Dame un caballo ensillao / dame la sabana entera /
para trochar lo olvidao / antes de que yo me muera
Rafael Martínez Arteaga. “El Cazador Novato”

Gino González | Máscaras de la mercancía
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Existe un reflejo involuntario cada vez que escogemos unos granos para cocinar: ya seleccionados en el recipiente, previo a lavarlos, ponerles el agua y montarlos al fogón, los acariciamos. Metemos la mano y los movemos, eso no está incluído en la receta, lo hacemos porque nos agrada el sonido. Del mismo modo que las abuelas, además de las plantas medicinales o para los aliños, cultivaron otras por la flor, el aroma o la forma de la hoja.
La belleza es congénita en nosotros, incluso en el animal, bueno, se nos olvida, pero también somos un animal. Es que, si lo observamos más minuciosamente, la estética es inherente a la naturaleza misma. Hasta lo más temible expresa su belleza, sino mírelo en los colores de la serpiente. La belleza, que suponemos su posibilidad a partir de nosotros mismos, incluso hasta la fanfarronería de calificarnos “creadores”, no va desde adentro hacia afuera ni viceversa. Quizás en ambos sentidos o simplemente es, está allí insertada en la existencia.
De media noche pa lante
el prodigio de tus deos
hacía cantá los guineos
al son de una guacharaca
en los copos de una mata
arriba del joropeo. *
Hay fenómenos que sólo se manifiestan en el silencio. El chin chin de la llovizna, el rumor de la brisa entre los árboles. Tal vez por eso ya no salen los muertos, al no tener el silencio ni la penumbra suficiente para manifestarse. Gracias al silencio del llano una vez pude percibir la unidad armónica de un joropo en un baile campesino. Sin luz eléctrica, una lámpara al fondo, piso de tierra y Rafael Infante tocando el arpa. La mayoría de quienes bailaban andaban descalzos o en alpargatas. El zapateo (más bien alpargateo o el pateo o digamos el golpeteo) de las parejas en el suelo llevando el ritmo y el compás de la música. Nada nuevo a no ser por la circunstancia de que yo, en oportunidades, tocaba el cuatro acompañando al arpa mientras el cuatrista correspondiente bailaba, y al no ser tan diestro (aunque soy derecho) a veces perdía el tiempo, y no faltaba alguna de las viejas bailadoras que gritara: “¡Cuatro!” para indicar que me estaba atrasando. Además, detrás de la casa estaba un árbol de ramas extendidas por encima del caney donde dormían los guineos y de vez en cuando arrancaban todos a cantar al unísono llevando el compás del joropo en su alharaca. Esto no hubiese sido posible apreciarlo bajo el imperio del alto volumen sobrepasando los límites del silencio necesario.
No había vieja ni muchacha
que no saliera a bailá
tú dejabas de tocá
sólo pa échate un guamazo
de caña clara con guásimo
no te parabas ni a miá.
La belleza forma parte de las necesidades humanas. Por eso desde los tiempos más remotos, todos los pueblos del mundo cantan y bailan. Y como desde hace muchísimo tiempo los pueblos estuvieron aislados, pues los medios de comunicación masivos tienen corta edad, cada comunidad creó su propia música y su propio baile. Lo cual implica formas particulares. Lo que pasa es que, incluso en esto, el poder y la discriminación también se atraviesan y entonces unos ritmos se pensaron “superiores” y han existido quienes, en su ignorancia, han tenido el atrevimiento de descalificar otros. Cierta vez, le dije al poeta Acevedo que desde surgió Omar Moreno fue que se empezaron a hacer grabaciones con el arpa bien afinada. Él, como sabía que me refería al Indio Figueredo y a su tío José Acevedo y unos cuantos, en ese estilo, me dijo de inmediato: “No, señó, eso se afinaba así” Al tiempo, escuchando algunas piezas de jazz y el piano “disonantado” de Bola de Nieve, lo comprendí. En mi desconocimiento, sólo estaba asumiendo una afinación como la única.
Pero, en muchos casos, las equivocaciones se asumen como ciertas y dan paso a la vergüenza y entonces, asumimos como propios los errores de otros. Recuerdo un tiempo, ya en la era del disco, del radio y del televisor, cuando la salsa y la guaracha era la moda y la novedad en las fiestas de esos pueblos de conjuntos bailables en la calle, que quienes sabían bailar esos ritmos, se burlaban de las muchachas y los muchachos campesinos porque bailaban “brincaito”, acostumbrados al joropo. Y de aquí esta paradoja de la identidad nacional: No saber bailar joropo, no era una vergüenza, pero no saber bailar salsa, sí.
Pude conocer, y así conocí a Rafael Infante, comunidades que tenían su propia música; en los llanos, en Lara, en las costas y el oriente del país. Música y baile que aprendieron ancestralmente y no de ningún disco, ni del radio ni de internet. La maravillosa cercanía con los orígenes. Una nación precisa de esos datos y de esos reconocimientos y colocarlos en el altar del corazón para grandeza de la patria. Sino muchos seguirán creyendo que el joropo lo inventó Simón Díaz y Reynaldo Armas o que los golpes de tambor fue una ocurrencia de Un Solo Pueblo.
Estas convicciones están más desarrolladas en el libro Contrapunteo con Dámaso Figueredo.**
Rafael Infante viene del alma de esa fiesta. Nació y se crió escuchando esa música. De niño le dijo a su papá que quería un arpa. Su papá le había regalado una becerra y cuando ya era novilla se la vendió y un día se apareció con un arpa a lomo de burro, que había mandado hacer para él con un fabricante de esos campos. No tenía cuerdas, así que el mismo tuvo que encuerdarla con tripas de animales. Desde niño fue buen músico, al punto que unas leyendas de la canción llanera, tales como Marcelo Quinto y Pedro Emilio Sánchez, hablaban con su mamá y se lo alquilaban pa que les tocara porai en esas parrandas. Terminó siendo uno de los mejores arpistas de Agua Verde y sus alrededores entre Guayabal y Cazorla. Apreciado y solicitado en los bailes porque le tronaban los bordones del arpa, y es que, en esos montes, sin luz eléctrica, si tiene que ser a juro: ¡arpa, cuatro y maracas!
Se escucha el arpa lejana
en el caserío remoto
dan ganas de ensillá un potro
y llegarse a la parranda
Ya da luz la madrugada
preñada de poesía
todo en perfecta armonía
los pájaros con su canto
y una coral de araguatos
reciben al nuevo día.
*Canción: Compadre Rafael Infante. Gino González.
**Contrapunteo con Dámaso Figueredo. González, Gino. Editorial El Perro y la Rana.
3 comentarios
¡Qué belleza Gino! Como siempre, tu mirada larga a lo que verdaderamente somos, nos entrega un texto que, sin duda, es un homenaje a esa belleza oculta en su tradicional concepto, ilustrado por la experiencia de un poeta de la música, Don Rafael Infante; además, atravesado por la denuncia a lo antagónico, acción recurrente de tus creaciones. ¡Gracias Gino!
maravilloso reel de composicion canto y texto.un abrazo Gino Gonzalez..
¡Epa Gino!
¿Cómo estás hermano? Leyendo como tu dices: cada vaina que tú escribes. Y es cuchando también cada vaina que produces y te lo agradezco. En la despedida de Rafael Tabare estuvo Mamuel Márquez del Iut de la Pascus, te nombramos varias veces. Un abrazo hermano.