
Eliecer Centeno | ¿Qué nos queda?
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Hace pocos días el pueblo español atravesó por un momento que no podemos calificar de otra forma sino como tragedia. Un fenómeno meteorológico denominado “Depresión Aislada en Niveles Altos”, DANA, afectó a regiones ubicadas en el centro-este de España causando graves inundaciones en la Provincia de Valencia y en otras poblaciones aledañas, con un saldo de 223 muertos y 23 desaparecidos al momento de la redacción de esta columna.
Son múltiples los análisis que se han realizado a este fenómeno que evoca los sentimientos de solidaridad hacia los miles de afectados y familiares de las víctimas. Por una parte se encuentran los cuestionamientos hechos hacia las autoridades españolas y su tardía actuación, tanto en alertar de forma efectiva a la población como su atención durante el evento, en las horas y días posteriores a este. En este punto, la visita de inspección cinco días después de las inundaciones que hicieron el Rey Felipe VI y Pedro Sánchez, presidente del Gobierno de España, fue completamente rechazada y los mandatorios y su comitiva fueron recibidos por una lluvia de insultos y barro lanzado por los damnificados.
De acuerdo con las declaraciones de Jefe del Gobierno Español, la DANA ha originado “la segunda inundación que más víctimas registrada en Europa en lo que va de siglo”. Los institutos meteorológicos que siguieron el desarrollo del evento indicaron que durante unas pocas horas se precipitó una cantidad de agua equivalente a lo que cae en todo un año.
Otras revisiones de la catástrofe se refieren a estas eventualidades en la localidad española desde el punto de vista meteorológico y hacen cálculos de la cantidad de agua que cayó en poco tiempo, o que este tipo de fenómenos no tenían estas consecuencias desde hace más de 100 años, por ejemplo. Efectivamente, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de Naciones Unidas en su Sexto Informe relacionado con los impactos y vulnerabilidades, concluye que este tipo de fenómenos extremos como la DANA serán cada vez más frecuentes y ocurrirán con una mayor intensidad en los próximos años.
Finalmente, otros expertos orientan sus conclusiones hacia problematizar la forma en que fueron urbanizadas las zonas afectadas. Esto tiene que ver con los usos del suelo, donde se desarrolló un tipo de construcción arquitectónica desordenada y con un denso tejido urbano e industrial que no respetó las zonas de drenaje natural de las aguas. En este sentido, calculan que la cuenca donde ocurrieron las inundaciones posee un elevado nivel de impermeabilización de un 20%, es decir, en una quinta parte de este territorio el agua de lluvia no puede atravesar y permear de forma natural hacia las capas inferiores del suelo. Como consecuencia se acumula un gran volumen de líquido que busca naturalmente escurrirse hacia las áreas bajas de la cuenca, arrasando todo a su paso como estructuras arquitectónicas, mobiliario urbano, muros, vehículos y personas.
En Venezuela hemos sido testigos de cómo este cúmulo de factores ambientales y humanos, en un momento determinado, puede desencadenar una tragedia de grandes proporciones.
En el estado La Guaira, en el año 1999, ocurrió la tragedia derivada de múltiples deslaves que ocasionó el peor desastre natural en la historia contemporánea de nuestro país, que tuvo un saldo de por lo menos 15.000 desaparecidos y una cifra inestimable de muertes.

Más recientemente, en octubre del año 2022, ocurrió el deslave de Las Tejerías como consecuencia del paso del Huracán Julia que tuvo un saldo de 250 víctimas fatales y 100 desaparecidos. Y en julio de este año 2024 se desbordó el río Manzanares, en la localidad de Cumanacoa cuyo saldo fatal fue de 6 personas fallecidas, 5 desaparecidas, 29 mil afectadas y unas 8 mil viviendas afectadas.
En todos estos casos las autoridades del más alto nivel gubernamental venezolanas asistieron a las labores de socorro y asistencia a las víctimas a pocas horas de ocurridos los eventos climáticos, mención aparte merece la vicepresidenta Delcy Rodríguez, cuyo vehículo fue alcanzado por la caída de un árbol y sufrió heridas de consideración mientras atendía a las víctimas.
A veces, las comparaciones resultan odiosas y sin lugar, sin embargo, en este caso merece la pena mencionarlas para comprender la cualidad humana de un gobierno como el español que teniendo grandes recursos militares y logísticos no pudo atender oportunamente a la población. Y, por supuesto, es acusado por su pueblo de desidia, incompetencia y no tener empatía con las miles de personas afectadas.