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El eterno retorno

por Fredy Muñoz Altamiranda
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Fredy Muñoz Altamiranda | Cambur verde mancha

Al final y en su delirio Nietzsche tenía razón: todo retorna. Especialmente el infortunio. Porque no creo que semejante teoría del devenir haya sido concebida a partir del gozo, sino de la desgracia, que parece ser, al final, el motor del comportamiento humano.

Puede parecer trágico, pero es así. Hasta los griegos lo confirman en su literatura: los floridos romances cortesanos nacen muertos, sólo la tragedia luce las medallas de la universalidad y la inmortalidad, sobre la manga de la eternidad.

Una de las primeras cosas que el hombre, al salir de la Edad Media, lucha por ver definida en la declaración de los Derechos del Hombre, es la movilidad. La capacidad de irse a cualquier parte, a otro feudo, de pasar aquella montaña en busca de nada o de todo, pero salir, mirar y experimentar, aunque sea una nueva derrota.

Caminar por el mundo es el sueño de todo ser humano. La restricción a ese sueño está ligada siempre al abuso de poder, al control de la capacidad de producción del hombre, a la esclavitud, a lo que la acumulación termina definiendo como capitalismo en los albores del siglo XX.

Somos un acumulado de grandes migraciones, diásporas, éxodos, salidas sin retorno, que al final confirman que todo retorna, porque alguien antes de nosotros caminó la misma espiral que estamos atravesando hoy.

Mi bisabuelo ecuatoriano dejó las costas de Esmeralda para acompañar las aventuras bélicas del liberalismo en las montañas del cauca colombiano y el departamento de Nariño.

La derrota de aquellas luchas lo encaminó al istmo de Panamá, donde las tropas cansadas de pelear se reunieron alrededor del caudillo Rafael Uribe Uribe, que firmó el tratado de Neerlandia con el último aliento de una guerra parecida a las que la traición de aquella paz habría de seguir iniciando en Colombia.

Todos los que se fueron a Bogotá con Uribe Uribe terminaron asesinados. Mi bisabuelo continuó su vida en Urabá, fue desplazado por otra guerra a Cartagena, y terminó sus días como vigilante de una bodega de cigarrillos en el puerto. Siempre lo asistió una pesadumbre originada en la nostalgia por unas playas a donde no pudo nunca retornar.

Migrar, ir de un lado al otro en busca de cualquier cosa, debería ser, y lo es, un derecho, que hoy el capitalismo en su fase terminal y peligrosa, coarta, convierte en una acción perseguible sobre la cual obran vejámenes y puestas en escena que nos retornan al inicio de las luchas donde caminar de una casa a otra aún no era un derecho.

Durante todo el siglo diecinueve y veinte nos batimos a sangre por la civilización. Las revoluciones le sacaron los dientes al fascismo en Rusia, China, Cuba, Nicaragua, y lo intentaron en todo el resto del mundo, y algunas de esas refriegas históricas hoy son nuestros derechos, o solían serlo.

De un año a otro el fascismo se nos vino encima de todo lo que hemos logrado y ya no queda nada de lo que ganamos. Ha sido un retorno a la barbarie.

Venezuela está hoy atenazada por el control del fascismo sobre su economía. Cuba vive lo mismo hace casi un siglo. Nada de lo que hagamos es válido, nada parece tener buen fin, lo que sea que inventamos es pisoteado por el maldito poder que le hemos dado al dinero.

Los medios de comunicación, que creímos el gran espacio del debate y la denuncia, la tribuna de la dignidad, son, y quizás fueron siempre una herramienta más del fascismo, con esas extensiones terribles y especializadas, donde convierten en fascistas a nuestros jóvenes, aún en contra del sentido biológico de la rebeldía, que son las redes sociales.

Todo ha vuelto al inicio. La pesadilla se reinició. Nuestros derechos a una pensión después de una vida produciendo plusvalía, ya no existen.

Hemos vencido al capitalismo en todos los escenarios en los que lo hemos enfrentado, con fusiles o sin ellos. Hemos demostrado que el capitalismo es la causa de la extinción inexorable en términos ambientales, que su afán vulgar y monótono por producir dinero abate a generaciones enteras, trunca sueños, aplasta culturas, masacra pueblos.

Y nada ha sido suficiente. Todo el que logre el poder político en medio del juego democrático y pretenda ir contra el capitalismo, será aniquilado. Los ejemplos están a la vista. Chile, Venezuela, Ecuador, Brasil, Perú, Colombia, Argentina, para hablar sólo de este lado del mundo.

El capitalismo ha reseteado la Historia, nos ha sacado del bolsillo lo que hemos ganado en estos últimos doscientos años de lucha a muerte. Estamos rodeados de enemigos por dentro y por fuera. El terror de la noche oscura medieval vive su conticinio.

¿Qué vamos a hacer? ¿Habrá que actualizar el manual de Lenin, de acuerdo a las leyes del eterno retorno que nos vaticinó Nietzsche?

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Periodista, investigador y agroecólogo

2 comentarios

Ana María Parra 19 abril 2025 - 18:38

Muy certero su análisis, hay que seguir escudriñando la historia, desempolvando los clásicos y transformando e interpretando las nuevas realidades.

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Pocho 19 abril 2025 - 08:20

Bien dicho todo. Ir de Zurich a San Petersburgo en un tren precintado, no tiene retorno. Iskra, sí, como pincel satelital Made in China. Hilos de seda BRICS+ reticulando de nodo en nodo hasta cubrir cuatro hemisferios. Intercognitarismo vivencial que nos desprenda del entramado capitalista para reorientarnos con pálpito biofílico, no en la destreza para el combate tanto como la creciente solvencia creativa para encarar la paz en un sendero planetario perentorio. Arte mismo, sin productivismo ni desperdicio alguno. Desechar los estímulos que el belicismo ofrece: financierismo, tecnologismo, hedonismo, supremacismo, hegemonía. Hilos de Seda o Poiesis Magnética. (Escribes como sientes, manecita muy experta y sin manchas de guineo inmaduro)

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