con el rótulo de “descubrimiento” y con enorme excitación, el siguiente episodio: un orangután de Sumatra ha utilizado una planta medicinal para curarse una herida en su rostro. Aunque los científicos y algunos periodistas (no todos) dejan constancia de que la noticia no es que el primate se haya medicado sino que unos científicos lo vieron y lo documentaron, tiene su gracia la forma en que se han narrado este y otros episodios similares.

Las diversas formas de titular o comentar esa noticia da cuenta de la mayor o menor perturbación que el consumidor y el difusor de informaciones carga en los adentros: desde “los investigadores observaron una conducta nueva” (El País de España, cuándo no) hasta “Un orangután es visto curando sus heridas con una planta medicinal por primera vez en el mundo” (CNN en español y en cualquier idioma).

Para buscar un titular más serio es necesario buscar redactores o comentaristas más serios. Y entonces vamos a leer la cuenta X (antes Twitter) de Rusia Today: “El primer caso de un animal autocurándose”.

Nada más que buscar entre periodistas, seres impresionables.

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En los albores de la Modernidad una élite decidió que ser civilizado era entrar en guerra contra la naturaleza (y “luchar contra ella” y “hacer que nos obedezca”); esto ya se ha dicho miles o millones de veces, y hay que repetirlo otros millones de veces más.

Que las ciudades de hoy son producto del terror que les produjo a los planificadores y dueños de esas ciudades la sola posibilidad de tener que compartir la vida con animales, también se ha dicho.

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Que esa misma Modernidad haya impuesto la idea de que el saber es una cualidad humana (pero no de cualquier humano sino de aquellos que leen libros), y que las cosas que hacen los animales para sobrevivir, resguardarse, multiplicarse y transformar su hábitat no es “saber” sino “instinto”, varios miles de veces se ha dicho también.

También es historia antigua, aunque tal vez no tan echada a andar, la triste evidencia de que despreciamos tanto a los animales que buena parte del arsenal de insultos en todos los idiomas consisten en animalizar al adversario, al enemigo, o al débil y al segregado: para insultar a alguien solemos llamarlo burro, cochino, rata, gallina, pato, perra, zorra, chigüire, perro, gusano, parásito, insecto, becerro: animal, a fin de cuentas.

A tono con ese orden tan cómodo, en el que la especie humana vive o ha sido empujada a vivir a salvo del contacto con esos seres irracionales e inferiores, viene a proliferar este tipo de noticias que se difunden casi en el tono y con el guiño mal disimulado que quiere decir: “Algunos animales hacen cosas tan inteligentes que PARECEN HUMANOS”.

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Los casos recientes de historias, momentos o situaciones que se convirtieron en “tendencias” por lo aparente o presuntamente inusual incluyen “descubrimientos” como el de los cuervos capaces de echar piedras dentro de un envase para que suba el nivel del agua y poder beberla; dicen que “aplican el principio de Arquímedes”, como si ese fenómeno no fuera natural sino una creación y propiedad de Arquímedes. Espantados por ese descubrimiento (que los cuervos pueden ejecutar esa y otras tareas complejas) unos señores científicos les han concedido un gran honor: “pueden ser tan inteligentes como los chimpancés”, han dicho.

O el caso de las abejas, que, «según expertos” (así dice la nota) pueden aprender a sumar y restar. “Como los humanos”, por supuesto.

O el caso de las hormigas y otros insectos que cultivan los hongos que han de alimentarlas, proceso que la especie humana conoce como agricultura. Y otras que, en el colmo de los paralelismos con las sociedades humanas, tienen “esclavizadas” o en modo servidumbre a ciertas bacterias.

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Aunque toda esta súbita difusión pertenece al sistema o mecanismo global llamado industria del entretenimiento o del espectáculo, vale la pena comenzar a detectar el alcance de la masificación de estos hechos naturales. Así ahora, de pronto, se anuncien como descubrimientos y no como sucesos cotidianos que habíamos olvidado o ignorado masivamente, tal vez por dedicarle tanto tiempo a la observación de nuestro ombligo, o de nuestros teléfonos inteligentes (que son casi tan inteligentes como ciertas abejas, hormigas u orangutanes).

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En muchos campos de Venezuela es común que la gente hable de los enfrentamientos entre el mato huevero (lagarto grande y robusto) y las culebras más mortíferas de estas tierras, las mapanares: mato y culebra se enfrentan en una pelea a muerte, en la que el mato esquiva las mordidas de la serpiente mientras la hiere con sus dentelladas. Pero el mato a veces se cansa y recibe una mordida. El mato se retira del lugar del combate, va a chupar de una raíz a la que el pueblo ha bautizado, precisamente, raíz de mato; la culebra permanece en el sitio porque sabe que su rival regresará. Y el mato regresa, repotenciado por el potente antiofídico vegetal, y continúa el combate, que casi siempre termina con el mato despedazando a la culebra. A veces el veneno hace su trabajo antes que el mato pueda medicarse, y el lagarto muere.

¿Por qué es incorrecto decir que el mato sabe cuál es la raíz que lo puede curar? ¿Por qué nos da vergüenza equiparar ese impulso del lagarto con el saber, y llamamos primitivo, yerbatero ignorante y brujo salvaje al campesino o habitante de pueblo aborigen que tiene guardada su raíz de mato para usarla como antídoto?

Millones de personas hemos visto a animales domésticos comiendo ramas y yerbas, y se sabe que lo hacen para desparasitarse. Millones, también, nos hemos maravillado de las ingeniosas y funcionales construcciones de muchos animales. Fruto Vivas, nuestro genial arquitecto y observador del mundo, inició los capítulos de su hermosa obra “Las casas más sencillas” con un recuento de las viviendas hechas por pájaros: ingenios tecnológicos que dejan entrar y salir a sus habitantes pero no a los depredadores. ¿Está mal llamar tecnología al uso de las ramas y arcillas correctas en ciertos nidos y guaridas? ¿Por qué nos empeñamos en relegar a la categoría de “instinto” a lo que no fue conocimiento adquirido? La asombrosa capacidad de los animales para auto-sanarse y reponerse de heridas y lesiones ¿es despreciable porque no fue aprendida en universidades y por lo tanto no merece llamarse aplicación natural de la medicina?

Y la más incómoda de las preguntas: ¿por qué nos parece tan natural haber perdido esa capacidad de auto-sanarnos, y tan irracional acudir a la medicina natural cuando la industria farmacéutica nos humilla y nos execra?

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Clave perdida, ignorada u olvidada: la inteligencia humana no se hizo a sí misma. Es producto de una situación (¿o de una inteligencia?) anterior. No he dicho ni diré superior, sólo anterior.

La capacidad de ciertos señores para diseñar medicinas, objetos útiles e inútiles, rascacielos y construcciones (que la clase obrera después fabrica) ha sido producto de evoluciones y desarrollos asombrosos, pero no anteriores ni superiores al saber simple de las vidas sencillas. En la universidad se enseña a hacer puentes, pero los puentes son anteriores a la universidad. Algunos ingenieros saben diseñar aviones, pero ningún pájaro aprendió de ingeniero alguno cómo se vuela. Verdad sencilla (como la casa de los pájaros) que se empeñan en hacernos ignorar.

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3 comentarios

Hernando Morales Flores 6 mayo 2024 - 07:36

¡¡Magnífico artículo!!…un fragmento de una canción que se lee «yo quisiera ser tan inteligente como los animales»

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Rufino Antonio Lista R. 5 mayo 2024 - 15:48

Mapurite sabe a quién pea” es una expresión tan vieja como el hambre. Se la escuchamos a las abuelas, a las madres, a las tías; y quizá ellas se la oyeron a sus ancestros. Pero ¿de dónde viene la expresión y qué significa en nuestra cotidianidad? En su acepción más decorosa se suele decir: “Mapurite sabe a quién perfuma”, y guarda relación con los olores repugnantes que expide el carismático animalito cuando se siente en peligro. Llevado al día a día significa que cada uno sabe cómo y cuándo hacer ciertas cosas…

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José García 4 mayo 2024 - 12:31

definitivamente debemos volver a los conocimientos ancestrales, en las comunidades debe implementarse los pequeños espacios de siembra de yerba medicinal.
el malojillo, el limón y muchas pero muchas yerbas que nuestros abuelos nos enseñaron que serviría para una dolencia específica.
exelente artículo.

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